La Gualdra 633 / Literatura / Libros
Al filo del agua, de Agustín Yáñez, nos presenta un mundo anquilosado, supersticioso, en un poblado al borde de la desesperanza, las mujeres enlutadas, de rezos que se extienden hasta el amanecer, donde la vergüenza es imperdonable, los deseos prohibidos y la sensualidad es terreno de lo diabólico, de la simiente de la maldad mayor.
La vida del pueblo y sus habitantes parecen estar condenados a la tristeza y a la fatalidad. Cualquier deseo está prohibido y, si se permite, debe pasar por la bendición insoslayable del párroco.
Sus personajes Marta, María, Gabriel, Damián, Micaela y Luis Gonzaga son el rodar de las canicas que chocan, ruedan sin encontrar la libertad, la sensualidad, el amor, pero sí la amargura, la frustración, la muerte y la locura.
No obstante, deja ver la claridad de la condición humana de los pueblos; bajo el poder eclesiástico los espíritus son sometidos y, cuando pretenden liberarse, no encuentran más que desilusión.
El pueblo protagonista de su novela es Yahualica, pero hay una vinculación definitiva entre éste y cualquier pueblo del centro de México: Villanueva, Jerez o Tlaltenango.
Predomina en el pueblo un sombrío patrón de vida, una sesión particular de la religión católica, idéntica a la que conocemos en los sermones, catecismos, manuales, distribución de las horas del día impresos para precisar con minucia los ejercicios espirituales y determinar la estricta organización de las procesiones de Semana Santa.
El señor cura don Dionisio y sus ministros, los padres Martínez y Reyes, pasean con trajes talares y, al pasar, los hombres van descubriéndose, los niños les besan la mano. Cuando llevan el Santísimo, un acólito va tocando la campanilla: las personas se postran en las calles en la plaza.
Cuando las campanas anuncian la elevación y la bendición, las personas se arrodillan donde se encuentren. Cuando las campanadas dan las doce los hombres se quitan el sombrero.
El señor cura se esmera en preparar detalladamente los ejercicios espirituales. Desarticula o resuelve los problemas reales o supuestos que los feligreses esgrimen como pretexto para no asistir en esta ocasión.

Los practicantes de los ejercicios espirituales de esa Cuaresma meditaron: el lunes en el pecado todo el día; en martes en la muerte; el miércoles en el juicio; el jueves en el infierno; el viernes en la pasión de Nuestro Señor Jesucristo y en la parábola del hijo pródigo que fue objeto de la última distribución de la noche. Sigue la confesión general: me acuso padre de haber asistido a una reunión de la logia, de haber participado en una huelga…
La apacible rutina del pueblo se violenta cuando llegan los fuereños y la trastornan. Entre éstos están los que regresan a vacaciones desde Estados Unidos, los norteños; o los que alguna vez salieron del pueblo y actualmente residen en Guadalajara y regresan a las fiestas con sus parientes; o quienes han salido del pueblo para visitar las grandes urbes, centros de pecado, y regresan alterados a desquiciar la vida del pueblo; o quienes encerrados en sus casas leen libros prohibidos y se perturban con esas lecturas llevadas por el diablo.
El poder de la religión lo ejerce el cura don Dionisio, quien con su celo extremo controla todos los momentos de la vida de sus feligreses. Su percepción del sacerdocio lo traslada a su vida personal y la de sus fieles; se entera e influye hasta a en la más ligera libertad de expresión de alegría o de ternura de sus semejantes.
Se trata de una novela que condensa un gran capítulo de nuestra historia mientras presenta un retrato fiel de la sociedad mexicana.
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Agustín Yáñez, Al filo del agua, Editorial Porrúa, octava edición, México, 1968.
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