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sábado, 20 abril, 2024
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Pantagruel

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

¿Qué es un “clima de ideas”? Parece que fue Guillermo Hurtado en su libro “La revolución creadora” (UNAM, 2016) quien introdujo este concepto. Lo define en la página 3 de la obra citada como: “Un “clima de ideas”, como el clima en sentido meteorológico, está conformado por diversos elementos que interactúan para formar un sistema en constante cambio. Lo que sostendré sobre la base de esta analogía es que hay periodos históricos en los que aparecen,predominan y luego se alejan, oleadas de intuiciones, preocupaciones, interrogantes que conforman esos climas que envuelven, como nubes o tormentas, los “campos intelectuales””. Un campo intelectual, concepto introducido por P. Bourdieu, es una red de comunicación que involucra “intelectuales, artistas, académicos, editores y burócratas culturales o universitarios que tejen diversas redes de relaciones, coincidencias y discrepancias”. ¿Para qué puede servir este aparato conceptual? Para explicar un fenómeno que aconteció en la Universidad Autónoma de Zacatecas(UAZ) en los 1970 y que permanece como una incógnita. Se puede expresar de la siguiente manera: ¿por qué los universitarios de aquella época aceptaron comprometer a la UAZ con un contrato colectivo de trabajo que, a la luz de la razón, era inviable? Poco se habla de esto, los historiadores de Zacatecas prefieren la minería, las costumbres democráticas, los años del siglo XIX en los que se forjó la nación o la omnipresente influencia de los masones. No voltean hacia la UAZ excepto para enaltecerla, no para comprenderla como una institución sometida al flujo de los procesos históricos. Desde una posición política comprometida se puede lanzar la anatema sobre aquella generación de universitarios que inventaron las crisis de la UAZ, pero con ello no se comprende nada acerca de las razones, condiciones y motivos que los impulsaron a preferir el “principio del placer” por encima del “principio de realidad”. Con los conceptos introducidos se puede, al menos, establecer que fue un clima de ideas muy particular de los años 1970 lo que abrió la posibilidad de soñar con una pensión decorosa a toda una generación de universitarios. Comencemos por suponer que los climas de ideas pueden nacer en cualquier parte de la red de relaciones sociales de un ambiente específico, en este caso la universidad. Durante los 1970 el tamaño de la UAZ permitía una comunicación tan fluida como si hubiesen contando con dispositivos de telecomunicaciones. Para que surjan los movimientos de la atmósfera, por usar la analogía de Hurtado, se requiere un gradiente de presión que coloque las masas de aire en movimiento. ¿Cuál fue ese gradiente en el terreno de las ideas? ¿qué generó un desequilibrio en una provincia tradicionalista y retrograda? Si se sigue al Daniel Bell de “Las contradicciones culturales del capitalismo”, es muy probable que ese desequilibrio haya surgido del subsistema de la cultura. Fue algo en el ambiente cultural zacatecano lo que amplió los sueños y delirios de los universitarios de los 1970. Una hipótesis que parece aceptable, salvo mejor idea, se encuentra en el libro “El aliento de Pantagruel” de Alejandro García (UAS, 1998). Tal libro es un intento de historia regional de la literatura, dedicado a narrar, desde un enfoque analítico, las vicisitudes de los escritores nativos de San Luís Potosí, Zacatecas, Guanajuato y Aguascalientes. Pretende demostrar la existencia de una literatura moderna fuera de la Cd. de México y cancelar los mitos de la provincia cursi. Según García, en la periodización que propone, fue a partir del sexenio de Luis Echeverría que “se intensifica el apoyo a las Casas de Cultura con la idea de difundir las técnicas artísticas, entre ellas la literatura”. Apoyo significa dinero. Y lo hubo no sólo para las Casas de Cultura sino para las universidades. Con ese flujo de dinero y las energías sociales de la región, las aspiraciones desbordadas y los deseos implacables se generó una sinergia que produjo escritores modernos, así como nefelibatas universitarios que, literalmente, se abandonaron al principio del placer. Moderno significa para García aquel que logra romper con su tradición, con el Zacatecas inventado en la poesía modernista de López Velarde y las cabezas de los conservadores de oficio, para instalarse en la “tradición de la ruptura”. Concepto este que García tomó de “Los hijos del limo” de Octavio Paz. Queda localizada la causa del clima de ideas: el flujo de dineros estatales, así como el proceso ocurrido: ese dinero entro en sinergia con las mentalidades juveniles para producir escritores modernos y revolucionarios de oficio. Unos leían a Kafka y Joyce y otros a Marx. Mientras los escritores construían un Pantagruel regional, los universitarios alzaban su muy particular ogro revolucionario insaciable, goloso cuan avaro consumidor del presupuesto universitario. Sin embargo, ese clima de ideas tuvo un final, también identificado por García: al concluir el sexenio de López Portillo el sueño terminó. Se impuso el principio de realidad y tanto los escritores contestatarios como los revolucionarios de las aulas debieron replegarse. Sin el flujo de dinero del Estado, del ogro filantrópico, se agotó aquella imaginación lúdica de los 1970 y se transformó en la tecnocracia de los 1980. Nadie, pues, es capaz de superar el clima de ideas de una época, tal parece ser la lección.

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