¿Cómo se representa el proceso de reforma en curso en la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ) en el discurso de sus promotores? ¿Acaso es continuación, superación o ruptura con aquellos que le han precedido? Si continuación, ¿lo es porque las áreas serán, por fin, una realidad? Si superación, ¿acaso porque quedó caduco el supuesto modelo de universidad y otro nuevo lo sustituirá? Si ruptura, ¿quizá porque los vicios de los anteriores intentos son, ya, inoperantes? Existe una continuidad cuando se postula como referente el pasado: se postulan como insuperables la arquitectura de áreas, unidades y programas y la ideología “humanista crítica y constructivista” que se definió en el “cuadernillo 11”. Imposible que se imaginen una ruptura o una superación del “modelo UAZ-SigloXXI” si este existió en el papel, pero nunca se volvió operante en la realidad. Por eso se propone como punto de partida, para mantener la continuidad con el anterior esfuerzo, la realización de un diagnóstico. Así se pretende superar el mero discurso normativo, donde se reiteran las imágenes de una universidad posible, para lograr una reflexión basada en resultados de la operación del sistema que se quiere reformar. Sin embargo, es dudoso que tal sea la ruta que se seguirá. ¿Por qué? Si se lee con detenimiento el libro “Campus UAZ Siglo XXI (2003-2008). Del proyecto inicial al final de la utopía” de A. M. Rodríguez Langridge y J. I. Sotelo Félix (Los Reyes, 2020) que es una narración detallada del proceso de construcción del área de Ciencias de la Salud, se puede pergeñar, tras la lectura del epílogo, la intrusión de los grupos políticos y sus “razones”. De nuevo, reformar la universidad consiste en la generación de un consenso entre los grupos. Sin eso el avance es nulo y la reforma imposible: “lo estipulado en los resolutivos del Congreso General de Reforma 1999, como lo esbozado en el Modelo Académico UAZ Siglo XXI, no constituyó sino otra ilusión fallida.”. Se puede representar la estructura de la universidad como un amasijo de relaciones entre diferentes grupos políticos, cuyos intereses residen en mantener el nivel de exacción que tienen sobre el área que dominan. Transformar o reformar implica reducir la influencia de un grupo en favor de otro, cosa que rompe equilibrios y genera conflictos. Por eso construir un área, con el objetivo de reducir costos por contrataciones redundantes, perturba intereses. De la misma manera, establecer un voto no ponderado, genera una situación de contingencia que los líderes de grupos no están preparados, ni quieren estarlo, para manejar. ¿Entonces por qué, si tan conservadores son los administradores de la UAZ, de cuando en cuando aparece el discurso de la reforma universitaria? Por imperativos federales, que a su vez responden a la necesidad de resolver problemas generales del funcionamiento del sistema educativo todo. Esta causa no es suficiente porque la universidad goza de autonomía. Lo que impulsa el discurso reformista es la insuficiencia de recursos financieros producto de las políticas que, en ejercicio de la autonomía, se impusieron en la UAZ para apuntalar prestigios y comprar favores. Cuando una situación admite varias causas se dice que está “sobredeterminada”. Dada esa situación, cualquiera de las causas tiene valor explicativo máximo, es decir, permite comprender lo que sucede indicado al menos una de estas. Así, la necesidad de la reforma está sobredeterminada, y se explica por las siguientes causas: hay insuficiencia de recursos y el gobierno federal otorga recursos a quienes operen una reforma de acuerdo a las ideas de la “Nueva Escuela Mexicana”. Esto conlleva dos resultados indeseables: la renuncia a la autonomía, porque es la universidad, y sólo ella, la que puede determinar los planes y programas de estudio, así como el modelo educativo. Pero sin dinero no va muy lejos en esto. Otro resultado es la derogación de la intervención de los docentes en la determinación de sus condiciones laborales. Esto, porque los dineros siempre llegan sujetos a planes que debe cumplir la rectoría. Y estos suelen implicar la transformación, ahora silenciosa, del contrato. Silenciosa porque no se cambian las cláusulas, se mantienen una retórica sindicalista a ultranza por parte de algunos grupos, pero se altera todo el contenido contractual por la vía de los hechos. Si bien la representación discursiva, patronal, del proceso de reforma en curso alude a las nuevas avenidas del conocimiento y a las bondades de la internacionalización, así como a la centralidad del estudiante en el proceso educativo, existe otra manera de pensarla. Por un lado, como solución de corto plazo a los problemas financieros de la UAZ, por el otro, como un golpe más a las deterioradas condiciones de trabajo de los docentes. Pocos son los que lograrán insertarse en los circuitos internacionales del conocimiento, y aún menos quienes podrán gozar de una jubilación del sistema nacional de investigadores. Muchos otros quedaremos atrapados en la perpetua situación de inseguridad laboral con prestaciones mínimas o nulas, con contratos a la palabra y pagos cada seis meses, si hay dinero. Pero avancemos, una reforma, si se quiere sería, no puede ser ablativa. El proceso educativo no tiene en su centro a nadie, es una relación complicada entre docentes, estudiantes y administradores. Pensémosla en toda la complejidad inherente.
Representaciones de la reforma universitaria
