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viernes, 29 marzo, 2024
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Berlín por la noche

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Por: ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA* •

Hay cuentos e historias que simplemente no se dejan escribir o en nuestra mente son fabulosas, pero al plasmarlas en papel pierden el encanto: es como la declaración final del pintor, el discípulo de Giotto, tras terminar su obra: soñarla es más dulce que realizarla. Este préstamo cinematográfico a medias, me sirve para explicar, de uno u otro modo, que la escritura, en este caso, es un proceso complicado y selecto: implica elegir las palabras precisas para comunicar un mensaje y estimular una serie de sentimientos e incluso persuadir; se requiere conocimientos sobre un tema y, cuando no se les tiene, una actitud para investigar o documentarse sobre él, pues, al menos, desconozco autores que escriben desde el desconocimiento —aunque en estos tiempos es común la divulgación de fake news o paparruchas–; la práctica hace al maestro, hay que leer, ver y escuchar de todo, incluso consumir de vez en cuando chatarra, sabiendo que ésta es aquello y hay otro de calidad incuestionable; vivir, viajar y conocer nuevas personas y lugares permiten la constante actualización y ampliación del repertorio; y la (auto)crítica, muchos prefieren omitirla y quieren escuchar buenas palabras, a pesar de que el texto requiere mayor trabajo —suelo leer mis columnas, cuando ya están publicadas, y ha habido ocasiones en las que me golpeo contra el muro: encuentro no solo errores de escritura, sino de comunicación: esas palabras no fueron suficientes para mostrar el mensaje. Con lo anterior, quiero decir que la escritura es una labor, mas no un trabajo (para diferenciar estos conceptos, sugiero La condición humana (Hannah Arendt, España: Paidós, 2005)), que implica horas de dedicación, compromiso y formación: más que inspiración, son horas de labor para producir un cuento o un poema.

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Al respecto, sobre los textos que no se dejan escribir, recuerdo esta imagen, claro con ciertas imprecisiones: yo, un niño, estoy sentado frente al computador de mi padre y mando a imprimir mi primer cuento, La manzana de cristal, cuya única copia impresa se perdió y mi padre solo tiene una vaga idea sobre la historia, los frutos de cristal de un manzano parecen ser doradas, por los rayos del sol, y el egoísmo de unos pobladores hizo que el árbol fuera destruido para siempre. Una historia que suena a La gallina de los huevos de oro y me ha obsesionado con reescribirla, pero las versiones realizadas no logran ser suficientes, algunas de ellas se volvieron cuentos que tomaron caminos distintos. Frente a ella, hay una más, aunque el contexto es distinto: la historia de un perro dachshund, llamado Berlin, que camina en la noche por las calles de una ciudad; ésta se inspira en Emilio, la mascota de mi hermano. He escrito varias versiones del cuento, desde un perro perdido o abandonado hasta uno secuestrado por ladrones para solicitar su rescate, pero ninguno me ha convencido.

Estos dos ejemplos, haciendo un puente con el pintor, ilustran que la escritura es un ensayo de laboratorio, elegir qué unidades o materiales son significativos o funcionales para el producto, que muchas veces falla, por múltiples razones, y como ejercicio está bien, el nadador olímpico se prepara durante años para una competencia que dura horas: la escritura se forma con esfuerzo y trabajo y, por supuesto, habrá fallas o productos que, como en la industria, no cumple con los estándares de calidad. Se sabe, al menos de manera indirecta, que Juan Rulfo quemó o destruyó trabajos porque no le satisficieron.

Por supuesto, está la posibilidad que, si bien en nuestra mentes planteaba otro camino, en papel se refleja una versión mucho mejor: ¿a qué se debe? Esta pregunta merece mayor tiempo para reflexionar, pues evidencia un grado superlativo de complejidad, que incluye tanto el proceso intelectual y artístico de cada autor. Esto es, el escritor ha experimentado y tenido otras lecturas que influyeron y también sus propias decisiones artísticas cambiaron el rumbo del propio ejercicio. En efecto, lo anterior no es una respuesta satisfactoria o contundente, sino una suposición: más bien especulo sobre ello, sabiendo que es un fenómeno complejo.

¿Cómo el científico ejerce su profesión en el laboratorio?: se identifica un problema para después dar, en el mejor de los casos, una solución o conocerlo con profundidad e informar sobre sus avances o hallazgos. Por lo tanto, en el laboratorio se experimenta para respaldar o refutar una hipótesis. El escritor tiene una idea sobre un texto y, para realizarla, debe echar mano de su conocimiento en general y el lenguaje. Mi proyecto de Berlín por la noche, la historia del perro, falló por estas razones: el lenguaje elegido no cumple con los objetivos del texto, esto es que sea narrado por el can; el ritmo no coincidía con el sentido lúdico que quise darle; y no tuve plena conciencia sobre cómo resolver el problema de ver el mundo a través de los ojos de un animal, sin caer en el lugar común.

En otras palabras, los cuentos e historias que no se dejan escribir, al menos en el hilo de esta reflexión, se debe a múltiples razones, desde el lenguaje hasta el incumplimiento de los objetivos del texto.

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