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sábado, 20 abril, 2024
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Élites y traiciones

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Joaquín Estefanía, en un artículo que ya he citado en este espacio, titulado Cuando enferman las democracias, publicado por El País Semanal, escribe: Frente a la orteguiana “rebelión de las masas”, Christopher Lasch (La rebelión de las élites y la traición a la democracia, Paidós) desarrolló las circunstancias en que grupos privilegiados de actores económicos y políticos, representantes de los sectores más aventajados de las sociedades, dan por concluido de modo unilateral el contrato social que los une como ciudadanos. Al aislarse en sus redes y enclaves de bienestar —en su mundo, sus urbanizaciones, su sanidad, educación y seguridad privada, etcétera—, esas élites abandonan al resto de las clases sociales a su albur, fragmentan el interior de las naciones y traicionan la idea de una democracia concebida por todos los ciudadanos. (…) Existe un acuerdo no escrito entre la ciudadanía, sus élites y su Estado, denominado contrato social. Este contrato exige la provisión de protecciones sociales y económicas básicas, incluyendo oportunidades razonables de empleo y un cierto grado de seguridad por el hecho de ser ciudadano. Una parte de ese contrato contemplaba una cierta equidad: que los pobres compartiesen las ganancias de la sociedad cuando la economía crece, y que los ricos contribuyesen a paliar las penurias sociales en momentos de crisis. Esto es lo que se ha roto durante la Gran Recesión1. Fin de la cita.

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Podemos coincidir sin mucho esfuerzo en el análisis, que lo sucedido en las elecciones de 2018 más o menos obedeció a la descripción hecha por Estefanía: la clase política dominante no pudo expresar sinceridad en la preocupación que sostenía respecto a la aberrante desigualdad que viven y sufren día con día la inmensa mayoría de los mexicanos. Esta desigualdad que no es un asunto exclusivo de las clases sociales más desfavorecidas, la clase media también se ve ofendida en la reducción de sus oportunidades y la multiplicación de los riesgos que enfrenta su modelo de vida, algunos originados y otros alimentados por la corrupción, ineficiencia e indiferencia del Estado. Esta vergonzante pero innegable realidad hizo juego con la narrativa de un líder que, si bien nunca ofreció soluciones sensatas, hacía eco de este malestar con una habilidad para comunicar, que era imposible no prestarle atención. México accedió al encanto de una transformación con más buenas intenciones que estrategias, en cierta medida, seguro, porque durante las últimas tres décadas las estrategias que nos habían sido recetadas una y otra vez, no nos han permitido sentir alivio con la misma velocidad en la que hoy se nos va la vida, entre una aceleración de la comunicación, la violencia desmedida y la globalización casi omnipresente.

Pero esa misma traición de la que puede acusarse a las élites despojadas parcialmente del poder político (exclusivamente), parece estar decidida a repetirla la nueva élite política del país, encabezada por el mismo político que se hizo de la simpatía de los inconformes. Las posturas tomadas por López Obrador frente a los legítimos reclamos de familiares y pacientes con respecto al, siempre deficiente pero alarmantemente empeorado, sistema de salud del país y a las víctimas y sus familias de pasados y recientes actos de violencia, son razón de este argumento. Sus más afines y fanáticos seguidores no solo han hecho eco, sino también una triste grandilocuencia de los epítetos soltados en más de una mañanera por su líder incuestionado, sin que aparezca una voz medianamente decente entre ellos. Ni qué decir ya del indignante papel de la Guardia Nacional como un muro (in)humano, ciego e indigno, frente a los migrantes centroamericanos que optan por la travesía infernal que significa para ellos transitar por nuestro país. Esta élite no solo ha traicionado a los inconformes, se ha traicionado sin miramientos y remordimientos así misma. No nos queda sino evitar las odas, dirigirle mensajes tan recios como sus contradicciones y contribuir en la formación de una alternativa sensata, que adopte las causas que dieron origen al descontento y malestar que aún están por doquier, reescribiendo el contrato social al que nos referimos antes. Esa alternativa no es la élite derrotada y aún postrada en su extravío, evidentemente. ■

Notas:
1Disponible en: https://elpais.com/elpais/2019/12/23/eps/1577104471_941861.html

@CarlosETorres_

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