La Gualdra 656 / Libros / Poesía
Las sombras del otoño siempre son un buen pretexto para evocar otras sombras. Y pues que otoño es, hablemos de la Caravana de sombras de Rubén Rivera, con el adicional pretexto de que han transcurrido ya diez años desde su primera edición.
Éste es un libro sobre el Rimbaud que no viene en los libros de literatura. De Rimbaud cuando ya había escrito la obra de Rimbaud y se había marchado de la literatura y también de Europa. Su periplo no nos es desconocido: lo sabemos agente comercial en Yemen, traficante de armas en Etiopía; sombra de su propio yo, guarecido bajo la sombra del dominio colonial europeo. Ahí se sitúa el libro, en la construcción de ese personaje esquivo que Rimbaud quiso ser.
Me gusta el título de este libro. No solamente por los tintes de suyo poéticos, entre el exotismo y el misterio, que un título así posee, sino, sobre todo, por las sombras mismas que convoca. La más evidente es la sombra del propio Rimbaud, en torno a cuyo sino trágico (el sino de la estirpe de Caín, de acuerdo con el epígrafe del libro) se tejen algunas de las páginas más brillantes de la obra, más nutridas de esa especie de sabiduría que nace de un dolor espiritual asumido a conciencia y plenitud:
Su espíritu humea sobre las cenizas del olvido. ¡Ah! todo es efímero en el pentagrama de su memoria, en las aguas del viento que lo nombran. La tristeza de la luna se derrama en la arena y se burlan de él las estrellas que brotan del cielo…
Pero los poemas también convocan a la sombra de esa Europa de la cual proviene el poeta; sombra que el poeta arrastra consigo en su modo de ver el planeta y de vivirlo (en algún momento, cerca del inicio del libro, se habla de la eficiencia con la cual Rimbaud sirve al comercio colonial: el poeta se ha convertido en un agente de esa paradoja que era y sigue siendo Europa, tan civilizada y culta, y a la vez tan arrogante, tan utilitarista). Y a la caravana se suman también las sombras del lenguaje, los restos de un Rimbaud poeta que se coronó como una cima del arte y se metamorfoseó muy pronto en una sombra de sí mismo. Y se suman también las sombras del pasado y la memoria, de lo que queda disperso y desdibujado en testimonios del devenir de Rimbaud. Escribe, por ejemplo, esta página imaginaria el sirviente de Rimbaud, página entre cuyas líneas se asoma un personaje que es concreto y definido en su presencia, y a la vez esquivo y dueño del secreto de sí mismo:
Mi señor es silencioso, taciturno, desconfiado y cuando le sube la fiebre es sumamente irritable y ofensivo.
Tras su terrible máscara, lágrimas errantes. Cuando me abraza siento alacranes que me recorren y las hienas ríen en mi sangre.
Mi señor Rimbaud, la vida es larga porque existes, y los astros brotan desde nuestros cuerpos.
Caravana de sombras es una caravana de fragmentos de prosa poética, construidos con brillo y con oficio. Lo fragmentario del libro es un acierto. Un discurso continuo, bien estructurado, habría constituido una imposición al lector. Habría constituido una historia, meramente una historia, con sus personajes, su desarrollo, sus conclusiones intelectuales o incluso morales (algún tipo de explicación sobre Rimbaud, un sí o un no a favor del hombre Rimbaud y de su odisea). Rivera evade esos lastres. No ofrece una crónica documental sobre el personaje, sino un flujo de momentos poéticos. Recuérdese que estamos en todo momento frente a un libro de poesía. ¿Y qué es aquí lo poético? He referido ya, pocas líneas atrás, el brillo y oficio de la prosa. Pero lo poético en esta Caravana de sombras radica, sobre todo, en lo humano. El libro versa sobre lo humano en su más llana verosimilitud: su violencia, su descreimiento, su tragedia, su camino de destrucción, que es el camino de todos, pues a la destrucción es a donde se encaminan los más elevados frutos de nuestro ser. Estos fragmentos de un diario imaginario de Rimbaud dan cuenta de esa tensión entre dos rostros igualmente auténticos de lo humano: lo humano acuciado por la búsqueda del conocimiento y lo humano que se entrega sin reservas a la crueldad:
Mayo 20, 1882 (martes)
La niebla cubre las palmeras y las nubes se abisman en la lejanía. Escribo desde Adén: desearía información sobre los mejores fabricantes franceses o extranjeros de instrumentos de matemáticas, óptica, astronomía, electricidad, meteorología, neumática, mecánica, hidráulica, y mineralogía. No estoy interesado en instrumentos quirúrgicos. El aire huele a flores y me asomo a este paisaje desde adentro como a una llaga…
Febrero 10, 1887 (miércoles)
Tres mil guerreros fueron abatidos y aplastados en un abrir y cerrar de ojos por los soldados del rey Menelik. Se recogieron seis mil testículos como trofeo y se instauró un nuevo régimen.
Es en esa tensión que brota la belleza. La belleza de Caravana de sombras no es una belleza apolínea, de la claridad y la solidez, sino una belleza de lo quebrado y de lo efímero. Parece como si Rivera quisiera decirnos que también en el derrumbe, y quizás con más razón que en cualquier otra parte, hay belleza. Concuerdo con Rivera en que existe de hecho una estética del derrumbe, dentro y fuera del arte, porque en el derrumbe de la persona, en la derrota de sus afanes y sus empresas, brilla singularmente lo que de dignidad existe en la persona misma.
Me gusta Caravana de sombras porque me deja entrever las posibilidades dramáticas de lo humano: el dolor, la locura, la poesía. Es lo humano in extremis: la poesía absoluta, que aspira a un conocimiento absoluto y a una absoluta decadencia. O sea, es la condición humana tal cual: despojada, a la intemperie, sin credos revelados, sin tabla de salvación. Me gusta la imagen de Rimbaud como se muestra en el libro. Porque, a diferencia del hombre del norte que se aproxima al sur global en busca de una idealizada concepción de lo sagrado o de medios para aturdirse y anestesiarse (llámense borrachera o peyote, fentanilo u opio), el hombre Rimbaud se decanta al sur por una irresistible fuerza de su propia naturaleza. Porque en el sur, en el salvajismo, decadencia, peligro y violencia del sur, el poeta se reconoce. No busca un nuevo yo, ni reformarse, ni purificarse; busca, en todo caso, destilarse, ser más yo, ser más Rimbaud. Sentarse a la mesa de lo humano verdadero, comer el pan con todos los hombres y padecer, con ellos, el hambre verdadera. No para salvarlos ni para salvarse; solamente para ser.
Su gloria está en el viaje, en el canto del peregrino. Ha saboreado el abismo y el vaho de la muerte en las arenas del desierto… Toda cosa que nace es una pesadilla en el mundo, y aquí está soportándose en los fuegos del día como una rebelión del espíritu. Se recuesta ebrio y cansado sobre la isla del mundo que no tiene fin.
¿Admira Rubén Rivera a Rimbaud? Caravana de sombras es un homenaje a Rimbaud, pero no es una alabanza a Rimbaud. Ni siquiera al poeta Rimbaud, a sus logros literarios. El hombre Rimbaud se nos muestra, se nos revela, en su avalancha de claroscuros. No está ahí para que lo ames. En todo caso, podrías identificarte con él, reflejarte en sus llagas, dejar que con sus actos delinee tus propios actos, que con su humanidad doliente prefigure tu propia humanidad y tu propio dolor. Rivera, creo, admira a Rimbaud porque reconoce en Rimbaud la virtud de ser libre y de ser diferente, y de asumir a fondo esa libertad y esa diferencia.
Hace años un jurado constituido por Héctor Carreto, David Huerta y Eduardo Langagne concedió a Caravana de sombras una mención de honor en el Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México. De ahí data su primera edición, aún asequible por Internet. Una segunda edición fue publicada hace tan solo dos años, bajo el sello Reverberante. Aún circula. Siempre es buena noticia que un libro de poesía, en especial una obra estimulante, como ésta, y brillantemente ejecutada, permanezca al alcance de los lectores.