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viernes, 19 abril, 2024
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BlacKKKlansman, de Spike Lee. Malas noticias desde el presente

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Por: SERGI RAMOS •

Hoy se presentó en competición oficial por la Palma de Oro en Cannes la más reciente película de Spike Lee, director de culto desde finales de los años 1990 y (casi único) representante afroamericano entre los realizadores hollywoodienses, desde hace ya 30 años. Tras una serie de baches artísticos y comerciales, podemos afirmar que la nueva joint de Spike Lee vuelve a conectar con la energía de sus mejores películas, apoyado por un nuevo equipo de creadores afroamericanos de éxito, formado por Jordan Peel (director de Get out) junto con su equipo de producción.
Estados Unidos. Principios de los años 1970. JFK, Martin Luther King y Malcom X han muerto. El supremacismo blanco del Ku Kux Klan sigue muy vivo,al igual que la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, marcada por el estallido de revueltas raciales en algunas ciudades de los Estados Unidos. El Klan sigue practicando sus acciones violentas e intimidadoras, pero empieza a adoptar una nueva estrategia, encarnada por el dirigente David Duke: conseguir que los principios de “la organización” infiltren el discurso y el pensamiento del americano medio, en particular sobre la presunta invasión africana y el monopolio del poder político y mediático por los judíos.
Spike Lee retoma ese contexto histórico para su película, adaptando para ello el libro autobiográfico de Ron Stallworth (John David Washington), Black Klansman, y cuenta la historia real del primer oficial afroamericano del departamento de policía de Colorado Springs. La trama da un giro literalmente delirante cuando Ron es enviado al servicio de información y acaba, de manera más o menos involuntaria, infiltrando el Klan, con la ayuda de Flip Zimmermann (Adam Driver) uno de sus compañeros, que es judío. Esta imposible misión, que introduce en el seno de “la organización” a dos representantes de sus más odiados enemigos, se convierte en el mayor recurso cómico de la película, junto con el tratamiento de los personajes miembros del Klan, auténticas caricaturas de los Estados Unidos más reaccionarios y degenerados.

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Spike Lee, director de BlacKKKlansman, y el actor Adam Driver

En una de las secuencias finales, Spike Lee ilustra la distinta catadura moral de los dos movimientos radicales. Mientras que los jóvenes universitarios partidarios del Black power se reúnen para escuchar el testimonio del linchamiento, cometido a principios del siglo XX, de un joven negro deficiente injustamente acusado de violación, los miembros del Klan jalean la represión contra los afroamericanos durante una proyección de la película El nacimiento de una nación (1915) de D.W. Griffith. Más allá de establecer un evidente juicio moral sobre el valor de ambas posiciones, Lee apunta hacia la relación del cine estadounidense con la cultura nacional.

No sólo la película de Griffith buscaba utilizar el cine para convertir la segregación racial en uno de los pilares fundadores de la nación, además de legitimar e incluso incitar a la violencia contra los negros, sino que además convertía a la industria del cine americano en el transmisor de los valores y modelos de la América WASP. En una de las secuencias, un orador afroamericano recuerda que cuando era niño y veía las películas de Tarzán, se identificaba con este último cuando atacaba a los “africanos salvajes”. También resulta significativo que el personaje que cuenta la historia del linchamiento del joven negro esté interpretado por Harry Belafonte, uno de los primeros actores de color en triunfar en Hollywood y conseguir una visibilidad de la cual carecían los afroamericanos.
Pero la película plantea otro conflicto ideológico, más sutil. Las divergencias e incompatibilidades dentro del propio movimiento de defensa de los derechos civiles de los negros, encarnado en la relación amorosa entre Ron y Patrice, la cabecilla del movimiento estudiante que defiende las ideas del Black power. Los dos representan dos proyectos distintos de la integración en la nación americana. Entre la radicalidad de considerarse negro antes que americano y el más conciliador ser negro, americano (y policía). La película, al ofrecer este último punto de vista al protagonista principal, parece aparentemente elegir esta vía. De todos modos, “los negros son demasiado cool para hacer una revolución” dice uno de los personajes.
Sin embargo, Lee da una última vuelta de tuerca en las ultimas secuencias a esta cuestión, en las que deja de lado la ficción e introduce filmaciones reales de los disturbios de Charlottesville de 2017, durante los cuales se produjeron actos de extrema violencia contra manifestantes antisupremacistas, con imágenes que se difundieron rápidamente por las redes sociales. Spike Lee saca al espectador del confort de su butaca, de la ficción de un pasado que podría parecer pretérito, y le recuerda que poco ha cambiado desde entonces. También supone un ataque contra Donald Trump, contra el cual había lanzado un par de anacrónicas referencias durante la película (“Make America great again”). La tibia crítica de Trump durante los hechos de Charlotte había sido incluso celebrada por el propio David Duke, mostrando el triunfo de su estrategia de infiltración de los principios supremacistas en las esferas más altas del poder. Pero también suponga, quizás, el doloroso reconocimiento del fracaso de la política de integración racial encarnada por Ron en la película. Malas noticias desde el presente.
Tras una semana de festival, Spike Lee nos trajo un soplo de aire fresco con un cocktail que es una muestra de lo mejor del cine de Hollywood: ritmo trepidante, eficacia narrativa, agudeza humorística y crítica política. No se lo pierdan.

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