La Gualdra 649 / Río de Palabras
Por Sofía Pech Lartigue
Hace mucho tiempo, más del que pareciera, un viejo campesino cultivaba su huerto, era época de siembra, así que deseaba que su maizal fuera el más glorioso y rico de todo Xuxcáb.
Aunque en temporadas pasadas la siembra no era abundante, tenía fe sobre ésta, ya que hace algunos días había hecho un trato con un Alux, un ser mitológico maya, quien haría el deseo del campesino realidad:
-Campesino: ¡Por favor! Ayúdame con mi siembra, necesito que sean los mejores maíces que todo Xuxcáb haya visto y probado.
El pequeño duende prometió proteger el maizal de las plagas y ladrones, aparte de hacerlo el más fértil y rico si cumplía con una sencilla tarea:
-Alux: Debes de traerme todos los días sin falta tortillas de maíz y atole recién hechos.
El campesino aceptó con mucha alegría ya que sería una tarea muy sencilla para él y su familia.
Cerraron el trato. Durante dos meses el maíz del granjero fue el más famoso y deseado de toda la ciudad, el cual fue mezclado con distintas recetas que con el maíz tenían un sinfín de sabores exquisitos para el paladar.
La familia se convirtió en una de las más prestigiosas, enriqueciéndose cada vez más. Eran los más felices, pero, hay que recordar que la felicidad cuesta.
Poco a poco comenzaron a olvidarse de su promesa con el Alux, la cual por algún tiempo había sido una tarea muy sencilla…
Dos días habían pasado sin recordar alimentar al pequeño duende, al tercero, éste enfureció. Llamó al anciano para decirle que su trato había terminado, el Alux lo maldijo diciéndole que no podría encontrar la felicidad nunca más.
El campesino se angustió por un par de días sobre lo que había dicho el Alux, pero al no ocurrir nada, lo olvidó. Un día, en medio de toda la siembra, comenzó a crecer un maizal, pero éste era diferente…
Crecía y crecía, era el maizal más grande que habían visto en su vida, lo cuidaban día y noche, esperando y esperando, hasta que un día, los primeros tres elotes estaban listos para cosechar.
Al ser sólo tres elotes, el campesino dejó comer a su esposa y sus dos hijos el manjar que tanto habían esperado. La familia estaba extasiada, a simple vista, los elotes eran los más brillantes y exquisitos, pero al probarlos, su entusiasmo se tornó en asco y horror: sabían agrios y amargos, era imposible comerlos.
Los desecharon pensando que serían los únicos con tal sabor, ya que los demás habían sido todo un éxito, pero sólo era el inicio de una pesadilla.
De repente, el sembradío y todas las plantas de alrededor comenzaron a tornarse en un tono grisáceo, comenzaron a derrumbarse con sólo tocarlas, la tierra ya no era fértil y el ganado ya no producía nada.
Tres días después de este acontecimiento ya no había plantas, los pocos árboles que quedaban apenas se mantenían de pie, el único animal que quedaba en la provincia era la mula, quien antes acarreaba el maíz a la ciudad, apenas lograba comer día a día con mucho esfuerzo, estaba esquelética y, pronto se comenzaría a notar la piel quebradiza y grisácea al igual que las plantas.
La gente dejó de ir a la provincia y juntarse con la familia por el miedo de que la maldición recayera en ellos.
La familia dejó de cumplir con las labores de la sociedad, se quedaban en la granja todo el día con los pocos víveres que les quedaban.
Al campesino no le afectó mucho dejar de convivir con la gente del pueblo, pero su esposa e hijos comenzaron a volverse locos.
La esposa comenzó a gritar y a hablar sin sentido, los hijos hablaban solos con balbuceos y se asustaban por los gritos de su madre, así que al padre no le quedó más remedio que encerrarla en un cobertizo.
Durante las noches el granjero salía a tomar aire fresco y observar lo que quedaba de su casa y milpa. Comenzó a notar en los árboles y en la tierra un aura extraña que resplandecía y subía al cielo nocturno, era un color, pero no lograba describirlo, como si fuera de otro mundo, de otra galaxia.
Pronto comenzó a notar esa misma aura salir de su familia, resplandeciendo, en especial la veía salir del cobertizo, donde se encontraba su esposa, que había estado extrañamente callada durante los últimos días.
Con temor, el campesino entró al cobertizo. Lo que encontró ahí, no era su esposa, ya no lo era.
Estaba horrorizado, esa cosa no podía ser de este mundo, era indescriptible, lo único familiar, pero no tranquilizante era ese color que resplandecía en toda la habitación; no pudo seguir mirando, el olor era fétido y repugnante, así que salió corriendo.
Igual se repitió con cada uno de sus hijos, el campesino quedó solo, sin familia y sin quién lo ayudara. Entonces, recordó. Se dirigió al último árbol que quedaba en la provincia, que curiosamente, era donde vivía el Alux.
El hombre suplicó y pidió que lo perdonara, que no lo volvería hacer.
—¡Por favor! ¡Sólo quiero a mi familia! ¡Te lo ruego por favor! ¡No necesito nada más, sólo ellos!
Durante tres días el hombre suplicó al pie del árbol, con rezos y promesas hacia el Alux. Durante el atardecer del tercer día, el Alux por fin salió y le dijo al hombre:
—¡Así como tú te olvidaste de mí, así como me abandonaste, así será para ti! ¡Vete! ¡No te quiero volver a ver!
El hombre volvió derrotado a su casa, entró cabizbajo, llorando, y al alzar la mirada, sobre la mesa, donde comenzaron todas sus desgracias, se hallaba uno de aquellos majestuosos maíces que su familia había ingerido.
El hombre se sentó, dio las gracias, y comió.
*Siena Sofía Pech Lartigue nació en Oaxaca de Juárez en 2009. Actualmente estudia en la Escuela Secundaria General “Moisés Sáenz Garza” de la ciudad de Oaxaca.