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domingo, 13 octubre, 2024
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Atisbos de la instrucción pública en México

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

La constitución de Cádiz de 1812, de corte liberal vendría a sentar las bases de nuestra educación pública futura. Es a través de la proliferación de las escuelas de primeras letras durante la ilustración (periodo de transición entre la Colonia y el México Independiente) cuando surgen los pilares que le darán sustento los dos siglos siguientes a la educación pública en nuestro país: rudimentos de laicidad con la introducción del civismo ,_ ramo o materia conocida como “moral cívica” _ y la historia en los planes de estudio, la gratuidad y la obligatoriedad, si bien estos rasgos aparecen de manera incipiente. La aparición de estas características en la enseñanza se debió al ideario e insistencia de Gaspar Melchor de Jovellanos quien al enfatizar sobre la necesidad de popularizar la enseñanza y hacerla gratuita, se preguntaba: «¿Cuál será el pueblo que no mire como una desgracia el que este derecho no se extienda a todos los individuos? … Si deseáis el bien de vuestra patria, abrid a todos sus hijos el derecho de instruirse, multiplicando las escuelas de primeras letras», (Tanck, Dorothy, 1998, pp. 12-13). 

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Aunque resulte ocioso recordarlo aquí, como bien lo sabe Perogrullo, las políticas y modelos educativos surgen y tienen vigencia por razones y necesidades históricas, obedecen a una formación social determinada por un sistema de relaciones de facto y de significados entre grupos, estratos y clases. Dichos modelos incluyen como parte de su estructura a sistemas educativos, autoridades pedagógicas, una función didáctica, trabajo escolar y relaciones entre los sujetos del «contrato escolar»: maestros, padres de familia y alumnos. 

Durante el periodo colonial novohispano, la educación, al menos la formal, en especial la media superior (que se estudiaba en los seminarios) y la universitaria, era un artículo de lujo, representaba un campo de actividad para quienes estaban libres de agobios económicos. Entre los fines que perseguían quienes ingresaban a una institución de enseñanza se encontraban: 1) usarla como una vía para conseguir prestigio y 2) representaba el camino más seguro para conseguir un trabajo burocrático, (Gonzalbo, 1990, p.17). 

La educación durante el virreinato, en sus inicios se debatió entre lo medieval (inercia de la tradición) y lo moderno. Para el siglo de las luces y más concretamente durante el periodo borbónico, la educación formal se fusionó en una síntesis que comprendió el ideal humanista heredado del renacimiento y la filosofía de la ilustración. Aparecen atisbos de una educación moderna, si por modernidad entendemos la aparición de la razón y la universalización del saber.  El humanismo representó un retorno a los clásicos teniendo como centro el estudio al hombre. Para los ilustrados, apoyados en las ideas deístas de Locke y las iusnaturalistas de Hobbes, así como en el escepticismo y empirismo de los llamados filósofos y enciclopedistas, sobre todo franceses; «la razón humana era capaz de lograr un mejoramiento, y aún la perfección de la sociedad», (Tankc de Estrada. 1998, p. 5, pp. 11-12). Lo que conocemos como época de la ilustración (S. XVIII), tuvo como característica el que todo debía de fundarse en la razón, la ciencia o el saber también llamada virtud (entendida como la actitud de obrar bien), el progreso _un sello positivo indudablemente_, y en la secularización de la vida. La ilustración con su visión positivista del progreso, estuvo presente en nuestro país durante todo el siglo XIX. Junto con el nuevo despertar de las ciencias naturales y la revolución que sufrieron las disciplinas sociales con el abandono de la metafísica por parte de la filosofía; las nuevas ideas ilustradas se centraban en la tolerancia religiosa (aunque esto siempre fue relativo), la libertad de pensamiento, la democracia y los derechos individuales como credo de la burguesía en ascenso. La política de la corona española, pragmática de suyo, a través de las reformas borbónicas, limitó el poder de la Iglesia no para eliminar las prácticas religiosas, sino para aumentar las facultades del Estado. 

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