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lunes, 21 abril, 2025
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Madrugonazo en Venezuela

■ Solidaridad con el pueblo venezolano

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Me lo contó en una taquería del Centro Histórico de la Ciudad de México, le pregunté “¿de dónde eres?, el acento en tu voz se escucha distinto”, veloz limpió primero la mesa, luego acomodó con exactitud el salero, los palillos, las salsas verdes y rojas y el servilletero: “de Venezuela”, contestó igual de veloz, luego me preguntó si ya estaba listo para ordenar. 

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Unos cuantos minutos y me trajo en un plato de plástico rojo cinco tacos de carne al pastor y un agua mineral; en la taquería había poca gente, era cerca de la media noche, así que él, alto, enjuto, con un delantal estampado con el nombre de la taquería, me preguntó “¿a qué te dedicas?”, le dije que de vez en cuando escribía, que tenía una novela publicada, “La Cowboy Rulfo” (Ulterior, 2023), lo mucho que me gusta el teatro. 

“¿Te puedo contar algo?”, y yo por la mordida casi a la mitad de mi segundo taco, “dale, dale”, cambió sus facciones, se puso serio, ni siquiera intuí lo que quería contar: “yo hui de Venezuela, ¿sabes?, dejé a mi familia y a mi esposa y mis hijos allá. Las cosas están muy jodidas y es necesario que la gente lo sepa. Yo allá era policía y trabajaba en un cuerpo especial que se formó cuando Chávez (César) estuvo en la presidencia”, tragué la carne, relajado, traía mucha hambre, bebí un poco de mi agua mineral y miré hacia una pantalla de gran tamaño colgada en lo alto de la taquería: jugaba el Cruz Azul, no sabía contra quien ni el marcador, lástima aficionados. 

El mesero metió la mano en la bolsa trasera de su pantalón de mezclilla, sacó algo, lo pegó contra el pecho, luego abrió una cartera vieja imitación piel y sacó dos credenciales perfectamente enmicadas: “mira, esto es para que me creas, son mis credenciales de policía en Venezuela, si quieres velas de cerca, toma”. 

No hubo necesidad: ahí estaba él en la fotografía tamaño infantil. Cuerpo Policiaco de Venezuela. Ese hombre, de apenas 24 años, era un policía de Venezuela: “Dejé la policía, pero no fue fácil; los jefes no querían aceptar mi renuncia, y si te escapas, si dejas de ir al pase de lista, te pueden acusar de traición a la patria y meterte hasta más de treinta años a la cárcel. Me costó trabajo. ¿Tú sabes qué es el Madrugonazo?”. 

Taco y medio y casi se me acaba el agua mineral. En la taquería alguien grita “¡golazo!”, y acaba de meter uno el Cruz Azul, no me pregunten el nombre del jugador que metió la pelota contra la red, lástima aficionados. 

El mesero espera a que finaliza el festejo del gol y continúa: “Te citan en una plaza pública a la una o dos de la mañana para el pase de lista; luego ordenan romper filas y tu caminas junto con tu pareja a la patrulla. 

Te subes, a mí me toca ir del lado del copiloto, mi pareja es la que maneja. En ese momento sacas tu celular, marcas un número que ya previamente te han proporcionado y ‘pinchas’ (agarras) a un soplón, él tiene que estar listo para contestar: ´sí, bueno, ¿qué pasó, huevón?, ¿dónde vive el mal parido ese?, cuando apenas te entrenan en la policía te ordenan que en ningún momento cuelgues la llamada con el soplón, él te debe de guiar por la ruta, ¿en qué calle me doy vuelta?, ¿por cuál avenida?, y esto también compromete al soplón a que te diga la verdad o de lo contrario también le aplican lo de traición a la patria por falsear en información a la policía. 

En la esquina del domicilio cuelgas la llamada, llegas a la casa o departamento y tocas a la puerta; en cuanto aparece al que vas buscando, porque ya el soplón te dio sus características físicas, le das las buenas noches y le pides permiso, muy correctos nosotros, para pasar junto con tu pareja”. 

Me pongo de pie, saco una tarjeta de presentación, le comento al mesero: “mira, está bien interesante tu historia, pero están a punto de cerrar el Metro y no tengo dinero para pagar un taxi; te propongo que me mandes un mensajito, nos tomamos un café, te pongo la grabadora y la publicamos en algún medio impreso, quizás le ayude a más venezolanos.

El enclenque mesero tomó casi por obligación mi tarjeta de presentación, la guardó y las palabras de su historia siguieron sueltas: “por protocolo lo primero que tienes que hacer es sacar a toda la familia, advertirles que se trata de una orden de arresto y que deben salir inmediatamente. 

Luego le dices al tipo mal parido ese que haga en ese mismo momento veinte lagartijas y veinte abdominales, y claro que las tiene que hacer, recuerda que nosotros somos la policía de Venezuela. Una vez que termina de hacer las abdominales y las lagartijas, le pides de buena manera que te muestre la casa, pero también procuras que se sienta tranquilo, todo es por protocolo, no hay nada grave contra él, ‘unos cuantos minutos más y nos retiramos, ¿cómo van las cosas con la esposa, con los hijos?’, volteas y das un solo disparo”, inclina la cabeza, sabe que me acaba de hacer una confesión importante, su rostro aparece iluminado tan solo por una zona, nariz, quizás un poco de sus delgados labios, lo cubre su gorra. 

“¿En la cabeza?”, pregunto e inmediatamente él mueve la cabeza: “no, no”, su esquelética mano de dedos largos me toca el pecho, presiona con fuerza, “aquí está el corazón, es una muerte inmediata”. 

“En cuanto los familiares se enteran te dicen que te van a levantar una denuncia por ejecución o por violencia policiaca excesiva, pero tú estás protegido, porque para eso le pediste que hiciera las veinte lagartijas y las veinte abdominales: le explicas a su familia que el tipo intentó huir, se echó a correr, tuviste que disparar, es lo que marca el protocolo con los que pretenden huir.  Así que cuando el forense revisa el cuerpo comprueba que, efectivamente, se dio a la fuga, puesto que su corazón se encontraba acelerado a la hora en que murió, ¿me entiendes?; lo de ganarte su confianza es para que el tipo no vaya a meter las manos, porque imagina tú que se hinca y ruega: ‘¡no me mates, no me mates!’, y pone sus brazos en cruz sobre el pecho o la cabeza, pues tú disparas, pero la bala traspasa las manos, y eso también lo investiga el forense y te pueden levantar cargos por abuso policíaco”.

Voy a tener que correr para alcanzar el Metro. Eso es lo que pienso en esos momentos, la verdad es que ya no llegué: en el metro Ermita nos sacaron a la calle porque ya había terminado el servicio, no traía dinero, recuerdo que cambié algo de valor con el taxista para que acercara lo más que se pudiese a casa; luego a caminar casi media hora, con el Madrugonazo en la cabeza. 

  “¿Qué pasa con los familiares?”, le pregunto luego de consultar la hora en mi celular. Él relaja el rostro, el cuerpo, se recarga como si se tratase de un descanso en la pared: “pues igual protestan y levantan denuncias; al principio se les atiende, se les da seguimiento a los casos, luego ya ni siquiera los reciben en las dependencias donde ponen sus quejas y terminan por hartarse y dejar todo por la santa paz. 

Hasta ahora sé que el partido de futbol lo ganó el Cruz Azul porque uno de los comensales grita una viva por el equipo, trae una playera oficial y sale de la taquería ya un poco ebrio en compañía de otros cuatro amigos. Ignoro cómo es que debo ver ahora al mesero: “¿sabes qué es lo peor?, que entre tanto y tanto malparido mueren inocentes: yo tengo un pleito contigo en una cantina o en la calle y no peleo, no digo nada, porque sé que te puedo meter al Madrugonazo”.  “¿Y más o menos a cuántos les diste el Madrugonazo?”, el mesero ve el techo de la taquería, hace cuentas con las manos, creo que en esos momentos ni siquiera quiero escuchar ya la respuesta, me gustaría estar en casa, ya a punto de dormir. 

Lo dice con emoción, las matemáticas al fin le funcionan: “como a siete, pero también están los que les di el Madrugonazo porque te pagan para que los elimines, esos son como diez, en ocasiones es hasta la misma gente del gobierno que se quiere deshacer de enemigos, de traidores, tú lo sabes, al otro día Maduro aparece en televisión y dice que se combate a la delincuencia, y claro que se combate, pero de la forma que te cuento”. 

Estoy a punto de retirarme cuando el mesero me pregunta que si yo conozco la selva colombiana, le contestó que no, pero que me enteré de la familia que se extravió hace algunos meses. “¿Sabes cómo te salvas en la selva?, por el color de las bolsas de plástico, si son azules debes seguir por ahí, los hombres buenos las cuelgan de las ramas; si son bolsas rojas no te debes meter por ese camino, te advierten que ahí hay gente mala, peligrosa que te quita todas tus pertenencias y si los hombres se ponen broncudos violan a las mujeres”. 

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