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viernes, 29 marzo, 2024
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Por: JOSEANGEL RENDÓN •

La Gualdra 410 / Río de palabras

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Para Alberto Huerta.

 

Eres el único en la barra que lee un libro.

Tus ojos se escabullen al bourbon que busca una garganta desesperada a la izquierda. A la derecha, no te interesa. Desciendes la vista como alunizando la nave nodriza de tu entendimiento.

El cantinero se incomoda. Ignora si tu bebida favorita es en realidad lo que está bebiendo el protagonista. No sabe –ni por un momento- que tú eres el protagonista de la historia que aún no se escribe fuera de la historia.

Un par de hielos desgastados repican por más whisky. Su atención se pierde la vuelta de página. Trata de recordar la marca del servicio anterior mientras te mira de reojo, desde el otro lado de la barra.

Bebes un sorbo y levantas la vista evitando salir del libro, como lo has hecho 27 veces a cada inicio de página.

El cantinero llena de más el vaso old fashioned y regresa para notar que tu piel se eriza. Hay una historia que intenta salir de las páginas y el servidor de bebidas espera atraparla.

Una mujer –¡qué mujer!- levanta la mano desde una de las mesas para atraer la atención del sirve-copas. Sus ojos emanan un deseo más candente que el color de sus labios. Inmerso a media página, navegas con intención de ir más aprisa. No escuchas la voz candorosa. El cantinero tampoco. Su memoria conecta en automático con el logotipo de la cerveza que la dama pidió mientras mordía su labio inferior y levantaba un poco más su falda.

El salto al siguiente párrafo te estremece. Desea preguntarte si quieres otra tanda de tu bebida, pero silencia al tratar de seguir el ritmo de tus ojos. Pestañean imperceptiblemente cada nosécuántas palabras, pero caminan solos como oleaje que golpea arrecifes.

Llegan más clientes junto a ti. Dos de ellos van armados y el del centro viste ropa elegante. Extiendes tu mano derecha al borde superior derecho del ejemplar. Siente que le vas a pedir algo y le hace una seña a los nuevos parroquianos de que esperen. Uno de los guardaespaldas lleva su mano a la funda sobaquera. Das vuelta a la hoja. El hombre tras la barra se acerca esperando que hables. Bebes otro sorbo sin perder el hilo de la acción.

Los clientes que aún no atiende el mozo del bar te miran. Él se acerca más. La dama con cerveza -de la cual equivocó la marca pedida- y el vecino tomawhiskis, que se tambalea al levantarse, también. Ambos guaruras sacan sus armas y el hombre elegante los detiene para ponerte atención. Todos te rodean. Tus hombros hacen movimiento pausado de acercarse a tu pecho y circundar el libro.

El sirve-copas no se mueve. Pareces sudar. Tus dedos sostienen el libro a cada extremo con un temblor que lo recorren de abajo hacia arriba. No levantas la vista. Ni siquiera notas que estás rodeado a cada vértice de la barra. Frente a ti, él se agacha acercándote su cara.

¿Qué estás leyendo? Te pregunta.

Sabes que el cantinero no es real. Lo eludes. Casi llegas al final.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_410

 

 

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