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sábado, 19 abril, 2025
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Exorcismo y fosilización: Tres kilómetros hasta el fin del mundo, de Emanuel Parvu

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Por: SERGI RAMOS •

La Gualdra 622 / Cine / Festival de Cannes 2024

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[En competición oficial por la Palma de Oro]

Otra ola del nuevo cine rumano alcanzó el dique de la Croisette, Tres kilómetros hasta el fin del mundo, tercer largometraje de Emanuel Parvu presentado en competición oficial. La película conecta en su inicio con Meda, su primer largometraje. Éste contaba la historia de un campesino incapaz de pagar sus deudas con el fisco, con la amenaza de perder a su hija adoptiva, y la falta de salidas para poder solucionarlo. En cierto modo, la película reformulaba en clave rural un cierto número de presupuestos del neorrealismo, en particular la espiral infernal de la pobreza del Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica, pero con una habilidad admirable para retratar la vida rural.

 

Una perspectiva social

Hasta cierto punto, el inicio de Tres kilómetros hasta el fin del mundo retoma algunas de estas coordenadas, hasta parecer una relocalización de la primera, en el ámbito de un pueblo aislado en el delta del Danubio. 

El plano fijo inicial, magníficamente encuadrado, muestra un interior de tonos azules. Un matrimonio está inquieto porque el plazo de una deuda que no consiguen reembolsar está a punto de terminar, con el riesgo de despertar la cólera del cacique local. La conversación es interrumpida por la entrada de Adi, el hijo, por una puerta situada en el fondo que da al patio. El padre lo recibe con una chanza sobre sus relaciones con su presunta novia, para sacar a relucir su virilidad. 

La película vuelve sobre uno de los temas esenciales del cine rumano, la crítica de un sistema que, a pesar de haber salido del comunismo, sigue sufriendo todo tipo de carencias democráticas, marcada en este caso por una precariedad económica endémica, acrecentada por la presencia de caudillos, la preeminencia del interés individual al colectivo y la corrupción generalizada. 

 

Homosexualidad exorcizada

Pero desde la segunda secuencia, la crítica social se combina con otro tema menos presente en la filmografía rumana, la homosexualidad. Ambas líneas se cruzan cuando el hijo, después de besar a un joven turista, recibe una paliza. 

¿Venganza del cacique prestamista, o agresión homófoba? Una investigación se abre para esclarecer el caso. Como en buena parte del cine rumano, las taras de la sociedad acaban asfixiando a los personajes, con una representación sorprendentemente virulenta y generalizada de la homofobia en el espacio rural, que acaba incluso en un exorcismo, con el beneplácito del sacerdote local. 

 

Del estilo a la fórmula

La puesta en escena, milimétricamente planificada, empieza por una serie de largos planos fijos. A medida que la tensión derivada de la agresión va creciendo, la cámara cobra una mayor movilidad y nerviosismo. A pesar de centrarse en el personaje de Adi, se mantiene una cierta dimensión coral, que permite mostrar las redes de intereses individuales mezquinos que se tejen, y que convergen para aplastar al más débil. 

Sin embargo, el conjunto sufre demasiado de este exceso de planificación, hasta convertirse en rigidez, así como de una impresión de déjà vu en su denuncia. Sin duda, cualquier movimiento cinematográfico innovador, como la nueva ola del cine rumano, termina alcanzando una etapa de fosilización, de reducción a una serie de formas que pueden acabar asfixiando la libertad creativa. Probablemente sea el caso aquí, si la comparamos con otras películas que tratan la homosexualidad, como Beyond the hills, de Cristian Mungiu, también localizada en un espacio rural.

 

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