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miércoles, 14 mayo, 2025
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El Centro Histórico de Zacatecas entre líneas

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Por: HUMBERTO MÁRQUEZ COVARRUBIAS •

El proyecto turístico orientado a rentabilizar el patrimonio cultural alojado en el Centro Histórico de la ciudad de Zacatecas es diseccionado en Circo sin pan (Miguel Ángel Porrúa, 2014), libro de Guadalupe Margarita González Hernández, docente de Estudios del Desarrollo de la UAZ. El patrimonio edificado durante la colonia española y el periodo liberal-porfirista fue intervenido en la época neoliberal, desde los ochenta y hasta nuestros días, para ser regenerado y puesto en valor. El discurso que rememora un imaginario pasado colonial y campañas promocionales complementan el cuadro para atraer turistas, consumidores solventes, cuyo perfil ha variado sin garantizar una demanda efectiva.

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Para instalar el capital turístico, el centro ha sido despejado. Miles de familias pobres han sido desalojadas de vecindades y casas en renta. Los vendedores tradicionales de calles y mercados han sido expulsados. Los manifestantes son contenidos, retirados o reprimidos. Las oficinas administrativas del gobierno y la universidad, la biblioteca pública y otros establecimientos fueron reubicados. El espacio está abierto, entonces, para instalar un complejo turístico.

El punto medular es procrear una renta turística basada en un sello de distinción que realce el atractivo del primer plano de la ciudad a partir de tres componentes superpuestos: primero, el paisaje arquitectónico citadino tejido por la amalgama de cantera, herrería e iluminación impresa en la textura de edificios y fachadas, plazas y plazuelas, calles y callejones; segundo, una identidad artística sustraída de la espesura de museos, teatros, salas de exposición y galerías; tercero, la algarabía de espectáculos programados en festivales, conciertos y ferias.

Despejado, regenerado y remozado, el patrimonio arquitectónico funge como el casco urbano donde se asienta el capital cultural que articula la cadena de negocios del sector turístico que incluye los servicios de transporte, hospedaje y alimentación; las actividades de entretenimiento, diversión y arte; y el consumo de artesanías y suvenires. Dos modalidades del capital complementan los espacios de valorización del sector: por una parte, los especuladores inmobiliarios que intervienen edificios y casonas para cambiar el uso del suelo o comercializar viviendas bajo un proceso donde contrasta el despoblamiento del centro con la inflación de los inmuebles, y, por la otra, los grupos constructores afines a los gobiernos de turno que realizan obras mantenimiento y proyectos de infraestructura urbana.

En tanto que los mayores beneficios son captado por el capital privado, el gran soporte del proyecto turístico ha sido la inversión pública. Hace tres décadas y media el gobierno federal aportó recursos de la renta petrolera y el gasto corriente para acondicionar el perímetro del Centro Histórico y convertirlo en un sitio de atracción turística. Desde entonces, a nivel local el fomento al turismo está respaldado por jugosas partidas especiales que en algún momento han llegado a representar 19% del presupuesto estatal. A largo plazo el presupuesto público de fomento al turismo ha observado un crecimiento espectacular de 6,000%. Sin embargo, la ciudadanía no ha sido tomada en cuenta para la elaboración, ejecución y supervisión de los presupuestos. Ello redunda en la falta de transparencia y rendición de cuentas, y posibilita el hecho de que el uso de los recursos se realice con discrecionalidad y derroche: entre 2008 y 2012 la mitad de los recursos fueron empleados en el genérico rubro de difusión y promoción, lo cual incluye onerosos viajes y viáticos de funcionarios, por ejemplo.

Formalizada en 1986, la estrategia de mercantilizar el patrimonio cultural material e inmaterial parte de una alianza estratégica entre el gobierno y el capital del ramo. La puesta en valor del espacio turístico atiende a un grupo de interés conformado por propietarios, empresarios y burócratas que toman como referente criterios conservacionistas avalados por el reconocimiento de Patrimonio Cultural de la Humanidad otorgado por Unesco, pero sobre todo atiende a la necesidad de rentabilizar el capital fijo arquitectónico y empresarial mediante campañas mercadológicas que promueven el centro de la ciudad como si fuese una marca comercial fraseada en campañas como “Zacatecas suena bien” con la promesa implícita de que el visitante encontrará entretenimiento, cultura y diversión.

Empero, la consolidación del polo de desarrollo turístico ha sido muy errático. El proyecto requiere consumidores constantes y solventes, sobre todo foráneos, pero la presencia de turistas internacionales y sus divisas ha sido esporádico e insignificante. Predomina el turista nacional (88%) procedente de ciudades como el Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey y Aguascalientes durante la temporada vacacional o días feriados con estancias cortas (1.8 días en promedio) y bajos niveles de consumo. La mayor parte del turismo nacional se compone de trabajadores con cierta capacidad de ahorro interesados en pasar los días de asueto en actividades de entretenimiento, como espectáculos musicales, gastronomía, bebidas y suvenires.

La movilidad turística ha declinado en el país por factores como las crisis recurrentes, el deterioro del poder adquisitivo, la inseguridad pública y las epidemias. Los principales centros de afluencia son las playas y las grandes ciudades, además de algunos sitios emergentes, como las zonas arqueológicas, que atraen a viajeros en busca de novedades. Salvo el Distrito Federal, las ciudades consideradas patrimonios mundiales en realidad no han logrado consolidarse como destinos turísticos importantes, y Zacatecas no es la excepción.

Más allá de las ganancias amasadas por la industria turística y de la concomitante degradación de la cultura como espectáculo de masas subyace un espacio social contradictorio. Aunado a los dineros públicos, el sostenimiento del patrimonio cultural y la formación de la renta turística están soportados por condiciones laborales precarias de trabajadores del sector turístico, la construcción y prestadores de servicios afines que perviven con bajos salarios o incluso nulos salarios suplidos con las propinas.

Al fragor del proceso de intervención, paulatinamente el centro ha dejado de ser un espacio para la reproducción de la economía popular. Los pequeñas establecimientos, tiendas y talleres tradicionales han sido barridos y los que perduran resisten el embate de una avalancha de franquicias y cadenas comerciales. Además gran parte de los residentes tradicionales que aún permanecen en el centro y sus inmediaciones perciben bajos salarios y no pueden ser consumidores asiduos de la zona turística.

El desplazamiento de población pobre y la complementaria atracción de capitales, turistas, consumidores solventes y nuevos residentes significa un proceso de elitización (gentrificación). El elitismo ha modificado la mezcla y la convivencia social a favor de la presencia de consumidores solventes entre los turistas, visitantes y residentes.

El paisaje plástico y armónico de fachadas remozadas encubre una multiplicidad de casas abandonadas, interiores derruidos y casonas con pocos residentes. En este escenario los especuladores inmobiliarios ofertan casas a precios elevados o intervienen casonas con fachadas típicas e interiores modificados para usos comerciales.

En contraste, el despoblamiento del centro y el trasvase de habitantes hacia los suburbios abre un pujante mercado inmobiliario especulativo que parte del despojo/apropiación de terrenos de cultivo malbaratados por campesinos sin mayores alternativas. En esos linderos los constructores ofertarán una gran cantidad de viviendas para sectores de bajos, medianos y altos ingresos. La suburbanización sigue la pauta de la segregación espacial y la especulación inmobiliaria.

La atención privilegiada que recibe la zona turística y las áreas de desarrollo preferente contrasta con el abandono que padecen barrios, colonias y fraccionamientos donde habita la población pobre; en esas demarcaciones cunde la inseguridad, al igual que la desolación persiste en localidades y municipios enteros de la ancha geografía zacatecana.

Además de cumplir una función económica propia, la parafernalia turística sirve de impronta cultural para revestir la gestión pública que favorece a otras fracciones del gran capital que, simultáneamente, desempeñan actividades más degradantes en la vida socioambiental, en particular el capital extractivo de minerales y aguas, el capital maquilador basado en el trabajo barato, el capital especulativo del sector inmobiliario y el capital usurero apostado en el comercio y los servicios. ■

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