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sábado, 20 abril, 2024
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Mi música, mi vida: Ennio Morricone

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

No sé si “En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida” (Malpaso Ediciones 2017) se trata de un libro como tal. Quiero decir en el sentido clásico que nosotros entendemos en este mundo como un libro. Quizás la propuesta de Alessandro de Rosa, quien también es compositor, y de quien parte la iniciativa y la aventura para entrevistar a Ennio Morricone, sí fue hacer un libro acerca de Ennio Morricone con un formato editorial que al menos a mí me parece que ha dejado de ser amable con el lector.

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Lo digo porque Alessandro recurre a aquella vieja formula periodística, y hasta estudiantil, de preguntas y respuestas como si se tratara de un concurso de televisión para ganarte una freidora de papas de premio y, al menos a mí, ese tipo de fórmulas, entre la seriedad de quien entrevista y el desparpajo del entrevistado, quien se siente como pez en el agua cuando se percata de la ridícula solemnidad de quien lo entrevista, me parecen totalmente pasadas de moda, demasiado ceñidas a una vieja escuela periodística que ya se tendría que haber superado desde hace muchos años tanto en las secciones cultuales de los periódicos como en las propuestas que aceptan las editoriales. Alguien se lo tuvo que haber advertido a Alessandro. Pero en fin. Fue como se le ocurrió a Alessandro de Rosa y es lo que tenemos.

De hecho, visto incuso desde la óptica del propio Ennio Morricone, si es que podemos ver aunque sea durante unos cuantos segundos desde su propia óptica, no me parece que “En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida” se trate de un libro en el sentido clásico que nosotros conocemos, aquel sentido donde se nos repetía otra vieja fórmula: lo que los libros nos dejaban, su conocimiento, lo hacían mediante las ideas, el lenguaje y las palabras.

Me parece que con Ennio Morricone ocurre que no lees las palabras sino que las escuchas, y que en su totalidad el libro es capaz de generar su propio discurso de notas musicales donde las palabras son tan sólo el medio del que se vale para expresar dicho discurso. Por eso a Ennio Morricone no se le oye, sino que se le escucha. Hay toda una gran diferencia de por medio que ustedes encontrarán en cuanto lean el libro.

“En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida” tiene momentos realmente conmovedores. De inicio a mí me llegó una reflexión con la dedicatoria que escribe Ennio Morricone en el libro: “A mi mujer, Maria, con amor. Mi inspiración, mi ánimo continuo”. Luego se me vino a la mente la carta póstuma que dejó Morricone, tristísima, y lo que más le duele a Ennio no es ni siquiera partir como a cualquiera de nosotros y dejar de componer música, como uno podría suponerlo; tampoco se trata de una de esas cartas extensas donde el que está a punto de morir se despide de media humanidad, lanza profecías religiosas y al final confiesa que le fue infiel a la esposa en cinco ocasiones y que no piensa dejar ni un centavo de herencia a ninguno de los quince hijos.

Nada de eso. Unas cuentas líneas le bastan a Ennio Morricone para decir que ha dejado el mundo y que lo que más va a extrañar es a Maria. Cuando en la televisión leyeron esta parte de la carta a mí se me hizo un nudo en la garganta y pensé en el remolino que se le estaba haciendo en esos momentos a Maria. Pensé: ¡qué terriblemente sola debe sentirse Maria! Ahora imaginen una escena: quizás mientras ustedes leen esto, Maria escucha la música de su amado Ennio en la más desdichada de las soledades. Y quién sabe: hasta ahora nos parecería una insensatez asegurar algo como lo que estamos a punto de asegurar, pero tal vez con cada una de esas notas llega hasta Maria, el mismísimo Ennio Morricone, le acaricia las mejillas, le limpia las tantas lágrimas y “¡venga, Maria, que ya no estés triste!, ¿por qué no mejor pones una de las películas donde suene mi música?, ¿te acuerdas de aquella de Tarantino que nos gustaba tanto?, ¡ay, Maria!”. Y Maria sube el volumen al estéreo viejito que dejó Morricone. Que se quejen los vecinos con la policía por el ruido. No piensa abrir la puerta a nadie hasta que termine “Love Theme”; ya la ha escuchado más de diez veces.

Tocan a la puerta.
Y ni siquiera quería componer música. Es una de las primeras conclusiones a las que llegamos en “En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida”. La de Ennio Morricone rompe con todas las historias legendarias de los grandes maestros artísticos. Aquellos que a muy temprana edad sienten la vocación y no hacen sino atenderla, prepararse e irla perfeccionando hasta que llegan a ser lo que son. Hay, sin embargo, dos coincidencias que avanzan de manera paralela por toda la vida de Ennio Morricone. Una de ellas es la que tiene que ver con el ajedrez y la otra es una mera imposición paterna.

Veamos una por una: en una de las tantas respuestas, Ennio Morricone dice que sus preferencias en la vida respecto a lo que quería ser de niño eran dos. Morricone no era el clásico niño genio que se sentaba al piano y sorprendía a los invitados con el concierto para piano 3 de Rachmaninov. Nada de eso. Ni siquiera le pasaba por la cabeza al niño Morricone dedicarse a la música porque su gran pasión estaba frente a un tablero, en el ajedrez, juego que nunca abandonó y que en un momento determinado incluso llega a aplicar como analogía en su trabajo cinematográfico: “He de confesarte que, cuando componía la música de la última película de Tarantino, ‘Los 8 más odiados’, y mientras leía el guion, iba descubriendo la tensión que silenciosamente crecía entre los personajes, pensaba en el estado de ánimo que se experimenta durante una partida de ajedrez”.

Y luego: “Si no hubiese sido compositor, me habría gustado se ajedrecista, pero de alto nivel, un aspirante a título mundial. Entonces sí habría valido la pena dejar la música y la composición. Pero no fue posible. Como tampoco pude cumplir mi ambición infantil de hacerme médico… Para el ajedrez estudié mucho, pero ya era tarde: el parón de esos años fue excesivo. Estaba decidido, tenía que ser músico”.

La segunda es que Ennio Morricone llega a la música no por voluntad propia, por gusto, por atracción o por ese proceso mimético artístico que comienza en la infancia o en la adolescencia, sino por la imposición del padre: “Pero mi padre, Mario, trompetista de profesión, no pensaba como yo (en referencia a que Morricone quería ser ajedrecista profesional). Un día me puso la trompeta en las manos y me dijo: ‘Los he criado a ustedes, que son mi familia, con este instrumento. Tú harás lo mismo con la tuya’. Me matriculé en el conservatorio, en el curso de trompeta, y solo al cabo de unos años llegué a la composición: terminé con brillantez el curso de armonía y los profesores me aconsejaron que cogiera ese camino”.

Hombres como Ennio Morricone nos demuestran una vez más que siempre hay distintas maneras de relacionarnos con el mundo. Algo de esto ya estaba en los griegos, pero es que el mundo ha cambiado tanto y se ha sacudido tanto, que no nos vendría nada mal aprender algunas nuevas lecciones de hombres como Morricone, quien fue capaz de generar, con sus propias herramientas musicales e interpretativas, su propio código de comunicación con el mundo, su forma de relacionarse con el mundo, un puente donde en lugar de palabras y de signos y símbolos cupiese la música, y ahí, en ese código, Ennio Morricone destacó por su independencia una vez que logró separarse de los códigos cotidianos del mundo, por eso es que escuchas cualquiera de sus piezas musicales y parece que escuchas la música que tendría el mundo si se quedase quieto, en silencio, porque es lo que el mundo le devuelve a manera de compensación a Ennio Morricone, quien por otra parte se esmera desde el comienzo de su carrera, como queda demostrado en “En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida” por establecer este código sin otra intención que llegar al punto que él realmente deseaba, el de la imperfección de la belleza, la maldad de la belleza, la bondad de la belleza.

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