Lorenzo Meyer asegura, en su libro: Nuestra Tragedia Persistente, la Democracia Autoritaria en México, que “la obra del historiador es un instrumento de educación política y, en la actualidad, un medio para formar ciudadanos responsables y conscientes.”, y continúa diciendo que, “por esa misma razón, la herramienta en cuestión también puede emplearse para lograr un objetivo opuesto: el de formar súbditos.”
Las maneras en la que el señor Enrique Peña Nieto aprovechó las alianzas expresas con los poderes fácticos –el clero católico y las televisoras, principalmente- que lo llevaron al poder, así como aquellas hechas con las élites del conocimiento, para tratar de legitimar y aprobar la tan cantada Reforma Energética, es una clara muestra de ello:
La Presidencia de la República, secuestrada por representantes de una ideología que defiende el desarrollo de la riqueza de unos cuantos a costa de la decadencia no sólo económica, sino moral y humana de la mayoría, y desde la primera etapa del priiísmo hasta las del foxismo y el calderonismo, se las arregló para que por fin, en la madrugada del 12 de diciembre del presente año, día de la “santísima virgen de Guadalupe”, por fin se aprobara la apertura a la iniciativa privada en la paraestatal Petróleos Mexicanos.
En #YoSoy132, hemos aprendido de otros movimientos sociales con mayor experiencia, que la agenda de ellos, de los de arriba, no cambiarán y no tomarán en cuenta las otras agendas, las de los de abajo. Es decir, sabíamos que la Reforma Energética iba a “pasar” de cualquier manera y a cualquier costo, debido a los compromisos adquiridos por el “nuevo PRI” con los poderes fácticos. Aun así, nos sentimos comprometidos y acometimos con gusto las tareas de informar a la ciudadanía tanto los pros -si es que lo son- como los contras de la reforma y de acuerdo a nuestras posibilidades, de abrirnos al diálogo hasta con el partido de estado: el PRI; de cuestionar a los legisladores locales y federales en las redes sociales, y de participar con cientos de miles de personas en la defensa de recursos estratégicos no renovables como lo son los hidrocarburos.
Después de este revés histórico cabe preguntarse ¿qué hacer?, ¿cómo hacerlo? Y, claro, ¿a quién culpar? Después de reflexionar hemos entendido que la salida es, como buenos ingenieros, aprovechar al máximo las energías sociales, volcarlas a la solidaridad y a la construcción de un proyecto amplio, a largo plazo, en el que se discutan las tácticas, las estrategias y los fines, y echarlo a andar; al cómo hacerlo encontramos la respuesta del diálogo: compartir conocimientos, practicar la tolerancia, desvincularnos de las ideas para ser receptivos para así vencer “el eterno drama de la izquierda”: la división. La tercera pregunta es un tanto más difícil de responder, porque los culpables de la masacre tienen nombre y apellido y además de los que tomaron las decisiones que nos tienen aquí y así, estamos como acusados nosotros mismos.
Retomando a Lorenzo Meyer, valoramos el hecho de que la recomposición social requiere de alteza de miras, del uso de la más alta imaginación colectiva, así como de la utilización y renovación del entramado de instituciones existentes, para luego y a la vez poder pasar a planos superiores de la organización y de las relaciones humanas, así como de las relaciones de la humanidad con otros seres: desplazarnos del centro.
Si bien es grande el reto, también es grande la esperanza, como lo son las ganas.
Sabemos que existen individuos y grupos de individuos con ideologías claras, con proyectos claros y bien fundamentados, que están dispuestos a defender su verdad frente a otros individuos o grupos en iguales condiciones: ¡qué esperanzador!, y, paradójicamente, qué triste. Triste porque sabemos que dicha actitud ya no sirve, que la necesidad de enfrentarnos en unidad a la corrupción, a la tiranía, al autoritarismo o a la ineptitud es urgente; que la urgencia de destronar a la injusticia demanda unidad de todas las fuerzas sociales. También sabemos que no somos los primeros en asegurarlo ni en demandarlo y decirlo. Quizás seamos nosotros los que nos unimos e invitamos a otros y a otras a reflexionarlo.
Para terminar, cabe aclarar que insistimos en la práctica de la tolerancia y en la importancia de entender al conocimiento como un común, no como una mercancía; creemos que todos pueden ser selectivos, menos nosotros, y que el principal vicio a vencer es la soberbia intelectual.
Los y las invitamos a construir en unidad lo que nos queda, que es la gloria para todos y todas desde ahora, en esta vida y en esta tierra.■