A Ricardo Flores Magón los mexicanos lo sentimos, más que como mártir de la trágica Revolución mexicana, como un líder popular de opinión y radical en sus proclamas que incendiaron las añejas y corruptas conciencias que le daba fama mundial al México porfirista por lo grandioso de sus banquetes y por la ultramiseria de las más abandonadas del orbe.
Estos días se cumplen 100 años de su asesinato en una de las cárceles temibles de los Estados Unidos, dos versiones campean: un ataque cardiaco y la otra, a manos de uno de los carceleros homicidas, tenía 49 años, al lado de su celda estaba el potosino Librado Rivera, otro de los precursores intelectuales de la Revolución y quien tiempo después moría atropellado en la zona de San Ángel en la Ciudad de México, donde tenía pequeños negocios de boleadores de zapatos.
Toda la historia de los precursores fue trágica, Juan Sarabia muerto a los 39 años y siendo senador de la República; Antonio Díaz Soto y Gama, y quien fuera secretario particular de Emiliano Zapata y su asesor principal, Dolores Jiménez y Muro, cuñada del poeta Othón y encarcelada más de una treintena de veces; Camilo Arriaga y quienes finalmente fueron considerados líderes junto a Magón, de la primera revolución popular del naciente siglo y cuya fama se extendería por todos los continentes.
En estos días el dibujante, pintor, músico, Armando Gámez, de las filas del Cleta, del Chamuco, de tantas y tantas experiencias en foros y agrupaciones, hizo la odisea de que el homenaje a Magón tuviera la participación de centenas de artistas, ya ilustradores, dibujantes, poetas, músicos solistas, sonidistas, grupos musicales y con mucha creatividad reavivaron este homenaje popular del Sr. Magón, cuyas proclamas anarquistas eran consideradas de gran peligro por la claridad en la que denunció, con gran actualidad, la existencia de las amplias capas del proletariado mexicano, incluyendo a los campesinos despojados de sus tierras, los latifundistas caciquiles, las guardias blancas, el letargo de los intelectuales, la ceguera de una iglesia copartícipe del agandalle, el engaño, la avaricia de los potentados muy diestros para el engaño, la creación de partidos paleros, la prensa vendida.
Gámez se ha caracterizado por ser un creador de fino lenguaje y sin perder la línea por la cual se perfiló desde muy chavo: conferencista, compilador de libros de historietistas nacionales, músico y compositor talentoso, es decir, un magonista del siglo XXI, que le da realce al trabajo colectivo y con una nutrida participación de músicos y creadores de prácticamente todo el país.
Es un funcionamiento radiante, mientras la derecha en nuestro país trata de empoderarse ante la marca renombrada de la cuarta trasformación, que ahí la lleva sin el bisne de la exaltación pero que en tierra firme sienta las bases para un cambio de régimen y no de las apariencias que engañan; y precisamente el pensamiento y el accionar del magonismo sigue a flor de tierra sembrándose y cosechándose en las nuevas generaciones, y principalmente entre maestros combativos, sindicalistas de todas las áreas, estudiantes e intelectuales, artistas populares, que siguen viendo en el oaxaqueño Magón, y sus carnales, que su sacrificio no fue en vano y que su pensamiento y obra sigue más vigente que nunca.
Armando Gámez es también un prodigio de las generaciones de la toma del foro isabelino de la UNAM, que en 1973 decidieron darle a la actividad artística otra dinámica, y en medio del valor, ante un país con dos recientes tragedias: la masacre estudiantil de 1968 y la otra más cruenta y descarada como el jueves de corpus del 10 de junio de 1971, la que fuera la primera manifestación pública después de las atrocidades del 68 y que fuera reprimida por los halcones del cínico de Echeverria y con un saldo de más de 100 estudiantes y maestros asesinados.
Gámez emprendió, junto al grupo Xandi Ayolli, una gira hasta Colombia por tierra y pasando por la Guatemala empobrecida, el Salvador militarizado, Honduras en la desgracia, Nicaragua con su rebelión sandinista, Costa Rica con sus exuberancias y protestas populares, Panamá y Torrijos, exigiendo el regreso de su canal ante las bases norteamericanas y sus tratados demoniacos.
Muchos no llegaron al festival de Manizales en Colombia y entre ellos, Gámez, con su guitarra al hombro, componía canciones a cada momento y dibujaba y hacía poemas entre una generación inolvidable.
Yo lo recuerdo viajando junto a él y Jesús Coronado de ride desde una asamblea en el estado de Morelos a la Ciudad de México y donde CLETA revisó sus planes y de ahí fuimos invitados por maestros rurales en el estado de Hidalgo, donde las guerrillas habían sido exterminadas, la agitación de la teología de la liberación era real por parte de una iglesia muy combativa, y los maestros, perseguidos. El plan era enseñar a los indígenas el arte de las máscaras de papel maché, el teatro, la música. Yo tenía 17 años de edad. Jesús, 16. Y lo hicimos.
Pronto fuimos expulsados de ahí y reprimidos por el ejército en las áreas de Atlapexco y huyendo a Huejutla y Tamazunchale, donde el ejército nos acusó de haber participado en el 68 y yo les respondía que en ese tiempo acaso tenía 9 años de edad, pero esa es otra historia dentro del teatro y la música contestataria que después narraré.
Por lo pronto, Armando Gámez puede musitar que este homenaje ha tenido audiencia, éxito creativo y presencia de un Magón señor en las bases populares más del arrabal que de su señoría institucional y muy trajeada.