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sábado, 20 abril, 2024
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Stanislaw Lem

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

El 28 de enero de 2021 fallece en Moscú el actor Vasily Lanovoy. Entre sus muchas actividades, quizá desconocidas en occidente, trabajó para el teatro Vaktangov de Moscú, en obras donde se incorporaban máscaras, vestuarios elaborados o escenarios abstractos (en la línea de Stanilavskio Meyehold) También grabó películas. Una de las más memorables es en la que actuó en 1968, bajo la dirección de Boris Nirenburg, titulada “Solaris”. Esta película se transmitió por la televisión soviética en plena guerra fría. ¿De qué trata? Muy visible es el tema del viaje al espacio exterior del psicólogo Kris Kelvin, a un planeta en donde existe un único ser viviente que, como un enorme océano, lo cubre todo. Una vez ahí, Kelvin, como sus predecesores, se enfrenta a ese extraño ser. Más fortuna tuvo la película de 1972 de Andréi Tarkovski (otro ruso) también titulada “Solaris”. Creía este director en una forma de fantaciencia, o ciencia ficción, cinematográfica diferente a la ofrecida, por la misma época, en la “Star Wars” de George Lucas. Si se contemplan ambas películas se notarán las enormes diferencias formales. Mientras Lucas explota los escenarios decadentes y las rememoraciones míticas (¿no es acaso “StarWars” apenas el episodio IV de una historia ocurrida hace mucho, mucho tiempo?) en los que despliega una acción incesante, Tarkovski decide narrar una historia íntima. Alrededor de las reflexiones de Kris Kelvin, psicólogo comisionado por los altos mandos de un apenas disimulado politburó, construye una narración pausada, en colores atinentes a las emociones de los personajes, con cero escenas de acción y escenografías que recuerdan aquella ciudad de París utilizada por Jean Luc Godard para simular el futuro en “Alphaville, o la extraña aventura de Lemmy Caution” de 1965. ¿Sobre qué reflexiona Kelvin? Acerca de un tema básico de Stanislaw Lem, el autor de la novela “Solaris”, de donde Nirenburg y Tarkosvki tomaron la inspiración de sus películas. Ese tema es la “otredad”, aquella sensación de extrañeza ante lo que no corresponde a los hábitos e ideas de una civilización histórica. Extrañeza es lo que sintió la expedición de Hernán Cortés ante México-Tenochtitlán. O el inglés Percy Fawcett frente la anaconda de 19 metros que dijo haber visto en algún lugar entre Brasil y Bolivia, o la que deseó sentir si acaso hubiese alcanzado la postulada, aunque no encontrada, ciudad Z de sus sueños. Tal sensación invadió a Kelvin cuando, tras haber arribado al planeta Solaris, descubrió lo que volvía emocionalmente inestables a los habitantes de la estación espacial geoestacionaria, a más de 36 mil kilómetros de altura, que vigilaba los movimientos del océano viviente. Por supuesto, el tipo de cine de Tarkosvigana buenas críticas, premios en Cannes y la denominación de “cine de culto”, pero no funda imperios comerciales, como el de “Star Wars”. Sin embargo, a pesar de su inutilidad para hacer dinero, la novela “Solaris” vuelve a ser rodada de cuando en cuando. Hacia 2002 aparece la versión cinematográfica de Steven Soderbergh, donde, en clave de Hollywood, presenta a un Kris Kelvin centrado en sus remembranzas románticas y la idealización de su esposa muerta. Trivializa el encuentro con la otredad al punto de volverla invisible. Y al hacerlo indica una respuesta típica ante lo extraño: su reducción a parámetros conocidos, manejables. Tal es, por cierto, una de las limitaciones que Stanislaw Lem denunció en la fantaciencia americana e inglesa: la tendencia a reducir a sus propios términos aquello que podría ser irreducible, como el océano viviente de Solaris. Recordemos aquí que, en la ficción americana o inglesa de mediados del siglo XX, el encuentro con los extraterrestres se resuelve en los términos de la guerra fría, similares a los de las películas de Hollywood: o la civilización humana es sojuzgada por las potencias ultraterrenas, o la democracia resulta vencedora. Lo notable de “Solaris” es que esas ideas son inaplicables: no se puede conquistar un océano viviente, ni tal ser muestra interés en sojuzgar a la humanidad (¿para qué?). Lem cumpliría 100 años el 21 de septiembre de 2021 porque nació un 21 de septiembre de 1921. De joven quiso estudiar medicina, como narra en su autobiografía “El gran castillo”, sin embargo, abandonó esos estudios porque la ciudad de Leópolis, en Polonia, fue invadida en 1939 por el ejercito rojo y a continuación por las tropas alemanas. Los defensores de la ciudad se enfrentaron, en sucesión, a los invasores soviéticos y alemanes. Cayeron el 22 de septiembre de 1939 ante los soviéticos. Lem murió el 27 de septiembre de 2006 en Cracovia, Polonia. Aparte de novelas escribió largos ensayos que podrían ser clasificados en el género de la divulgación científica, el más logrado de los cuales es “Suma tecnologiae”, así como artículos de algo cercano a la crítica literaria, aunque por su precisión conceptual podríanacercarse a la teoría de la literatura. En estos artículos de crítica es donde alegó contra la ciencia ficción americana, por miope, así como contra la teoría de la literatura fantástica de Tzvetan Todorov, a la que consideró un lecho de Procusto en el que no cabían ni Borges, ni Kafka, y mucho menos el propio Lem. Quizá valga la pena releerlo.

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