Vaya contrariedad titular con tal dramatismo esta entrega. Un halo desagradable de amarillismo me desconcierta al momento de redactar estas líneas. Obedece a la lectura del peor momento del régimen encabezado por Donald Trump en los Estados Unidos. A sendos reportajes de medios (liberales, hay que anotar) que no hacen sino acelerar los días que corren rumbo al 3 de noviembre. Lo peor de todo es que, con las pruebas y un mínimo de racionalidad, el dramatismo no es tal: es una aberrante realidad que solo los necios, fanáticos o cínicos podrían negar (últimamente los tres adjetivos anteriores se han convertido en sinónimos). Se ha dicho mucho ya, en estas mismas páginas: en Donald Trump y su funesta administración no nace ni acaba la serie de fenómenos perniciosos que representa. Pero los agrava, les da volumen, voz: poder; y no poca cosa: el que aún con todos los cambios geopolíticos se mantiene como el poder más grande de nuestra era, el poder que puede llegar a ejercer la presidencia de los Estados Unidos. Dicho esto, sin embargo, Trump ha venido superando sus propios límites, pasando la línea de peligroso en potencia a una potencia peligrosa. Enumeremos brevemente: su desvergonzado intento por socavar la democracia más antigua viva, a través de mecanismos legaloides o simplemente publicitarios; su irresponsable y mezquina conducta frente a su contagio del virus causante de la covid-19; su aberrante llamado de “mantenerse alertas” a los supremacistas blancos organizados. Pero, aunque todo lo anterior es suficiente, por sus consecuencias inmediatas con un poco de inferencia, para darnos la licencia de llamar a esta elección en la que participa, una hora cero para la humanidad, no quiero detenerme en lo obvio y sí prestar tinta a las palabras de Alan Weisman en su artículo Un liderazgo para salvar al medio ambiente[ Disponible en: https://www.letraslibres.com/mexico/revista/un-liderazgo-salvar-al-medio-ambiente] en Letras Libres del mes de octubre: “(…) bajo Donald Trump, Estados Unidos ha profanado sus leyes ambientales y ha arrastrado al país a un aumento global de las temperaturas de 4 ºC en 2100. Si esto ocurre, sería un planeta muy distinto al que ha conocido nuestra especie. De hecho, probablemente la mayoría de nuestros nietos no sobreviviría para verlo. Cuántos lo harían, advierten los científicos, puede depender de los niveles de oxígeno, que podrían ser fatalmente bajos cuando la fotosíntesis del plancton disminuya en mares sobrecalentados. Eso, por no mencionar el caos terrestre que afrontarían, cuando ardan los trópicos, fracasen las cosechas, las ciudades costeras se sumerjan y la ecología global se tambalee.