■ Allegados al creador comparten recuerdos y experiencias sobre su persona y su obra
■ Su trabajo más reciente, Ironías de la Soledad, se exhibe en la galería Irma Valerio
Como un hombre construido por sí mismo con base a la autodisciplina, elemento de carácter que también le seducía en otros, luchador, amigo y maestro generoso y dado a actuar y mucho menos a la palabra, es descrito Alejandro Nava por sus allegados.
Hasta el último momento se hicieron evidentes estas características de personalidad que implicaron también llevar sus esfuerzos creativos hasta el límite.
“El vuelco que dio Alejandro Nava en su obra reciente, es el canto del cisne. Una expresión de su lucha llevada hasta el último esfuerzo para sacar todo lo que traía dentro”, afirma Alfonso López Monreal, quien tuvo junto con Plinio Ávila, la oportunidad de expresar un mensaje en su despedida final, efectuada en el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez el pasado 20 de febrero y reservada únicamente para familia y amigos cercanos.
“Si fuera torero no se hubiera llevado nada al hotel, como se dice. Obviamente que faltó mucho, pero si él se hubiera muerto de 98 o 110 años, hubiera sido exactamente lo mismo. Un día antes de morir hubiera estado luchando contra todo y contra todos. Era lo admirable de él realmente”, expresó.
Continúa tras recordar su encuentro primero con Nava en la década de los 70, en medio de un Zacatecas agitado por la lucha social. De este contexto aporta el compromiso que el artista visual mantuvo con una postura ideológica de izquierda.
Y luego su generosidad manifiesta al introducirlo en Chicago con un círculo de artistas en la década de los 80. También y siempre, en su disposición de presentarlo con compradores de arte. Lo que habla dice, de autoconfianza.
López Monreal destaca aquí a Nava como un artista exitoso, cosa que le valió su respeto y el de otros, pues “él no viene de sábanas de seda ni cucharas de plata.
El batalló mucho y nunca fue fácil para él por su misma personalidad. Siempre tuvo enfrentamientos con las instituciones con los políticos”.
Así como un luchador se le define. Otra ver surge la palabra generosidad cuando habla de su labor como docente al frente del Taller Julio Ruelas, que fue por mucho tiempo y tras la desaparición del Instituto Zacatecano de Bellas Artes (IZBA) el único recurso para quienes querían aprender pintura y grabado.
La relación entre López Monreal y Alejandro Nava no siempre fue suave y tuvo sus desencuentros. El artista, nacido en San Luis Potosí el 10 de agosto de 1956 y que fuera adoptado por Zacatecas, era directo para hablar y expresar su opinión sin concesiones.
“No era de los que decían lo que pensaban era de los que hacían lo que pensaban. Él no decía mucho pero siempre su actitud era de hacer cosas, ya fuera de trabajo o demostrar un enojo o un acercamiento. Lo que fuera siempre lo hacía con hechos, la palabra no se le daba”.
Así lo recuerdan también quienes tuvieron la oportunidad de coincidir en sus talleres, en los que señalan no “no llevaba de la mano a nadie” y más bien intervenía para decir cuando algo no estaba bien.
Plinio Ávila lo recuerda como la primera persona que le habló de arte. Alejandro Nava, comenta, no sabía dar clases, comunicar con palabras ningún proceso creativo, pero actuaba, era como un maestro zen, “que te hace sentarte a escuchar el viento y entender el idioma del color y las formas”.
“Su obra no es de zacatecano”, señala por otra parte, sino que más bien se acerca a un contexto universal que demuestra ante todo el propio yo interior.
Ávila destaca su obra reciente y su salto de lo abstracto a lo figurativo como un medio de contar historias, necesario para expresar lo que fue su última etapa de vida ya marcada por su lucha final.
Esto dice, fue un paso adelante que sin embargo, no terminó y que en caso de que
fuera novelista habría dejado enganchados a los lectores a la mitad.
“A mí me parece mejor lo último de su obra”, comenta. En específico los óleos que acompañaron a su más reciente exposición Ironías de la soledad, que se realizó en 2012 gestada por Irma Valerio Galerías.
La galerista también aporta a esta reconstrucción el acompañamiento que mantuvo desde hace 23 años con Alejandro Nava, la galería iniciaba y el artista tenía entonces 35 años.
“Él decía soy el primer zacatecano nacido en San Luis Potosí. Nuestra relación fue a raíz de la creación de la galería. Un camino largo en que nos enriquecimos mutuamente en el aprendizaje de la contemplación, de aprender a ver la belleza”.
De esta relación surgieron exposiciones colectivas e individuales, muchas de ellas que trascendieron las fronteras del país.
Recuerda en 2002 la efectuada en Milán, Italia. Muestra la invitación en que Genaro Borrego presenta a Alejandro Nava como “un nuevo e indiscutible valor zacatecano”.
Del archivo de Irma Valerio surgen recortes de periódico, catálogos, reseñas, fotografías. En el otoño de 2003 y conjuntamente con Pedro Coronel, Manuel Felguérez, Ismael Guardado, José Esteban Martínez, Francisco de Santiago, Alfonso López Monreal, Juan Manuel de la Rosa y Emilio Carrasco, expuso bajo la rúbrica de Maestros del Arte Contemporáneo Zacatecano.
Muestra que fue llevada al Instituto Cultural Mexicano en Los Ángeles, California y posteriormente en el Consulado General ubicado en aquel estado de la Unión Americana. Pero que logró también ser atraída al Museum of Latin American Art.
Esto es sólo una muestra de un currículum amplio que transitó por el país y el extranjero.
La última de las exposiciones de Alejandro Nava en Zacatecas fue justo Ironías de la Soledad, primera, dice Irma Valerio, en la que su galería fue dedicada totalmente a un solo artista. Esta muestra quedó registrada en un catálogo de mismo nombre.