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lunes, 16 junio, 2025
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Definitivamente ya no hay moral. Cuánta razón asiste al bajacaliforniano senador Hermosillo al deplorar las bárbaras agasajadas que sin serias intenciones matrimoniales ocurren hoy en día; y lo que faltaba: los jornaleros en paro.

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¿Tomarán en cuenta, esos mal agradecidos, que de poblados como San Juan de los Tejocotes o San Pedro del Carrizal se les transporta, en cómodas unidades, dotadas ocasionalmente de W. C., a la antesala del Primer Mundo?; ¿que en lugar de sus primitivos jacales habitan confortables barracas con clima natural?; ¿que en lugar de pinole, camotes o garambullos tienen una dieta a base de chetos, nachos y sabritones?; ¿que en lugar de curanderos y brujos los atienden experimentados pasantes del doctor Simi?; ¿que en lugar de almas en pena u otras apariciones nocturnas, gracias a vanguardistas televisores, en blanco y negro, pueden ver las obras completas de Chespirito, Capulina y Antonio Aguilar? Por supuesto que no.

¿Consideran acaso, con respecto a sus patrones, lo que cuesta de un día de shoping en Rodeo Drive?; ¿o un 16 de septiembre en el Bellaggio?; ¿o el precio de un condominio en Miami?; ¿o de una consulta “personalizada” con Shanti Ananda, antes Walter Mercado? Por supuesto que no.

Avanzados así pues en la ruta de la desmesura exigen nada menos que docientos pesos, leyó usted bien. No por mes, o siquiera por quincena, sino ¡por jornada!

Lo dicho: ya no hay moral.

***

Se comentaba en este espacio, semanas atrás, que si bien Su Ilustrísima, el Enésimo Obispo de la Diocesis de Nuestra Señora de los Zacatecas, enunció ex cathedra urgía la remodelación de la Plaza de Armas, en ejercicio de su sagrada autoridad se reservó in peto los porqués de su ponderado nihil obstat; por lo que fue sumamente oportuno, si no providencial, nos explicase, un vocero oficialista, las causas profundas de tan inaplazables trabajos: resulta que se encontraba, la vieja plancha, constelada de chicles pisados; y adolecía además de un fuerte olor a caño; por lo que era imperativo se le cambiara por otra, dotada de algún aditamento antichicles; y, desde luego, de un dispensador de fragancias.■

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