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domingo, 25 mayo, 2025
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NTICs y la brecha digital

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Por: CÉSAR ALAN RUIZ GALICIA •

Vivimos una época de cambios vertiginosos, acelerados por los constantes avances tecnológicos. En esa dimensión se escribe la breve historia de los medios de masas, que son relativamente nuevos: aunque en el siglo 19 había periódicos no podían ser estrictamente masivos, pues las mayorías no estaba alfabetizadas y el papel era costoso -se utilizaba como material de elaboración el mismo tejido de la ropa-; fue hasta mediados del siglo 20 que se eficientó el proceso al cambiar hacia el papel obtenido por la pulpa de los árboles y en concierto con imprentas más baratas y productivas. La radio y la televisión aparecieron en la década de los 20 y 30, respectivamente, generando a su vez cambios políticos, económicos y culturales muy profundos en todo el mundo.

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La punta de lanza de los medios de masas es un giro hacia la masa de los medios, sólo posible hasta la aparición de Internet en 1989. Lo cierto es que en poco más de 20 años, la red ha modificado la forma en que nos comunicamos, pensamos y producimos en nuestras sociedades.
Por eso la alfabetización digital a inicios del siglo 21 es el equivalente a la alfabetización lingüística a inicios del siglo 20. Como el desarrollo tecnológico es desigual y la disparidad económica una constante, se ha producido una gran distancia -brecha digital- entre quienes tienen acceso a las NTICs (Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación) y quienes permanecen al margen de su universalización (acceso) y usabilidad (empleo eficiente).

La brecha digital puede rastrearse a dos niveles: existe en términos de los países rezagados tecnológicamente en relación a sus pares, así como respecto a las poblaciones de los países en vías de desarrollo que se encuentran a la zaga en el acceso a las NTICs. Sectores vulnerables acumulan así desventajas y se reproduce una estructura de desarrollo diferenciado.

En consecuencia, muchas personas deben remontar la violencia sistémica creada por una organización de la comunicación mundial asimétrica, sostenida por brechas aparentemente insalvables de distribución del conocimiento socialmente necesario para el desarrollo y la autonomía cultural de los países. Por efecto, una de las principales preocupaciones de la agenda internacional es facilitar el acceso y uso de las NTICs para revertir estas tendencias y sincronizar a la población mundial en las ventajas del mundo digital.

Como vemos, las NTICs son una condición necesaria para el bienestar social y la igualdad real, pero además aumentan la productividad y tienen un impacto positivo en la economía, dado que incentivan el crecimiento de oferta y demanda, además de incrementar las posibilidades de inversión.

En México la penetración de las NTICs es limitada, tanto por su inserción diferenciada en el contexto urbano respecto al rural, como en relación a su acceso por limitaciones económicas y usabilidad por prejuicios culturales.

Pensemos en el acceso a Internet. En acuerdo a la Asociación Mexicana de Internet (Amipci) 45.1 millones de personas tienen acceso a esta tecnología en México. La distribución de género es equitativa -51 por ciento de hombres por 49 por ciento de mujeres- y la mayoría de los internautas son jóvenes. Un dato contra intuitivo es que las cifras señalan que Internet es una herramienta que se utiliza en nuestro país para enviar y recibir correo electrónico, buscar información y acceder a redes sociales, en ese orden.

Desde el 11 de junio de este año los mexicanos tenemos derecho constitucional a acceder a Internet. El párrafo tercero adicionado al artículo 6 constitucional ahora indica que: “El Estado garantizará el derecho de acceso a las tecnologías de la información y comunicación, así como a los servicios de radiodifusión y telecomunicaciones, incluido el de banda ancha e Internet”. Esto no quiere decir ni que vaya a ser gratuito ni que sea universal. De hecho, la intención es que sea accesible en términos de oferta y demanda, abaratando los costos mediante la competencia en el sector. La ley secundaria habrá de establecer cuáles son los mecanismos para darle exigibilidad a este “derecho” y las fórmulas para que se convierta en una realidad más allá de la lógica del mercado, con una perspectiva social.

Es fundamental revertir las tendencias de marginación digital para generalizar los beneficios de las nuevas tecnologías. Si bien podemos considerar que el acceso a Internet es un derecho de tercera generación que se enmarca en la emergencia de nuevas realidades -que a su vez exigen políticas públicas y acción social acorde con estas dinámicas- tenemos que asimilar que Internet es, como todas las tecnologías, una herramienta que puede ser superada. Esta forma de conectarnos no es el finisterre ni el paisaje definitivo del futuro. ¿Qué vendrá después?

El quid de esta historia es el derecho a la comunicación y el acceso a las NTICs. Una vez definida la forma, podremos pasar a otras complejidades también apasionantes: el hacktivismo, el copyleft, la cultura libre y las Redes Sociales Abiertas y Autónomas (RSAA) que son pilares de la nueva forma de pensar la rebelión desde el ciberespacio. ■

@CesarAlanRuiz

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