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sábado, 20 abril, 2024
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Gustavo Petro y Francia Márquez: el gobierno del amor y de la vida

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Por: ESTHER REBOLLO •

«¡No más guerra, no más guerra!». El grito más desconcertante que pueda escucharse tras una elección presidencial en una democracia liberal en toda regla, una de las más articuladas, en la teoría. Ese griterío, entremezclado con lágrimas e imponentes silencios, acompañó los poderosos discursos de Gustavo Petro y Francia Márquez, que si se analizan palabra por palabra explican Colombia, pero también el mundo.
«Nunca hubiera creído que esto fuera a pasar, la victoria es para nuestros hijos». Ésta y frases parecidas partieron de hombres y mujeres que no han conocido la paz en toda su vida, llenas de sentido común entre un sinfín de expresiones de esperanza.
Se podría pensar que fue un simple discurso de victoria, pero es más que eso, se trata de un mensaje que impone un punto de inflexión en la trayectoria de uno de los países más castigados de América. La mayoría de los colombianos votaron el domingo por el cambio real para poder escribir una nueva historia de su país, donde por primera vez gobernará la izquierda.
Revisar la historia de Colombia es toparse, una y otra vez, con episodios de violencia, de corrupción, de fundamentalismos, de rabia, de resiliencia, de explotación humana; es enfrentar una verdad: la vida no vale nada. También es verificar que el odio ha minado un pueblo alegre, trabajador y vital, pero también muy herido.
En 1991, después de que varias guerrillas dejaran las armas y optaran por la vía de la política, surgió una apuesta verdadera por cambiar el país: se convocó a una Asamblea Constituyente para redactar la nueva Carta Magna, que resultó ser una de las más progresistas de América a día de hoy.
El problema vino después porque, si bien Colombia tiene uno de los sistemas legales y jurídicos más avanzados, las triquiñuelas usadas por las oligarquías para desvirtuar la Ley fundamental fueron incontables y les dieron réditos. La razón es que el poder político y económico siempre ha estado en las mismas manos. Por eso, tras aquel atisbo de esperanza que ventiló la Constitución del 91, comenzó la masacre de los dirigentes y militantes de izquierdas. La impunidad en Colombia ha estado al orden del día.
Pero el desastre había empezado mucho antes, cuando el libertador Simón Bolívar iba recuperando territorios y se los iba entregando a sus correligionarios. Es cierto que Colombia se liberó del yugo colonial, pero no de las tiranías. Luego vino la Guerra de los Mil Días, la desmembración de la Gran Colombia, la pérdida de Panamá, ‘La Violencia’ (otra guerra civil entre liberales y conservadores), la estigmatización de los campesinos y el despojo de su tierra.
Esa acumulación histórica de hechos nocivos empujó, a mediados del siglo XX, al nacimiento de las guerrillas liberales y luego de las comunistas; a continuación se estableció el Estatuto de Seguridad (una suerte de estado de excepción que quitaba las ganas a la democracia) y empezaron a campar a sus anchas los carteles de la droga, los paramilitares y los corruptos, con el consiguiente asesinato sistemático de líderes sociales. Y así hasta Álvaro Uribe (2002-2010): el culmen de todo.
Gustavo Petro y Francia Márquez son producto de esa historia de abusos, ambos defensores de la democracia real desde su temprana juventud. Petro integró la guerrilla del M-19; Márquez luchó contra la ocupación de su territorio y la explotación de recursos, defendió a su gente, a las comunidades afro e indígenas. Petro fue senador, alcalde de Bogotá y tres veces candidato a la Presidencia; Márquez ganó el Premio Goldman de Medioambiente por sus logros contra las empresas explotadoras. El economista Petro es el primer exguerrillero y político de izquierdas que será presidente; la abogada feminista Márquez es la primera mujer negra y feminista que ocupará la vicepresidencia. Por donde se mire, esto ya es un cambio real.

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Los gestos en el discurso de la victoria
Francia Márquez se subió la primera al estrado y ofreció su discurso en solitario porque gracias a esta mujer la votación por el Pacto Histórico fue masiva en el suroccidente del país, una de las zonas más castigadas por la guerra y la violencia. Nariño, Valle del Cauca, Chocó y Cauca son los departamentos bañados por el Pacífico más aislados, más pobres, más heridos, donde la población ha sobrevivido durante décadas a los bombardeos del Ejército, a los despiadados paramilitares, a los antojos de los narcotraficantes y al hostigamiento guerrillero.
Este va a ser «el Gobierno de los nadies y de las nadies», dijo Márquez. «Los y las nadies» es la expresión más usada por Francia y define a la perfección a las gentes del suroccidente colombiano. Tras la victoria, las comunidades afro tomaron ríos, caminos, veredas y vías para celebrar, al son de los tambores, tal hazaña. Son los descendientes de los esclavos, pero Francia Márquez asegura que siguen siendo esclavos.
«Las mujeres vamos a erradicar el patriarcado, vamos por los derechos de nuestra comunidad diversa LGTBIQ+, vamos por los derechos de nuestra madre tierra, de nuestra casa grande, vamos juntos a erradicar el racismo». Otra frase demoledora que explica su eslogan de la campaña: «vivir sabroso», que no es otra cosa que dar solución a los temas tabúes, a los problemas enquistados que nunca han estado en la agenda política.

Las tres justicias de Petro
Petro apareció después, tras el merecido espacio para la gloria otorgado a Márquez, fue más allá y planteó los tres ejes de su futuro gobierno: justicia social, justicia económica y justicia ambiental.
Mediante una oratoria cuasi impecable y cargada de contenido, el presidente electo explicó que sus objetivos se alcanzarán mediante una «política del amor» y un «gobierno de la vida», ese «vivir sabroso» que predica su compañera Francia. Pura poesía para adelantar cómo será un gobierno que buscará, en sus palabras, ese «cambio real».
«No habrá venganza, ni odio, ni se profundizará en el sectarismo. La política del amor es la política del entendimiento», expresó, porque de nada sirve mantener las viejas heridas que han partido a Colombia en dos. Ahí, Petro tuvo palabras amables para su contrincante en las urnas, Rodolfo Hernández, a quien pidió sumarse a esta corriente de cambio.
La justicia económica pasa por transitar hacia el capitalismo, un capitalismo social, porque -según remarcó- Colombia sigue anclada en el medioevo: «El pluralismo económico significa superar las viejas esclavitudes, poder tener una tierra llena de alimentos, espacio para las comunidades indígenas, una economía popular que se pueda fortalecer a través de la educación».
A continuación, el presidente electo vinculó la justicia ambiental en su discurso: «Vamos a transitar de la economía extractivista a una economía productiva (…), hay que crecer económicamente para redistribuir la riqueza». El cambio real que propone Petro es hacer de Colombia un país productivo, un país que produzca vida. Su prioridad en política exterior será colocar a Colombia en el centro de la lucha contra el cambio climático.
«Como especie humana podemos perecer en el corto plazo. Las dinámicas de acumulación de un mercado desaforado, los deseos de codicia y ganancia, y el consumo están a punto de acabar con las bases mismas de la existencia. No nos lo dicen las derechas ni las izquierdas, nos lo dice la Ciencia. Estamos al lado de una de las grandes esponjas de gases invernadero, la selva amazónica, y se impone que Colombia la cuide para salvar a la humanidad», argumentó con precisión de estadista.
Petro hizo guiños a todos, a su pueblo, a las empresas, a los científicos, a los países vecinos, hasta a Estados Unidos, que lo invitó a conversar sobre la necesidad de reducir los «gases venenosos» que expulsa de forma masiva a la atmósfera.
Petro y Márquez quieren escribir una nueva historia de Colombia y saben que no es fácil, se van a seguir encontrando de frente con los poderes que han eliminado cualquier atisbo de cambio durante dos siglos, los mismos que aniquilaron a la izquierda en el pasado. Pero confían en la política del amor y en gobernar para dar a los ciudadanos esa «vida sabrosa» que anhelan. La paz, ante todo.

Artículo publicado originalmente en:
https://www.publico.es

 

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