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martes, 23 abril, 2024
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Fernández Fuentes. Saavedra Toro, una pesquisa histórica

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 483 / Libros / Op. Cit.

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Envueltos en las más diversas impresiones del pasado, sin llegar, eso sí, al peligroso sitio de la nostalgia, los seres humanos recuperamos lo andado para abrirnos un mejor camino.

Hacemos, imposible vivir sin memoria, historia.

De acontecimientos y procesos, de colectivos y sujetos.

Recuperándolos.

Saavedra. Un anarquismo, de Aurelio Fernández Fuentes (Puebla, 1951), recientemente puesto en circulación por el Fondo de Cultura Económica, reúne al menos dos entidades de la observación histórica, la del ácrata gaditano Abelardo Saavedra Toro (1860-1938) y la de los movimientos anarquistas que se generaron hacia finales del siglo diecinueve y hasta su ocaso con la Guerra Civil española.

Economista y periodista, Fernández Fuentes deja de manifiesto en esta historia no solo sus oficios sino un elemento adicional, la pasión sobre el personaje recuperado, historiado, antecesor suyo en tercera generación, rayando en lo que llama “parte de mi propia biografía”.

¿Quién fue este anarquista español?

Escribe Fernández Fuentes:

“La vida de Abelardo Saavedra Toro es semejante a la de muchos trabajadores e intelectuales que se sumaron a la lucha por la transformación de una sociedad injusta, prefigurando una manera de convivir armónica, racional y equitativa. Decenas y decenas de personajes se asemejan en la vida que llevaron y las metas por las que pasaron penurias a veces inimaginables, pero también una vida llena de satisfacciones en tanto transitaron conforme a una norma de aceptación colectiva e individual”.

De manera que, al adentrarse el lector en cada una de las etapas del personaje, “simpático, guasón”, lo hace también en el derrotero de las experiencias del anarquismo, “es posible alcanzar la sociedad comunista”, derivadas de las tesis de Bakunin y Kropotnik, entre otros.

Saavedra. Un anarquismo, con epílogo de José Luis Gutiérrez Molina, es minucioso y extenso al elaborar los perfiles del personaje; pero no se espante el lector, su escritura mantiene a lo largo de las más de cuatrocientas páginas un tono amigable, casi de crónica, anudando una importante diversidad de fuentes, incluidas ciertas vicisitudes en los momentos de la investigación-redacción.

 

Hacia la acción colectiva

Como también la postura, en perspectiva y actual, del historiador ante el anarquismo.

Leemos:

“Vale la pena afirmar que, estoy hoy convencido, quienes atentaban contra la vida de los reyes o los dirigentes más opresores no eran terroristas, aunque la propaganda contraria y hasta escritores del mismo bando los llamaran así. Mucho menos si pensamos en aquellos comparándolos con los de las olimpiadas de Alemania en 1976 o el de las Torres Gemelas o el 11M en Atocha. Eran en realidad magnicidas, regicidas. No pretendían (aunque lo propiciaran) generar miedo y pánico entre la población: querían eliminar al vértice del triángulo opresor y abrir con ello el camino para llegar a la sociedad ideal. Estaban seguros de que la acción individual haría estallar la acción colectiva”.

Entre los hallazgos de un registro de bautismos y la crónica de la manifestación multitudinaria en oportunidad de su muerte, el libro detalla los diversos oficios que Saavedra Toro ejerció durante muchos años, y en diferentes sitios, a partir de los cuales se vinculó a las organizaciones y actividades anarquistas. De igual manera da cuenta de la conformación de su prolífico clan, con los años repartido en distintas ciudades de España y América.

Varias fueron las profesiones ejercidas por el personaje, destacando sin duda las de periodista (mucho tiempo firmó con el seudónimo de Garín) y pedagogo, a un tiempo anticlerical y partidario de la igualdad de géneros y el ecologismo, actuares que lo condujeron a varios encarcelamientos.

Casi un anciano, Saavedra Toro fija su residencia en Barcelona, de larga tradición ácrata, donde participa en la formación de sindicatos de sastres. Será en esos ambientes, de creciente efervescencia republicana y en el horizonte la llegada del fascismo, donde experimentará la “prueba de fuego”, tanto individual como compartida, que marcará “el fin de la utopía anarquista”.

Lo explica así Fernández Fuentes:

“El resultado histórico fue que los anarquistas entraron a los gobiernos, el catalán y el español, pero sin controlarlos del todo; y, al mismo tiempo, empezaron una revolución sin concluirla, sin controlarla tampoco. Sin llamarla por su nombre, el fantasma de la tesis marxista-leninista de la dictadura del proletariado se cernió sobre estas mujeres y estos hombres, sobre estos contingentes que tuvieron en el puño y en sus fusiles la posibilidad de hacer una revolución absolutamente proletaria, por su composición y su ideología, y no pudieron hacerlo. No podían hacerlo sin renunciar a los principios antiestatistas que los definían, a los principios antidictatoriales que siempre enarbolaron”.

Saavedra. Un anarquismo, vuelta a la verdadera acracia, al menos desde la recuperación personal e histórica, urgente en la normalidad del mundo neoliberal.

 

 

 

La muerte de Saavedra

Como una metáfora, su cuerpo en la fosa común de Montjuïc ha sido la del destino de la Revolución española. Aquella que comenzó en 1870 con el primero congreso obrero en Barcelona y estalló aquel inverosímil verano. Uno y otra, Saavedra y la revolución, a pesar del ninguneo al que han sido sometidos, los olvidos interesados, las negaciones y, hasta las falsedades, pervivieron. No fueron excepcionales, sino el resultado de otros muchos saavedras, como los que lo acompañaron en tierra barcelonesa y permanecieron en la experiencia de millones de españoles.

José Luis Gutiérrez Molina

 

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Aurelio Fernández Fuentes, Saavedra. Un anarquismo, FCE, México, 2021, 448 pp.

* @mauflos

 

 

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