La impronta indeleble de Jimmy Hoffa en el conocimiento universal consistió en demostrar que un sindicato es un poder fáctico. Se le condenó por manipulación de jurados, soborno y fraude. Un día supo que era mucho mejor tener de su lado a las fuerzas del poder judicial que confrontarse con ellas.
A continuación, un cuento de hadas, cualquier parecido con la realidad revela las malas intenciones del lector porque aquí no hay coincidencias. En un lugar recóndito, alejado de la modernidad y avenido a todas las barbaries, moraba una reina chiquita especialista en fraudes electorales. Un buen día decidió, como todo lo que ella decidía, poner por “dedazo” a sus amigas a presidir junto con ella una comisión para dialogar con Dios. Sus súbditos acongojados decidieron demandar a su enana monarca, por considerar que sus actos son antidemocráticos y debía consultarlos. Hubo titubeo, pero a pesar de las diatribas en contra de los aún más enanos acólitos de la pequeña engreída lo hicieron. Fueron ante la “jueza de hierro” y se les dio hora, lugar y día para desahogar pruebas. Esto no gustó a la reina chiquita, poderosa como ella era, convocó a sus peones: el cerdo manchado, experto en “estafas maestras” y el borrico redondeado, contador de los dineros, defensor de los ladrones y santo patrono del delirio. Los instruyó, y estos dos personajes detuvieron la audiencia mediante la instrumentalización de sus seguidores, los hicieron declarar que serían afectados por la decisión y debían concurrir al palacio de justicia desde sus lejanas moradas. Aquellos que con ilusión peleaban por la democracia cedieron una de sus demandas y el día del juicio no se pudo aplazar más, pues los supuestos interesados no lo eran. Sin rubor alguno el apoderado de la reina chiquita declaró: “Los estatutos sindicales son anteriores, por lo menos en 5 años, a la conformación de las comisiones mixtas” (aunque los estatutos dicen “reformados” porque fueron adicionados en 1995). Y prosiguió: “los demandantes son nadie frente a la reina chiquita” (improcedente, pues los demandantes tienen derecho a reclamar lo que a su juicio consideren se les niega). Se procede al desahogo de pruebas testimoniales. Se cita a Juan Diablo y se desecha su declaración porque no es “testigo singular”. La siguiente declaración corre a cuenta del Cerdo manchado, seguidor de la reina chiquita. Declara que: “todos los rectores quieren controlar la comisión que habla con Dios. Y a mí el señor Diablo me llevó el nombramiento donde se designaba por él a los integrantes de la misma” Los defensores de los demócratas le preguntan al cerdo: “¿usted fue rector? Sí. ¿Quiso controlar la mixta? No, sí, no recuerdo”. A ver, dice uno de los abogados de los demócratas, solicito que se haga reconocimiento de pruebas. Aplicaré la técnica de contradicción. El apoderado de la reina chiquita replicó: “me opongo a eso porque a mí no se me dejó hacer lo mismo”. La jueza le responde: “apoderado, usted no justificó sus dichos y acciones. A veces se debe estudiar”. La reina chiquita manda un mensaje telepático: “no te pases, no te pases”. Se le pasa al cerdo manchado un documento y se le interroga: “¿Es ese el documento que le mandó Juan Diablo? Sí. ¿Lo puede leer?, sí. Balbucea y lee, o medio lee: “le comento, mmmm, espere, mmm, dice que comenta que esos son los miembros de la comisión” ¿Dice que los nombra? Contesta el cerdo: “No, no sé, no recuerdo”. Sin embargo, a pesar de ser contradictoria la declaración no se desecha pues la jueza de hierro es soberana y leerá con mucho cuidado las declaraciones. Así que sí, en un giro neohegeliano decide que de la contradicción surge la verdad. ¿Quién ganó? Los que se apersonaron por los pasillos del palacio de justicia de la jueza de hierro y le aplicaron la “llave doble”: el cerdo manchado le prometió dineros y votos, pues de votos se vive, y el borrico redondeado le prometió parar si la sentencia era en contra, parar el palacio, parar las avenidas y correr chismes en su contra. Ante tamañas razones la autoridad cedió. “Se hará como piden, o más bien, haré lo que pueda para que todo quede como está”.
La democratización del SPAUAZ es un proceso inconcluso. A pesar de estar claro que esa debe ser la intención de quienes lo dirigen, pues los principios del mismo establecen que “Deberá representar los intereses del conjunto de sus agremiados y no sólo de una fracción de los mismos. Para lograr tal representatividad, el Sindicato debe ser profundamente democrático”, “Pugnar por la democratización en todos los aspectos, sobre todo en lo político, así como en el interior del mismo sindicato, tratando con igualdad a todos los miembros”. Democratizar el SPAUAZ consiste en que las decisiones las tomen la mayoría de los sindicalizados mediante procedimiento democrático, que ya existe: la Asamblea General. Quienes apoyan el “dedazo” podrán tener sentencias a favor, las tuvo Jimmy Hoffa, pero no son demócratas sino autoritarios que pretenden utilizar al sindicato para posicionar a su candidata. Lo bueno que a veces gana, malo cuando pierde, que guardan silencio como momias.