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lunes, 21 abril, 2025
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Monarquía británica y antimonarquismo

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Por: Mauro González Luna •

Soy antimonárquico principalmente por dos razones. La primera: porque reyes y reinas de estos tiempos, en su gran mayoría, no gobiernan a los súbditos de sus «reinos», es decir, no toman las decisiones políticas fundamentales, no ejercen el poder ejecutivo, son básicamente figuras decorativas, «que consumen la vida en vanidades». Quien manda en Gran Bretaña, por ejemplo, es el primer ministro, en conjunción con el Parlamento, teniendo el rey la facultad de aconsejar y advertir a dicho ministro.

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La segunda: porque en un mundo con una desigualdad escandalosa y una brutal concentración de la riqueza, las vanidades y derroches de las monarquías decorativas, son una cachetada, un escupitajo al rostro de millones de hambrientos de la periferia del mundo, explotados con frecuencia por los países que las ostentan. Con razón dijo en su tiempo Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado».

Soy admirador de los reyes que sí mandaban, que sí combatían en batallas, arriesgando su vida por sus reinos, como San Luis, Rey de Francia, y San Fernando, Rey de Castilla; admirador de la Reina María Estuardo, por su dignidad y entereza en el infortunio, de la Reina Isabel la Católica, por su ingente labor en favor de su pueblo y por la defensa de los indígenas en su testamento. Eran grandes ellos, no por su estirpe, sino por la grandeza sin par de su espíritu.

Para los reyes que no gobiernan, respeto, o reproche por silencios y omisiones en casos en que hablar obliga, como en el criminal aplastamiento de la etnia Kikuyu en Kenia en los años 50 del Siglo XX. ¿Hubo real consejo y advertencia al respecto? ¡No!, como lo advirtió la profesora Elkins de Harvard, a quien me refiero más abajo.

La paradoja es que tales reyes no gobiernan, y que, por otro lado, hay gobernantes en el mundo que asumen el papel de reyezuelos sin corona, con su corte, soldados y multitud de bufones. Pero volvamos a las monarquías decorativas.

La Monarquía británica ejerce una gran fascinación en muchos lugares, sin duda, como en Latinoamérica, pero no así en Kenia, Nigeria, Sudáfrica, Oriente Medio, entre otras naciones, donde la gente sencilla, la del pueblo, recuerda hoy, incluso con ira, las atrocidades cometidas y ocultadas por el colonialismo inglés en pleno Siglo XX, como lo reseñó en AP Noticias, Cara Anna, el 11 de septiembre de 2022. Símbolo de unidad de unos a costa del sufrimiento de muchísimos otros.

Dicha fascinación en buena parte se debe al influjo atávico que ejerce en el ser humano irreflexivo el simbolismo brillante del poder, como lo señaló el filósofo Nietzsche, así como a una extraordinaria estrategia de mercadotecnia dirigida a las grandes masas, privilegiando a las clases altas y medias, encantadas con nimiedades de farándula y realeza. No olvidemos la hábil forma inglesa de difundir la falsa Leyenda Negra contra España, viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo: la reina inglesa Isabel I, instaurando la trata de esclavos negros con fines de lucro en el Siglo XVI, así como la real piratería, encabezada por «Sir» Walter Raleigh, el saqueador.

En otro sentido, la parafernalia de la Monarquía británica equivale a una fábrica productora de miles de millones de dólares en las ramas del turismo, del comercio, de los medios masivos, incluyendo revistas del «jet set», de la moda, del entretenimiento (series novelescas en Netflix, por ejemplo), etc. Semeja un producto que impulsa un estupendo negocio en torno a una obra de teatro bien montada y secundada por académicos interesados y periodistas esnobs que sobredimensionan la obra.

Pero, ¿qué hay por regla detrás de tales monarquías decorativas, fuera de tiempo? Nada sustancial: racismo, escándalos, filantropía publicitada, pasividad y omisión ante iniquidades. Pero hay excepciones, una inolvidable: la Princesa Diana Spencer, un dechado de sencillez, gracia y hermosura, de insólita calidad humana que cautivó al mundo estrechando la mano de enfermos de sida, visitando leprosos. Opacó a todos en la realeza. Un alma grande la de Lady Di, sin duda.

No olvidemos a la Irlanda católica sometida al yugo inglés en el pasado, la de mi valiente bisabuela paterna de familia oriunda de Derry Town, Julia Kyan Aliotti, nacida en Esmirna por motivos de viaje de sus padres, quien, de muy joven, se vio obligada a emigrar a México, y quien trabajó como institutriz de la familia Madero antes de la Revolución.

Recordemos el caso trágico de los Mau Mau. Inglaterra impoluta, sacrosanta, intachable, pero perpetradora de crímenes horrendos como esos contra la etnia Kikuyu, (los Mau Mau) en la Kenia de los años cincuenta del siglo XX, por ejemplo. Crímenes esos ocultados por la honorable Gran Bretaña durante más de 50 años hasta que una historiadora los sacó a la luz a través de documentos y testimonios orales. 

La historiadora de Harvard -mi segunda alma mater-, Caroline Elkins, en su libro, «Imperial Reckoning», exhuma el aplastamiento brutal de la rebelión anticolonial de los Kikuyu. Confinó ese pundonoroso gobierno inglés en campos de detención a ¡un millón y medio de Kikuyus!, incluyendo niños y mujeres. Allí se torturaba, castraba a las infortunadas víctimas. Con base en lo descubierto por Elkins, un grupo de sobrevivientes de dichas atrocidades obtuvo una victoria judicial en las cortes inglesas en 2012-2013.

Elkins dijo entre otras cosas, que luego de años de investigación oral y de archivo, había descubierto: “una campaña asesina para eliminar al pueblo Kikuyu, una campaña que dejó decenas de miles, quizás cientos de miles, de muertos” (citada por Marc Parry, The «Guardian», agosto, 2016). Es aleccionador ver entrevista de estos días a Elkins y a profesor keniano en: https://www.youtube.com/watch?v=42Z3Ob07Tyg

Mi antimonarquismo no es óbice para externar mi respeto a los admiradores de las monarquías, a los súbditos de ellas y a los monarcas mismos, que son seres humanos con virtudes y defectos. Que la reina Isabel II descanse en paz, y que el nuevo rey aconseje y advierta, cuando lo ameriten las circunstancias y la ética lo exija.

En una ocasión, por cierto, el Cardenal Cisneros fue muy franco con la Reina Isabel la Católica cuando trataban un asunto político delicado, y la gran Reina se lo reprochó diciendo: ¿que no sabéis Cardenal Cisneros con quien estáis hablando?, a lo que Cisneros, el insigne Cardenal, respondió: «con un montón de polvo como yo».

Dedico este artículo con admiración y afecto infinitos a la memoria de Julia Kyan Aliotti, alma grande, admirable mujer por su valentía y fe inquebrantables a pesar de las tribulaciones, y a los demócratas del mundo, consciente de que la democracia genuina, no la traicionada por tantos en Occidente, en especial en Europa y Estados Unidos, es de raíz evangélica o no es nada. 

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