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jueves, 28 marzo, 2024
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La otra polaca

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

En muchas de las entregas anteriores se ha hablado, así como quién no quiere la cosa, del desarrollo individual de buenos hábitos en la comunicación humana y por ende, del fortalecimiento de las relaciones interpersonales positivas. De hecho, se creyó que durante estos angustiosos períodos de tiempo en que la aparición de la pandemia obligó a la gente a confinarse, se creyó que ante lo impredecible de las circunstancias y las historias por escribirse, las personas optarían por llevar a cabo actos de constricción que los acercara a niveles de conciencia superiores que fueran visibles en acciones de vida cotidiana y que permitieran afirmar que se está andando el camino correcto en la construcción de una nueva forma de vida que tenga que ver con la adquisición y desempeño de hábitos cotidianos amables y constructivos.

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Pero no. Nada que ver. Así como todo lo que es tendenciosamente conveniente para aquellos que quieren que todo se mueva a su favor con la ley del mínimo esfuerzo, se exigen cambios en otros para seguir manteniendo los mismos privilegios que por logros de cualquier tipo alcanzaron en el pasado, los quieren seguir manteniendo,

ndependientemente si las condiciones son o no propicias. Los tiempos exigen cambios sustanciales y no es creíble que se puedan lograr dado que el pasado inmediato, léase alrededor de cincuenta años, la educación de calidad dejó de fomentarse y se ha visto un deterioro paulatino en casi todas las áreas de desempeño humano. Sobre todo, aquellas que tienen que ver con el fomento a la conciencia comunitaria, la protección ambiental y la participación ciudadana efectiva. El proceso de desarrollo sostenido al que se aspiraba con el proyecto de lo que se llamó la Revolución Mexicana, terminó en un lamentable atraco de dimensiones inconcebibles. Pero esto es lo que se tiene para vivir, como dice doña Cristina.

La política no es la excepción. En este período de elecciones se sigue siendo testigos de un montón de campañas que simplemente no aportan nada nuevo. Cada vez se escuchan menos propuestas medianamente bien apuntaladas y estas apestan a demagogia y a pobreza programática y ya ni aspirar al aterrizaje de argumentos novedosos que tengan al menos la mínima idea de cómo se van a enfrentar las circunstancias del presente y los reclamos del futuro.

Se sigue vendiendo el descrédito ajeno en formas que, además de escandalosas, proyectan la precaria capacidad intelectual de quienes las sustentan. Otro aspecto grave es que la aldea rústica prevalece hoy y parece que cuesta mucho trabajo entrar en los compromisos inevitables y desarrollar las capacidades necesarias para enfrentar con éxito el futuro inminente. Este rusticismo prevalece y mantiene cautiva a mucha gente que disfruta el morbo que estos episodios generan, y así por el estilo siguen dándose las cosas y todo parece que en las contiendas se siguen observando, a falta de buenas propuestas, las inefables lluvias de lodo. Y esto no es fortuito, se insiste, es para lo que da la educación colectiva.

Y entonces, surge nuevamente la sugerencia de que en estas refriegas deben prevalecer propuestas fundamentales encaminadas a solucionar las calamidades derivadas de la mala educación y empezar, ahora sí, a capacitar a las nuevas generaciones en las habilidades necesarias para enfrentar cualquier futuro, con inteligencia y visión orientada a enfrentar los nuevos tiempos. Las campañas debieran apoyarse de equipos conformados por educadores, artistas y hombres de ciencia de verdad. Además de darle frescura a la contienda, mantendrían a la ciudadanía a la expectativa, analizando el porvenir con mayor confianza en aquellos que se hagan cargo de hacer funcionar las instituciones. Por otra parte, los dineros de las campañas estarían siendo utilizados mejor que nunca, al permitir que personas inteligentes y bien intencionadas estén participando en el diseño de un modelo de vida que pueda ser más amable que el que ahora se tiene que soportar.

Aún es tiempo de diseñar campañas “amigables” que le den una nueva dimensión a las mismas y los ciudadanos estarían ante nuevas formas de participación, empoderados, en el compromiso de construir un México mejor. Además, ya es hora de cambiar, y qué mejor que los eternos grupos de grillos empiecen a tratar a la ciudadanía como si fuera un ente con inteligencia y dignidad. Por algo hay que empezar. ■

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