La Gualdra 562 / Libros
Afuera, una luna llena escondida en nubes a punto de reventar adorna la noche citadina. Adentro, en el escenario semioscuro, otra luz, artificial, se centra y acompaña los movimientos tenaces y sutiles de las manos de una bailaora con su vestido flamenco, rojo y ondeante. Taconea. Hace hablar el tablao del teatro y callar a quienes la observan desde los asientos. Otra luz en dirección contraria muestra a dos, quizá tres guitarristas que acompasan el baile. Guitarras dramáticas. Desgarran el tiempo. Conmueven. Mientras, Pilar, gitana, danza y suda sin parecerlo. El teatro todo centra su vista en el espectáculo, que concluye con un faldeo final, enérgico, como ola reventando, que levanta los aplausos de quienes concurren al ritual.
Las luces se encienden y dejan ver en toda su magnificencia el interior del recinto. Esa noche, lejana en el tiempo y lluviosa, la aparición en el cielo de un relámpago cobrizo haría más inolvidable el recuerdo y la experiencia visual de Ernesto Lumbreras, coronada en la bóveda del Teatro Degollado con el mural de Jacobo Gálvez, de quien después supo que era el hacedor también del entonces y hasta ahora, mayor recinto cultural de Guadalajara, construido junto al sitio final de la fundación de la entonces villa.
Por mera coincidencia, inicio esta reseña del libro Un relámpago bermejo. El Limbo de Dante en el Teatro Degollado (Typotaller, 2022) del poeta Ernesto Lumbreras, el 14 de febrero de 2023, mientras que habitantes de esta ciudad cumpleañera se concentran en el centro de la ciudad junto con funcionarios de gobierno para celebrar con mariachi, chocolate, picones y jericallas su 481 aniversario.
Esta ciudad que se habita, contiene entre sus calles, cuadras y demarcaciones una cantidad no menor de acontecimientos intangibles y símbolos tangibles que la han ido moldeando paso a paso para poner a nuestros ojos lo que hoy es y que este día se celebra. A ese tenor, una significativa y añosa arquitectura define esta urbe, que ha evolucionado con el tiempo. En su primer cuadro, una serie de edificaciones y monumentos la hacen identificable nacional e internacionalmente. Hay entre ellas dos construcciones que destacan y que tienen ciertas semejanzas. Me refiero al Hospicio Cabañas y al Teatro Degollado, el primero decorado con murales de José Clemente Orozco y el segundo por el ya mencionado mural al óleo del arquitecto Gálvez.
Sobre ambos recintos se ha escrito una cantidad significativa de ensayos y libros de distintas fechas y desde diferentes perspectivas, a la cual se agrega el libro de Lumbreras, testigo del baile de Pilar Rioja con el que se abre esta reseña. El libro se compone de 10 apartados presentados un tanto por orden cronológico y otro por el proceso de construcción del teatro y la elaboración del mural. Inicia este periplo el autor haciendo una crónica de las fundaciones de Guadalajara, para establecerse con éxito donde años después se levantaría el planeado Teatro Alarcón, en honor al dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón; las circunstancias zigzagueantes entre la paz y la guerra llevaron a que el nombre cambiara a quien inició con el proyecto de construcción del recito, el entonces gobernador Santos Degollado, y que recayó en la responsabilidad del arquitecto Gálvez.
El dossier de fotografías de Arturo Aguirre, incluido a la mitad del volumen, lo hace más deleitable y visual, algo necesario al tratarse del análisis de una obra arquitectónica y pictórica. También el diseño y la diagramación de cada capítulo, con pequeñas ilustraciones al margen de las páginas, hacen más estética la presentación.
Es importante decir que Un relámpago bermejo es un docto documento histórico tanto sobre el teatro, como sobre el estilo y contenido muralístico de la bóveda, la evolución del dogma del Limbo y las ideas de la época; pero, al mismo tiempo, es también una metáfora de la ciudad y su raigambre cultural.
Lumbreras, en su oficio de narrar y explicar un momento preciso, histórico, también, como una centella, nos alumbra con suficientes rayos de luz sobre una serie de interrogantes que nos hacen transitar por el significado de una cultura tapatía que se hermana con la universal a través de los símbolos y personajes que Gálvez plasmó en la bóveda, extraídos de la Divina comedia del poeta Dante Alighieri, particularmente del canto IV del Infierno, dedicado al Limbo, donde “sin esperanza, vivimos en deseo”, en palabras del guía de Dante por ese lugar, Virgilio.
Desde el primer capítulo del libro, el autor define a Guadalajara como una ciudad dantesca, en el sentido de afinidad con el pensamiento y la obra del poeta italiano, pero destaco algo un poco más allá, y que tiene que ver con otro significado de lo dantesco, más relacionado con lo impresionante y desagradable, como lo es el clima de agresión y violencia que actualmente se vive.
En este contexto, Lumbreras destaca el mural de Gálvez como un símbolo de la armonía y la belleza del pensamiento humano, a través de personajes que nos han legado la clarividencia de las ideas antes que la barbarie, artistas, filósofos y escritores que han pugnado y dado prioridad a una humanidad donde brille y reine la inteligencia y paz, no la guerra y la crueldad que acompañaron y acompañan al ser humanos y su expresión bélica y violenta que sin sentido amenaza al Estado, al país y al mundo.
Así, el teatro y su mural parecen decirnos, incluso desde su frontispicio, que merecemos la paz y no la discordia, iluminada por el pensamiento y por la herencia racional de quienes habitan el Limbo dantesco. Como lo menciona acertadamente el mismo Lumbreras: “Después de un campo de batalla permanente, el territorio mexicano debería convertirse en un jardín a imagen y semejanza del Limbo de Dante, donde las mentes más brillantes discutieran y acordaran –de una vez por todas– salir del infierno de las balas y los obuses”.
* Ernesto Castro es escritor y corrector de textos. Escribe para Cuarto de Guerra y ha colaborado con Partidero.
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