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viernes, 26 abril, 2024
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Clasismo o la terquedad de ser inferior

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Los mujeres jóvenes, piel clara aspiran a ingresar a la Unidad Académica de Psicología de la Universidad Autónoma de Zacatecas cerca del año 2000. La primera tiene 18 años cumplidos, recién egresada de la preparatoria, padres profesionistas. La segunda tiene 20 años, creció en el ámbito rural, regresa a estudiar después de trabajar dos años en condición de migrante ilegal en Estados Unidos para ahorrar lo suficiente para pagar su queucación superior. Sus padres llegaron apenas a tercero de primaria. Ambas se enfrentan al mismo examen de admisión que inicia con la siguiente pregunta: ¿Quién es el cuarteto de Liverpool?

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¿Qué probabilidades tienen una y otra de responder acertadamente? ¿Qué tanto refleja esa pregunta su capacidad para ingresar a la educación superior?

Aún mas interesante ¿Qué hace que una institución que se pretende crítica, científica y popular asuma que esas preguntas permiten discernir a los mejores candidatos de ingreso? La respuesta es sencilla: la idea de que se trata de algo que “debería saberse”, que conocer a los Beatles es cultura general, y por tanto una escala legítima de medir la capacidad.

Ese “debería” conlleva implícito un “podria” bastante fantasioso. La pregunta del ejemplo sería justa en opinión de algunos porque ambas jóvenes tienen posibilidad de saberlo, aunque es claro que no tienen la misma probabilidad de aprenderlo.

Sin embargo la posibilidad basta para asumir que saberlo o no es una decisión.

Si se da por hecho esto se piensa que la discriminación entonces tiene permiso.

Odiar lo que no puede cambiarse es a todas luces inmoral. Odiar lo que sí pude, pero no quiere cambiarse es normal, piensan.

Una mujer de raza negra podría incluso ser considerada bella -para quienes piensan así- en la medida en la que intente alejarse de los rasgos que se consideran propios de su raza. Janet Jackson o Beyoncé pueden ser bellas en la medida en la que su piel se aclare su nariz se afile y su pelo se alacie.

Dejan de ser víctimas del racismo si adoptan los cánones y muestran su “voluntad de superación”.

En el clasismo la situación es distinta, porque ahí el criticado se niega a cambiar.

A Yalitza puede perdonársele ser quien es pero viste Dior y posa en la Vogue.

En cambio Graciela Márquez, secretaria de economía es quien es y sin embargo se pone ese suéter que a Loeza le pareció con “muchas lavadas”. Pecado mayor porque sigue portando un suéter en más ocasiones de las que recomiendan las niñas bien.

Chiapas, Oaxaca y Guerrero, estados de los que Gabriel Quadri quisiera deshacerse para que México progresara, tienen, a su ver, atrasos porque lo eligen, porque no han trabajado lo suficiente, como sí ha tenido que hacer la gente de Chihuahua, como implícitamente hace ver Chumel Torres cuando habla de su esfuerzo y perseverancia en la lucha por la libertad de expresión contra aquel que él mismo llama el “Nerón de Macuspana” porque el lugar de nacimiento de López Obrador lo usan a manera de insulto.

En realidad no importa que sea de allá, sino que no ha dejado de parecerlo. No ha dejado de hablar como tabasqueño, no deja de comer como tabasqueño, por tanto, pareciera que no deja de pensar como tabasqueño, lo cual está mal porque eso le impide comprender el mundo, según los análisis de Denisse Dresser, que pretende demostrar comprensión global base de arrogancia y spanglish.

Les preocupa que el presidente elija no hablar inglés, porque sin preguntarse la razón dan por hecho que debiera hacerlo.

Por protocolo, dirán en el más eufemismo. Olvidan que Fox jugaba entre los Guerreros de terracota, sacudía Estados Unidos con frases como que los mexicanos hacían trabajos que “ni los negros” querían hacer, o le pedía a un jefe de Estado que se retirara pronto para no perturbar a otro jefe de Estado.

Nada de ello suele ser estilo López Obrador, pero no dejará de preocuparles por ese espíritu de súbdito que piensa a sus gobernantes con más ropas, elegancias y riquezas que los gobernados. Porque les aterra la terquedad del presidente por seguir siendo inferior.

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