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jueves, 25 abril, 2024
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El Canto del Fénix

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Por: SIMITRIO QUEZADA • Araceli Rodarte •

Loas a la gratitud

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«Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” dice una sentencia con tintes evangélicos. Tecleo, me detengo por un momento y considero que a fin de cuentas puede ser certera también esa frase de que uno termina convirtiéndose en aquello por lo que cotidianamente lucha. Repito algo en lo que creo desde hace años: somos lo que hacemos, no lo que creemos que somos y menos lo que decimos que somos.

Esa creencia constituye una de las razones por las que apuesto tanto por la gratitud. Agradecer implica poner los ojos en lo que se te ha facilitado, implica centrar tu corazón en ello. Nacemos solos, sí, pero somos criados en comunidad. Nuestro crecimiento no puede mantenerse de modo aislado. Lo que no se comparte se pudre. Lo que no se entrega no rinde fruto.

Retomo la clichesca cita de José Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Sucesión de causas y decisiones. Yo soy lo que me han dado, lo que me han enseñado, lo que me han forjado. Yo soy lo que he permitido en mi vida, a lo que me he resistido y a lo que no. Como valoro tantos dones, me veo obligado a conservarlos.

Es curioso cómo perdemos “sin querer o no” los significados originales de esas palabras que utilizamos cotidianamente. Cuando decimos “gracias”, estamos reconociendo esas gracias, esos favores que se nos hacen. Son gracias, dones, mercedes. Los nombramos porque los reconocemos frente a nuestros auxiliadores, reconsideramos esos regalos como algo que se nos otorga para apoyarnos.

Como en la “historia base” del mito del héroe, más que estudiado por el antropólogo estadunidense Joseph Campbell, llega un momento en que, para el cumplimiento de nuestra misión, se nos es obsequiado algo que en efecto nos ayuda a recorrer mejor nuestro camino. Un momento o dos porque, después de cada muerte y resurrección del héroe que hay en nosotros, podemos regresar con lo que el propio investigador llama “elíxir del conocimiento”.

Esto me lleva a plantear que toda gracia tiene un propósito: ayudarnos a superar los obstáculos y mejorar nuestra calidad de lucha. A fin de cuentas no importa mucho el destino sino en quién nos convertimos para llegar a él. Importa más el trayecto que el final de él. Eso lo he aprendido, por ejemplo, del singular Alonso Quijano, que en un lugar de La Mancha se convirtió en tal desfacedor de entuertos que hasta los bachilleres ambicionaban el honor de pelear contra él y por eso se disfrazaban.

Agradezco, y al hacerlo reconozco también que nada puedo hacer solo. Nací en comunidad, en ella me desenvuelvo no tanto por mis méritos como por la ayuda de otros. Agradezco y, al hacerlo, valoro. Digo “gracias” como una forma de bendecir “decir bien” a los otros pero también a mí. Agradezco y sé que al hacerlo me dispongo a recibir más y me comprometo a más dar.

Bendita, difundida siempre sea la gratitud.

 

[email protected]@hotmail.com

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