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viernes, 26 abril, 2024
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Zacatecas y su encrucijada acuícola

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Hace cincuenta años, al hablar de contaminación, nadie se sentía aludido porque al fin y al cabo toda acción relacionada con protección ambiental y la rehabilitación de los daños ambientales eran tan poco graves que se creía que la naturaleza tenía la capacidad de asimilar cualquier tipo de agresión por parte de empresas, instituciones y ciudadanía en general. En el campo, la agricultura y la ganadería dejaban de ser actividades de tipo familiar y comunitaria para incorporarse a los procesos de producción a gran escala justificando el uso indiscriminado de pesticidas y fertilizantes muy agresivos con la tierra de cultivo y las formas de vida que ahí se reproducían durante siglos.

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De alguna forma, esta visión del desarrollo hizo que el hombre se desligara de la naturaleza en la búsqueda de mejores formas de vida, tratando de producir más con menos en un loco afán por incorporarse a formas de vida que no correspondían a los usos y costumbres de la región. La vieja zanahoria del progreso económico y la adaptación de formas de vida que nada tenían que ver con los usos y costumbres locales se fueron afianzando dentro de un esquema de vida que más tarde que menos vendría a cobrar factura.

La búsqueda de una vida mejor, con menos esfuerzo, hizo que se olvidara una máxima natural que nos aporta una mayor calidad de vida, el vivir mejor con menos recursos. A partir de ahí, la gente fue olvidando y tratando de alejarse más de las inclemencias que acompañan a la convivencia con la naturaleza y buscó, antes que nada su comodidad y satisfacción individual en detrimento propio y de sus semejantes. Los ciudadanos empezaron a concentrar todos sus esfuerzos en las formas de producción y se fueron olvidando de informarse y educarse en el manejo de los elementos. La movilidad social ganó puntos en los afanes de los ciudadanos que lo fueron aislando fatalmente de los procesos de la naturaleza.

En tal afán se olvidó de cuidar el ambiente, principalmente, en las secuelas de uso y abuso de energía concentrándose a consumir irracionalmente formas de energía fósil y la destrucción de los bosques, selvas y manglares así como incalculables formas de biodiversidad.

En esta región, la preocupación principal se deriva del uso apropiado del agua. Así que el día de hoy habrá que recordar a la ciudadanía de la zona conurbada, que las alertas se han encendido. No hay razón para seguir pensando que se pueden abrir nuevos pozos de mayor profundidad ni la construcción de nuevos embalses, como el de Milpillas. Esa no es la solución; al menos, no la última o la única. nos queda el recurso del método, la información adecuada y la educación vitalicia para salvar la vida que hoy se tiene. Si no se aprende a utilizar el agua racionalmente, no habrá pozos ni presas que salven a la gente de una catástrofe anunciada reiterativamente. En este asunto no hay más receta que conducirse hoy como si ya se estuviera en el 2050; año señalado para el irreversible colapso de nuestro planeta.

Se deben desarrollar fórmulas que permitan salvar a la gente del marchitamiento de toda forma de vida derivada del agotamiento del agua. Este asunto jamás lo va a poder resolver ninguna forma de gobierno, porque el problema es de la gente que no ha sido educada para vivir en armonía con la naturaleza.

Le hago la pregunta de siempre, estimado lector, ¿usted, como ciudadano, que hace para usar solo el agua que es necesaria para vivir bien y no desperdiciarla? ■

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