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viernes, 19 abril, 2024
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La vida verdadera ante la vida falsa o existencia de apariencias (a propósito del COVID 19)

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Por: Omar Guzmán Miranda •

El desastre de salud provocado por el COVID-19, llegando hasta una escala planetaria, es una de las tantas consecuencias imprevistas que pueden ocurrir cuando prevalece la vida falsa sobre la vida verdadera, que es la que debemos construir conjuntamente como resultado del funcionamiento integrado y solidario del tejido de todos los actores y factores sin la exclusión de ninguno en una única sociedad con múltiples manifestaciones a niveles planetario, regional, nacional, comunitario, barrial y casa. Cada individuo, clase, país, región, factor (económico, político, social, cultural, ambiental, biológico, tecnológico, material) están relacionados en la emergencia (surgimiento) de una profunda, intrincada y uni-varia trama de la vida. De la forma de organizarse entre sí todos esos elementos constituyentes en ese complejo entramado, aparecen de manera contingente los productos de la sociedad (creaciones humanas, convenciones, construcciones o estructuras sociales) que quitan o favorecen la vida como sistema complejo. Muchas veces, según José Martí, “las convenciones creadas deforman la exis­tencia verdadera, y la verdadera vida viene a ser como corriente silenciosa que se desliza invisible bajo la vida aparente, no sentida a las veces por el mismo” (Martí, 2011, t.8, p.152) que la construye.

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La forma de organizarse hoy la vida conduce a todas luces a efectos negativos, que superan los positivos, y dan lugar a una vida falsa, que tuerce y afea “nuestra verdadera naturaleza” (Martí, 2011). ¿Cuáles son los síntomas de esa vida falsa?: 1) Crea una existencia de apariencias que se da por real, a pesar de ser dañina, y por tanto moldea y dominan a la gente porque se cree que es perpetua, imprescindible y una línea a seguir de la cual no puede haber desviaciones. 2) Surgen soluciones parciales de los problemas que benefician a unos en perjuicio de otros, generando egoísmos, ambiciones absorbentes, discriminaciones y fallas estructurales de los sistemas. 3) Se le da prioridad a uno u otro aspecto de la realidad (la economía, la política, etc.) sobre la vida como un todo, que es en torno a la que deben girar o integrarse los mismos. 4) Sobre esas bases incorrectas se hace una formación y educación limitada (como mera instrucción) que impide generar soluciones que eliminen egoísmo, separación, dominación, exclusión, discriminación y fallas estructurales. 5) Estos supuestos impiden la participación de todos en las cosas de todos, y la existencia de diálogos inclusivos. 6) Se engendran conflictos y contradicciones que inviabilizan los consensos y la búsqueda de aspectos comunes entre los elementos diversos de la sociedad. 7) No se llegan a soluciones que tengan en cuenta al mismo tiempo “la razón de todos en las cosas de todos”, y la relación entre los enfoques globales y locales de un mismo problema. 8) Bloquea la consumación del bien común.

Esta vida falsa nos golpea con consecuencias imprevista que emergen como resultado de ella. Hoy, es el COVID 19, con todas las fallas asociadas a esa crisis, mañana será otro problema de igual o mayor calado. Pero los daños y las causas de esa vida falsa, hacen emerger también -a pesar de la resistencia de esta- desde su interior a la vida verdadera como resultado del despliegue de las fuerzas vitales de los diferentes actores de la sociedad. Esas fuerzas vitales están dadas en: conciencia de regencia, voluntad de cambio, imaginación, crítica constructiva. A partir de la condiciones objetiva dadas en los síntomas interiorizados (o sufridos) de la vida falsa y de las fuerzas vitales de los actores “pujantes y activos”-proclives al cambio- en contra de los actores “amoldados a las convenciones” (Martí, 2011) del orden que impone la vida falsa. Desde las condiciones que generan esos síntomas (objetivos) y esas fuerzas vitales (subjetivas), la sociedad afectada (el planeta o cualquier terruño local) en conjunto, se plantea la necesidad de re-construir la vida; es decir, cambiar la vida falsa, ya creada en algún momento anterior por otra verdadera, sin la cual la vida seguirá en peligro y se frenará la marcha ascendente de la humanidad. Si bien la vía de la vida falsa es el reduccionismo, el egoísmo, la separación, la exclusión, la dominación, la vía de la vida verdadera es la integración, la solidaridad, la unidad, la inclusión, la libertad. Mientras que la vida falsa descansa en las decisiones de partes, la vida verdadera presupone la participación de todos en las cosas de todos, la unidad entre todos los actores y factores de la sociedad en función del bien común, que incluye las soluciones parciales en soluciones universales en tanto lo que ocurre en uno repercute en los otros. La vida verdadera presupone una nueva mentalidad, donde lo uno y lo vario confluye en la creación de una sociedad “Con todos y para el bien de todos” (Martí, 2011). En esta mentalidad, las diferencias lejos de ser un estorbo para el dialogo contribuyen a hacerlo más creativo porque permite, sin dejar de pensar para sí, pensar para los demás. La vida verdadera hace converger las condiciones objetivas y las fuerzas subjetivas, lo social y lo individual, lo público y lo privado, los contrarios en una lógica de nuevo tipo, donde coinciden en el bien común, que contiene los bienes individuales.

En la vida verdadera, los factores estructurales constituyentes de la sociedad –al igual que los actores sociales- son partes que median en la aparición de la vida verdadera. Se trata de la economía, la política, lo social, la cultura, lo medioambiental, lo tecnológico, las cosas, el lenguaje, que no son sólo fines en sí mismos, sino que como tales y de manera integrada sirven de medios que posibilitan la interacción entre diversos actores individuales y colectivos para construir productos sociales que beneficien a todos y a todo, y que supongan por ende la participación de estos. Esos medios, como diría Niklass Luhmann, hacen probable los productos improbables como resultado del acoplamiento entre el todo y esas partes y con el producto mismo. Esto supone una nueva visión del poder/política, del dinero/economía, de los afectos/solidaridad, de los valores/moral y de los conocimientos/ciencia en aras de construcciones que beneficien a todos y abran posibilidades creativas insospechadas de otra manera.

Después de creado cada producto social, se convierte en una creación, convención o estructura que cumplirá con el tiempo su misión histórica, y llegará a ser de una u otra manera un nuevo freno para el mejoramiento humano, dando lugar a nuevas apariencias o vida falsa, que la propia emergencia constante de la vida verdadera en cada momento la someterá nuevamente a cambios. Desde este punto de vista, no hay creación humana perfecta, ni estática. Siempre la sociedad está en movimiento y el excesivo orden que impone la vida falsa (por la existencia de sus mecanismos de poder, presión y control parcializados), dará lugar a un caos (desorden, desastre, crisis, conflicto) que harán interrelacionar de una manera diferente a los actores y factores de la sociedad para lograr su transformación. Así lo vivo, morirá, y la vida surgirá de la muerte, recordando la sentencia dialéctica de Heráclito sobre la vida y la muerte. Por eso, la vida es cambio, y con ella todo cambia (sus actores y factores) y se mueve para hacer probable la improbabilidad de su cambio que no quiere el orden dado en la vida falsa.

Para que la vida verdadera pueda emerger de manera natural sin las barreras que impone la existencia de apariencias, se hace precisa, como decía Martí, una educación para la vida, que enseñe al ser humano a aprender por sí mismo su esencia verdadera (el aspecto positivo de la naturaleza humana) frente a la vida falsa o existencia de apariencias. Así, la nueva educación tiene en cuenta para combatirla desde ella misma, a la parte negativa de esa naturaleza humana. Para ello, la educación, como misión salvadora del concepto humano, da las llaves, los medios, las habilitaciones con que así mismo se conocerían individuos y colectividades para resolver los conflictos prácticos propios de la vida, buscando las analogías escondidas en los contrarios y las contradicciones. Es decir, alcanzando consensos, validos para la marcha del concepto humano en su sentido positivo frente al negativo. Esas llaves de la educación que la han de hacer reveladora de la vida verdadera para “preparar las fuerzas para –que cada cual, la recorra- por sí” (Martí, 1975, t.12, p.290), están dadas en: la conciencia de regencia, la independencia, el amor, la paz, la conservación de la existencia. La educación, como diría Martí, pone rieles, por donde han de ir los mensajeros de la vida, que es “una agrupación lenta y un encadenamiento maravilloso. La vida es un extraordinario producto artístico” (Martí, 1975, t.13, p.426). La vida verdadera está siempre ahí, silenciosa y oculta, pero siempre esencial y verdadera, guiando hacia el cambio necesario. Por ella vale la pena luchar. ■

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