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viernes, 9 mayo, 2025
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La insuficiencia del desarrollo

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Por: CARLOS ALBERTO ARELLANO-ESPARZA •

■ Zona de Naufragios

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Hoy en día existen, como queda documentado cotidianamente, una serie de problemas que afectan seriamente la experiencia humana. De entre la plétora de afecciones que aquejan la vida colectiva quizá los más conspicuos sean aquellos relacionados directamente con la imposibilidad de garantizar una satisfacción, así sea mínima, de la multiplicidad de necesidades básicas que los humanos tienen.

Las escuelas de desarrollo que han abordado el tema en los últimos 60 años han fracasado palmariamente en su intento de, así sea mínimamente, entender tales problemas a cabalidad. Desde las soluciones simplistas de crecimiento económico como la panacea de problemas de subdesarrollo hasta las soluciones que se enfocan en el relativismo cultural o las intervenciones mínimas de carácter asistencialista, los problemas de pobreza y desigualdad son tan o más graves que hace 60 años.

Hemos argumentado en otro lado (Arellano-Esparza, 2015, Human flourishing: an assessment of social policy in Mexico) que en muy buena medida, la falta de resultados se debe a los enfoques minimalistas fundamentados en interpretaciones parciales de lo que el desarrollo, y más aún el desarrollo del ser humano, debiese ser.

Baste como ejemplo contemporáneo la celebratoria tanto ingenua posición de organismos internacionales como el Banco Mundial, cuya minimalista concepción de pobreza equipara la satisfacción de necesidades humanas con la sobrevivencia animal. Esta concepción ilustra una espectacular reducción de la pobreza global en los últimos 30 años: de 52% de la población viviendo con menos de 1.25 dólares diarios por persona (570 pesos mensuales, tipo de cambio 15×1), a tan sólo 17% de la población en tal circunstancia. Sin embargo, esta posición asume la pobreza como esencialmente económica, suponiendo que la totalidad de ingresos se destina a satisfacción de necesidades elementales. Esta concepción de necesidades humanas (y su satisfacción), es a todas luces, incompleta. Más aún, la misma estadística del Banco Mundial revela que tal reducción de pobreza económica es ilusoria si ajustamos las líneas de ingreso mínimo a 5 y 10 dólares diarios, como se aprecia en la gráfica.

El problema es más grave aún si se considera la desigualdad de ingresos y la acumulación de riqueza, como evidencian diversos autores, desde Bourguignon y Morrisson (2002, Inequality among world citizens: 1820-1992), pasando por Milanovic (2006, Global income inequality: What it is and why it matters), y hasta Piketty (2014, Capital in the twenty-first century), además de organismos como UNCTAD y la OCDE. Hecho reconocido incluso en el celebrado pero reduccionista Índice de Desarrollo Humano (ONU, 2014): incorporando el factor de desigualdad de ingresos en la medición, México, considerado como un país de alto desarrollo humano, cae a los niveles de un país de bajo desarrollo, al nivel de países africanos. La desigualdad en el ingreso a nivel mundial (reflejada en el índice de Gini: 0 todos tienen el mismo ingreso; 1 alguien recibe todo, los demás no reciben nada) ha ido en aumento sostenido: de .43 en 1820, a .70 en la década pasada.

La exclusión y desigualdad, cualesquiera su manifestación, afectan gravemente las expectativas de vida, tal como argumentan Wilkinson y Pickett (2010, The spirit level : why equality is better for everyone): es más importante dónde estamos vis-à-vis nuestros pares en la sociedad que comparados a otros países. Así, incluso ciñéndonos a definiciones minimalistas de pobreza y desigualdad (de ingresos) basta para evidenciar que las soluciones emanadas tanto de la academia como de la esfera pública han sido insuficientes y el florecimiento del ser humano es aún una utopía para la mayoría: datos de Coneval de pobreza de ingresos (otra medida reduccionista) ilustran que 58.5% de la población en México no tiene siquiera los ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas. ■

 

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