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viernes, 26 abril, 2024
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Zapatismo, Estado y Utopía

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

El 25 de abril de 2001 los principales partidos mexicanos (PAN, PRI, PRD) aprobaron una ley en materia indígena que desconocía, o no hacía suyos, los planteamientos de los acuerdos de San Andrés y la Ley Cocopa propuestos por el EZLN a través de la Cocopa (Comisión para la concordia y pacificación). Previo a este resultado tuvo lugar La Marcha del Color de la Tierra, que salió de Chiapas el 2 de febrero y arribó a la Ciudad de México el 11 de marzo. La marcha fue enorme, se transmitió por televisión nacional, la siguió la prensa internacional, se hacía eco de la balandronada de Vicente Fox Quezada de resolver “en quince minutos” el problema suscitado por el alzamiento zapatista, estuvo “cuidada” por 1600 policías asignados por el gobierno federal, Immanuel Wallerstein le dedicó un comentario que apareció con posterioridad en “La Jornada” (9/11/03) en el que equiparaba al subcomandante Marcos con Gandhi y Nelson Mandela, junto a una atractiva periodización que separa las respectivas marchas convocadas por estos hombres por 30 años (los que en la teoría de Wallerstein dura la guerra por el control del mundo en los países centrales). Concluye su comentario con las palabras: “Cuando el EZLN obtenga el reconocimiento de la dignidad de los pueblos indígenas en México, esta conquista tendrá el mismo impacto a lo largo de todas las Américas e inclusive de cualquier otro lugar del mundo”. No se logró ese reconocimiento porque no se aprobó la ley en los términos propuestos por el EZLN, lo que llevó a la ruptura de relaciones entre el grupo rebelde y el gobierno federal. Conviene citar aquí a Gregory Bateson: “la experiencia de la derrota no sólo sirve para convencer al alcohólico de que el cambio es necesario: es el primer paso de ese cambio” (“Pasos hacia una ecología de la mente” Planeta- Carlos Lohle (1991) Argentina, p. 343). Que no se haya obtenido la aprobación fue el primer paso firme, y radical, en la construcción de su autonomía, porque eso les permitió reconfigurar el marco del Estado-nación en el que nos desenvolvemos los mexicanos. Las consecuencias de ese paso son inciertas, pero sí podemos interpretarlo como la posibilidad de construcción del “marco para la utopía” descrito por Robert Nozick en la parte tercera de “Anarquía, Estado y Utopía” (FCE (1990) México), donde nos dice que: “…lo que corresponde al modelo de mundos posibles es una amplia y diversa clase de comunidades en las cuales las personas pueden entrar si son admitidas, partir si así lo desean, moldearla de conformidad con sus deseos; una sociedad en la que pueden ensayar, se pueden vivir estilos de vida diferentes y diversas concepciones del bien se pueden seguir individual o conjuntamente” (p. 295). La postura del EZLN cabe en un apotegma “un mundo en el que quepan todos los mundos”, lo que en su práctica significa la capacidad de vivir de acuerdo a lo que ellos consideren conveniente para ellos mismos, que es una forma de autonomía. El rechazo de los legisladores les dice que dentro de los límites constitucionales no existe esa posibilidad porque se ve como una manera de desunir la nación (el argumento de Zedillo). Por más falacias jurídicas que se invoquen la posición oficial es sólida, pero irrelevante cuando de la revolución se trata. Los zapatistas debían romper con el gobierno federal porque dentro de la estructura constitucional del Estado mexicano no caben, ni ellos ni cualquier otro grupo que quiera vivir de acuerdo a sus particulares concepciones del mundo. Con esa ruptura se abre la posibilidad de que muchos otros rompan con él y comiencen la construcción de sus formas de vida, lo que es ya el primer paso en la realización del marco de la utopía. Un Estado fuerte, como el de la incontestada hegemonía príista, no permitiría semejantes acciones, pero el Estado mexicano actual es ya más débil debido a las prácticas neoliberales, con excepción de la muy vilipendiada “guerra contra el narco”. Por lo tanto los zapatistas dependen, para su viabilidad histórica, de realizar dos objetivos, el primero de los cuales es consolidar su forma de vida en Chiapas mediante la construcción de una infraestructura económica rentable, el otro es la propagación de la necesidad de autonomía en las diferentes regiones de México, es decir, evitar que exista un equilibrio, una coexistencia, entre el gobierno federal y las comunidades rebeldes de Chiapas. Lanzar la precandidatura independiente de María de Jesús Patricio Martínez fue un intento de avanzar en el segundo de los objetivos, cuyo éxito sólo puede medirse desde el número de rebeldías que instigue. El marco de la utopía aparece cuando son muchas las comunidades independientes que existen en un territorio (o en el mundo), de ahí la insistencia de los zapatistas de que cada autonomía se construye de diferente manera y de que no serán ellos los que la obtengan por otros. Cada quien deberá diseñar la sociedad que considere conveniente. Nozick asevera, en el último apartado de su libro, que el Estado mínimo y el marco de la utopía coinciden, lo que esto puede significar para lo dicho en este artículo lo analizaremos posteriormente.

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