La sangrienta Toma de Zacatecas es altamente significativa. Por un lado es la derrota del huertismo y la victoria de la emergente fuerza revolucionaria, y por otra es la ruptura entre las dos fracciones que rivalizarían en la siguiente etapa de la lucha por el poder después de la convención de Aguascalientes: los convencionistas y los constitucionalistas. Sobre el primer significado, es el momento en que se vislumbra la posibilidad de lograr los anhelos de justicia social que representan las fuerzas que toman Zacatecas, que se expresa en el reparto agrario y la consecuente destrucción del latifundio que viene desde la Colonia, en la inclusión de la población pobre a la educación (un indicador es la obsesión de Villa de abrir escuelas), y todas las medidas propuestas para atacar la enorme desigualdad social del México del momento. Pareciera que con la Toma de Zacatecas, las fuerzas que impiden esas aspiraciones, son finalmente derrotadas: el poder opresor encarnado (simbolizado) en un sujeto ambicioso, desleal y lleno de adicciones (Huerta). Por una fuerza que tiene como signo a un hombre lleno de furia, con enérgicos ideales de justicia, obsesivo del trabajo y abstemio (Villa). Y efectivamente salió derrotado el régimen de Porfirio.
Sin embargo, el segundo significado de la Toma de Zacatecas será la que marca el destino de la Revolución: el rompimiento de Villa con Carranza indica dos visiones de ver el futuro de la lucha. Pero, como bien sabemos, la fracción popular convencionista (Villa y Zapata) salió derrotada en la disputa, y tomó el poder la fracción encarnada por un hombre del poder como Carranza, y por los sonorenses (Obregón y Calles). Al final de esta etapa, Carranza asesina al hombre que pudo significar otro destino para el país, Felipe Angeles (ilustrado y convertido en revolucionario popular), el zapatismo del México profundo traicionado y Villa disminuido a nada (finalmente también muerto a traición por Calles).
Triunfó el constitucionalismo que dio origen al sistema político que aún padecemos. Carranza y Calles siguen gobernando México. Los propósitos de la Revolución que tanta sangre costó fueron postergados, sólo en el cardenismo hubo acciones dignas de tomarse en cuenta: el grueso del reparto agrario y los proyectos educativos más interesantes del país, tuvieron lugar en ese periodo; después de eso, el reparto agrario se detuvo y la justicia social se corporativizó. Y con ese ‘nuevo’ sistema político mexicano, revivió la Colonia: grandes señores, desigualdad y política cortesana.
Hoy, tenemos a los Limantour dirigiendo (nuevamente) la economía del país, a los zapatistas arrinconados en las montañas (vueltos a traicionar por los ‘maderos democráticos’ de hoy), los sindicatos degradados, y una clase política de ‘científicos’ que en nombre de la experticia (tecnocracia) elevan la pobreza y concentran la riqueza en cuatro o cinco grandes señores; y catrines-gobernantes que viven como en Las Vegas.
Y el horizonte: los bienes nacionales ambicionados por sus antiguos dueños coloniales extranjeros. ¿Es la historia un eterno retorno de lo mismo? Si así es, nos preguntamos, ¿dónde será la próxima batalla de Zacatecas?