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viernes, 16 mayo, 2025
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Cuando miro el jardín

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Por: La Gualdra •

La Gualdra 668 / Narrativa / Libros

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Por Mario Alberto Medrano

El jardín es un espacio que en la historia universal ha tenido una especial atención e importancia. Por ejemplo, los Jardines Colgantes de Babilonia, los jardines de la antigua Roma, los jardines de Versalles, los jardines botánicos, los de Moctezuma y el mismísimo Jardín del Edén, fundamental en la cultura católica. 

En la poesía, personalmente recuerdo dos poemas que me parecen muy bellos con una referencia a estos espacios: “Primavera”, del inglés Gerard Manley Hopkins, donde pareciera que todo acontece en el “acorde del dulce ser primordial de la tierra/En el jardín del Edén…”; el otro, “Vi lavandas sumergidas”, de Antonio Gamoneda, donde dice estar que la existencia “es un jardín torturado”. Un oxímoron bellísimo. 

Más allá de las referencias históricas y literarias, quiero referirme al más reciente libro de Fabio Morábito, Jardín de noche (Sexto Piso, 2024), autor al que vuelvo cada vez que no tengo prisa en la vida, que puedo sentarme a leer su narrativa o poesía sin la urgencia de salir corriendo. 

Doce son los cuentos que florecen en este jardín. Y es su estructura el verdadero gozo de la obra. Morábito decide utilizar dos frases (préstamo de Murakami) que se repiten como mantras: con la que inicia todos los cuentos, “El tiempo pasa veloz cuando miro el jardín”, y “debieron de haber transcurrido muchas horas, porque todo alrededor estaba oscuro”, con la que suele cerrar. Esta técnica, que bien podría ser una perspectiva múltiple, me recordó al guion escrito por Vicente Leñero para la película de Jorge Fons. 

Estas estaciones parecen ser una o dos, en realidad. La protagonista de uno de los cuentos aparece en otro, con otra historia, pero con el mismo pasado, que nos es revelado por ciertos objetos, manías, señas, silencios, música; por ejemplo, en los relatos “La evolución de Darwin” y “Gracias a los aviones” entendemos que la narradora/protagonista es la misma, pero en un conflicto diferente, bajo el mismo techo, con el idéntico vecino ex rockero, ahora parapléjico, que le pide bailar mientras él enciende la radio. Ella, la de uno y otro cuento, ama los aviones y está sola.

Otro ejemplo lo representan “La acampada” y “La raíz”. En estas historias la protagonista es una abuelita, quien desea consentir a sus nietos. En la primera, lo hace a través de una tienda de campaña que construye en el jardín, pero ellos nunca llegan; en la segunda, ya con ellos en su casa, descubre un socavón en su patio provocado por la raíz de un árbol. En ambas, la anécdota pasa por el sinfín de engaños que la mujer debe tejer para salvaguardar a sus nietos y mantenerse a salvo de los regaños telefónicos de su hija. Morábito le otorga una cronología al personaje, lo mueve de una historia a otra, con un código sólo para ella, dentro de esas viñetas que tienen vida propia. 

Añadido a lo anterior, hay un ecosistema que se repite: todas las protagonistas son mujeres; lo hombres o están muertos, o mueren, o engañan o desaparecen o son jardineros; las protagonistas acompañan su vida con un gin-tonic; siempre hay una malla de bugambilias que separa un jardín de otro; la presencia de ratas o tlacuaches es constante, como el simbolismo del río subterráneo o la historia debajo de la evidente; el deseo sexual frustrado o simulado. 

 Éste es un universo que se rebobina. El leitmotiv o anáfora con la que comienza nos permite pensar en una serie de sketches sobre la soledad y lo sombrío. El autor alejandrino orilla a sus personajes a las cornisas de las piscinas sin agua que se construyen en el jardín, a los metros cuadrados que las resguardan y generan una sensación de seguridad y confort, una sensación de resignación y aislamiento. 

Mientras leía Jardín de noche, recordé irremediablemente “Las puertas indebidas”, cuento incluido en Grieta de fatiga, de un hombre que entabla una “amistad” con alguien del otro lado de la puerta en un cuarto de hotel. Hay algo en la literatura de Morábito que se revuelve en un viento de cotidianidad y el hastío por la vida rutinaria, pero donde todo pareciera se resuelve mediante reflexiones hondas y verdades contundentes, dichas sin estridencia.

Ya sea en Lotes baldíos, Lunes todo el año, También Berlín se olvida, Cuentos populares (fascinante reinterpretación de la tradición), El idioma materno o Caja de herramientas, Fabio Morábito ha conseguido sostener una voz muy propia. Es un escritor singular y único en la actualidad. A Morábito le interesa la habitación y los hallazgos entre el silencio y deseos simulados. 

Jardín de noche juega con el tiempo y el espacio. Entrar a su literatura es recorrer la Espiral de Fibonacci, donde la armonía y la estructura son nociones de la belleza y la inteligencia. Así como la espiral de Leonardo de Pisa, la literatura de Morábito es hipnótica y simétrica. 

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