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viernes, 29 marzo, 2024
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Neoliberalismo y 4T; el viraje contra el narcotráfico

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Por: BENJAMÍN MOCTEZUMA LONGORIA •

La lucha contra el narcotráfico en México, que inicia a principios del siglo XX, ha friccionado, en distintos momentos, al gobierno mexicano con el de Estados Unidos, principalmente después de los años 30 y tras la Segunda Guerra Mundial, que es cuando crece el consumo de drogas en la Unión Americana para dispararse en los años 60.

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Hasta los años 80 la lucha contra el narcotráfico se centró en la erradicación de cultivos de amapola y de marihuana (muchas drogas actuales no existían) encomendada a la SEDENA, quien destinaba 25 mil soldados para esa tarea.

Coincidiendo con el neoliberalismo, en México se gestó un viraje a la lucha contra el narcotráfico: se retiró el ejército de la erradicación de plantíos de enervantes y desmantelamiento de laboratorios; la encomienda se dio a la PGR enfocada a perseguir y aprehender capos. La captura, en 1984, de Rafael Caro Quintero, fue de las primeras en crear revuelo publicitario internacional que favoreció al gobierno de Miguel de la Madrid.

Se pueden detectar 4 objetivos de la estrategia previa a los 80. PRIMERO: reducir posibilidades de corrupción e infiltración al poner al ejército al frente; SEGUNDO: golpear la economía del narcotráfico (negocios, infraestructura y destruir plantíos y laboratorios); TERCERO: disminuir la oferta de enervantes a Estados Unidos, y CUARTO: evitar, en lo posible, pérdidas humanas.

En el período neoliberal fue diferente y drástico con Calderón. PRIMERO: se otorgó la responsabilidad principal a la PGR y no a la SEDENA, creciendo la infiltración y la corrupción; SEGUNDO: se dio mayor importancia a la captura, o abatimiento, de capos que a minar la economía del narcotráfico; TERCERO: pasó a segundo plano combatir la producción (oferta) de drogas y su exportación; CUARTO: los enfrentamientos de cárteles contra fuerzas de seguridad se agudizaron; a la par, el descabezamiento de líderes produjo violencia interna en las organizaciones criminales en la lucha por sucederlos, y QUINTO: el pacto, complicidad y coparticipación de Calderón y Peña Nieto, con al menos un cártel, no disminuyó el clima de inseguridad. Al contrario, creó narcogobiernos locales, protección y financiamiento del erario a criminales, multiplicó complicidades, corrupción, impunidad, traiciones, rencores, venganzas, lucha de plazas nacionales, territorios y rutas de transporte.

En lo esencial, durante el neoliberalismo, los grupos criminales no parecen haber sido fuertemente afectados en su estructura organizativa y menos en lo económico. La violencia se recrudeció y las finanzas del narco han encontrado muchas maneras, y “ayudas” discretas para el lavado de dinero.

Los gobiernos de Calderón y Peña Nieto trabajaron la idea de que, aliándose corruptamente, aunque con discreción, con un cártel y “limpiando” de cabecillas de otros, esas organizaciones criminales desaparecerían y la paz estaría garantizada.

Cada abatido o capturado fue objeto de amplia publicidad, incluyendo la reconstrucción de montajes televisivos para dar sensación de resultados. La realidad fue otra; aunque algunos capos gozan de fama, su fortaleza es la organización transnacionalmente ramificada, y ante la caída de un líder, de inmediato, otro asume el mando.

Ejemplos: Amado Carrillo Fuentes del Cártel de Juárez, aunque muere en 1997, su organización perdura; los Arellano Félix en Tijuana, con algunos de ellos ya encarcelados; Juan García Abrego que fue capturado a mediados de los 90; Joaquín Guzmán Loera de Sinaloa, Ismael Zambada García “El Mayo”, y muchos otros de menor calibre.

Los dos sexenios previos a la 4T se involucraron, sin pudor alguno, en actividades delictivas mediante la corrupción. A los ilícitos entraron gobernadores, políticos y periodistas de medios monopólicos. La corrupción fue puente al dinero de la hacienda pública, y al crimen organizado. Casos relevantes son: Genaro García Luna, Emilio Lozoya, Carlos Loret de Mola (con sus montajes), Francisco García Cabeza de Vaca, el propio Peña Nieto (la “casa blanca”), Ricardo Anaya y etcétera.

La Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), de creación reciente, lejos de combatir la corrupción gubernamental y el lavado de dinero del narcotráfico, en ese tiempo fue instrumento y confluencia de ambos males, según lo han reconocido sus dos últimos directores (Santiago Nieto Castillo y Pablo Gómez Álvarez).

Con Calderón y Peña Nieto se simuló combatir la criminalidad, pero se mezclaron con ella. Por eso, los cárteles se fortalecieron en infraestructura, armamento y financieramente. Por un lado, no se les afectó sustancialmente sus actividades “productivas”; por otro, el Gobierno de Calderón coadyuvó premeditada, o por “ingenuidad”, en su fortalecimiento armamentista con el programa bilateral “rápido y furioso”.

Hasta Peña Nieto, el crimen organizado (del narcotráfico y actividades ilícitas como Iberdrola, OHL, etc.) y los niveles de gobierno; en lo general, convivían en una especie de simbiosis entre parásito y huésped, adaptados entre ellos. Ese tejido de relaciones es causa del clima de violencia del que hipócritamente se quejan muchos de sus actores políticos y medios monopólicos de la comunicación.

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