Cartas de Van Gogh
La idea es proponer una investigación casi detectivesca, situada en 1891, apenas un año después de la muerte del artista a los 37 años, en la que el joven Armand Roulin (Douglas Booth) acepta la encomienda paterna de llevar de Arlés a París una última carta del pintor a su hermano Theo. Al descubrir que este familiar también ha muerto, el mensajero intentará hacer llegar la misiva a otros personajes cercanos sólo para penetrar, de modo accidental, en un laberinto de revelaciones sobre un Van Gogh cada vez más enigmático y secreto.
La aparición del pintor es episódica, casi fantasmal (capturada en una sola tonalidad, como una fotografía vieja), mientras el resto de los protagonistas, los propios modelos del artista, cobran vida, al igual que los decorados domésticos y los paisajes, con toda la variedad cromática, los tonos pastel o los ángulos expresionistas, de las telas originales. La narrativa progresa con una inventiva sorprendente. Cada personaje informa sobre algún aspecto novedoso de la vida del artista, en el estilo del Rashomon, de Kurosawa, o El ciudadano Kane, de Orson Welles, para ir reconstruyendo así el retrato polifacético de Van Gogh como artista incomprendido (muy cotizado hoy, incapaz de vender una tela en vida), y también como amante desventurado. La destreza artística con la que, durante siete años, los dibujantes y pintores, cómplices de los cineastas, trabajan miles de imágenes para evocar el flujo de la vida del holandés a través del conjunto de su obra, es impresionante. La pista sonora añade a su vez un encanto peculiar, destacando como homenaje último la melancólica melodía Vincent (1972), de Don McLean (disponible en YouTube), dedicada al pintor. Una experiencia insólita.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 13 y 18:15 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1