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viernes, 19 abril, 2024
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Luis Zapata y ‘En Jirones’

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 455

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Guardo En Jirones conmigo desde abril de 1997, cuando la encontré por casualidad en una feria del libro; la compré sin pensarlo dos veces porque acababa de leer Los postulados del buen golpista y me había fascinado cómo de una manera tan lúdica e inteligente, su autor, Luis Zapata, era capaz de recrear las pasiones más viscerales, íntimas y divertidas de sus personajes. Los postulados… es la historia de una mujer –la Billy– que vive en la CDMX, desenfadada, con una pulsión incontrolable por desafiar al sistema; robar en centros comerciales, el cine y el reventón eran tres de las actividades que más disfrutaba: cada golpe exitoso a un almacén contribuía a la satisfacción de sentirse viva, libre y auténtica en una época en que las mujeres empezaban en México a gozar de cierta independencia. De alguna manera, la Billy pudo haber sido amiga de Adonis García, el Vampiro de la Colonia Roma; ambos tenían su particular manera de disfrutar la vida, de atestar golpes, de abonar a su propio placer, sumergidos en una atmósfera velada por cierta melancolía. Me hice de En Jirones sabiendo que seguro me gustaría, pero no solo me gustó: la gocé y la padecí de principio a fin.

Este libro, publicado por primera vez en 1985 por Editorial Posada, es un monumento al amor, al dolor. Sebastián es un hombre maduro, amante del cine, quien conoce un día a otro personaje que sería el amor de su vida: “A”. Se llama “A” porque cuando alguien empezaba a tener importancia para él “perdía de inmediato las letras de su nombre para conservar únicamente la inicial”. El inicio de la historia anticipa la vorágine de sentimientos encontrados con los que se topará el protagonista, intuye que el encuentro con A irá más allá del enamoramiento, esa sensación de “una alegría mezclada con ansiedad cuyo vórtice se localiza en la boca del estómago, y que a veces nos produce unas ganas incontenibles de brincar, y otras más, prosaicamente, de cagar”; enamorarse, dice Sebastián, “entre otras cosas es perder el control de los esfínteres”.[i]

Suele ser cierto que cuando uno se enamora, además, hay una tendencia por encontrar similitudes de lo vivido, de la emoción generada, con otras historias que nos han impactado… lo mismo con escenas narradas en películas, que con frases de canciones que carecían de sentido hasta antes del encuentro con el destino amoroso, se vuelve uno un tanto cursi y cae con facilidad en el ridículo, “A partir de ese instante ya nada nos salvará: estamos a merced del amor; nos volvemos débiles, vulnerables; se nos va la voluntad como a zombis insepultos. Nuestro lenguaje cambia, el lugar común adquiere resonancias insospechadas. Nos lleva la chingada, en pocas y coloquiales palabras, y ni siquiera nos damos cuenta. Porque el amor es como la locura: uno ignora que es su víctima hasta que la vivencia se ha alejado lo suficiente”.[ii]

Sebastián fue víctima del amor, un amor lleno de incertidumbre, de desesperación y de emocionantes subidas y bajadas de ánimo, porque esa relación tenía además la peculiaridad de construir con una sola mirada el cielo y de destruir con una sola palabra como la más terrible hecatombe. Encontrar a “A” fue como subirse a la montaña rusa después de haber comido en la feria hasta saciarse… del placer al odio, de la avidez al vómito, de la lucidez a la locura… Sebastián y A -al más puro estilo rayuelianoandaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse. La historia de estos dos enamorados es la de dos seres humanos con una capacidad de sentir, gozar y sufrir lo inimaginable; ambos eran hombres, pero pudieron haber sido dos mujeres, o un hombre y una mujer también: el amor no conoce de preferencias sexuales, “el amor, como la desgracia, es siempre imprevisto; aparece cuando menos se le espera; por más racional que se trate de ser, por más cálculos de probabilidades, siempre acaba uno dándole las nalgas al azar”.[iii] En Jirones es una novela memorable, la volveré a leer y siempre recomendaré que se lea.

Luis Zapata Quiroz (Chilpancingo, 1951) tenía 69 años cuando su corazón dejó de latir este pasado 4 de noviembre de 2020. En La Gualdra celebramos su vida agradeciéndole lo mucho que aportó a la literatura mexicana. La suya siempre fue una voz para visibilizar, humanizar y hablar con maestría, honestamente -de frente, como vivió él- de la vida y de lo humano. Buen viaje, Luis Zapata, te recordaremos siempre.

 

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https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_20gualdra_20455

[i] Zapata, Luis, En Jirones, Primera edición en Lecturas Mexicanas, México, 1994, pp. 25-26.

[ii] Ibídem, pp. 26-27.

[iii] Ibídem, p. 28.

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