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jueves, 25 abril, 2024
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Dostoievski frente a Occidente estulto

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Por: Mauro González Luna •

Cuando leí hace poco, que en una universidad europea se había suspendido un curso sobre Dostoievski por ser ruso, me di cuenta del hecho de la estupidez humana. Y el día 14 de marzo, al leer que una empresa mexicana vendedora de pan en todos lados, ha decidido no venderlo a los rusos, corroboré tal hecho: el de la estulticia occidental, pues no solo de pan vive el hombre, sino fundamentalmente de dignidad. Además, Rusia es abundante en trigo como pocos, y tiene manos y corazón.

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Había pensado escribir sobre algún tema mexicano, como ese de que el país se ha convertido en uno de los mayores importadores de basura -sí, de basura-, a raíz de que China dejó de serlo para combatir la terrible contaminación ambiental causada, en buena parte, por la incineración de dichos desechos. Y el gran exportador de la misma: la nación impoluta: Estados Unidos.

También tenía en mente tocar un tema semejante al descrito en el párrafo anterior: la importación por parte del grueso de los medios occidentales de comunicación masiva, de otro tipo de basura altamente tóxica, la de las mentiras propaladas por los medios estadounidenses sobre el conflicto ucraniano, que no es otro que el de Occidente filisteo -indiferente al Espíritu- contra la Rusia mesiánica, la de siempre, la siempre incomprendida por Occidente. Sin embargo, este tema lo abordo tangencialmente como se verá.

Pero la noticia acerca de la suspensión del curso universitario sobre el genio ruso, me orilló a decir algunas palabras sobre el formidable artista, psicólogo, pensador, visionario y profeta: Fiódor Dostoievski. Él, el anfitrión del «banquete del pensamiento», donde se anuncia el advenimiento de una revolución humana auténtica que se abrazará a la Cruz de Cristo, en un gran «salto» que desafía cultura e historia escleróticas y desencantadas.

Las ideas, las visiones realistas de Dostoievski son dinamita pura, destructoras de falsos humanismos materialistas de izquierda y derecha, y al mismo tiempo, encarnan energías creadoras, impulsos vitales posibilitadores del porvenir, de uno nuevo, reconciliado, redimido. No hay en él, ruso en toda la extensión del concepto, términos medios, mediocridades, tibiezas morales, trasmutadas «virtudes» neoliberales.

Hay en él, en Dostoievski, virtudes y fallas trágicas, desdoblamientos de la tempestuosa personalidad humana retratados con precisión en «Crimen y Castigo», por ejemplo. Desdoblamientos incapaces de ser comprendidos por la razón instrumental centrada en la fría técnica, en el principio tecnológico-liberal de una «paz sin conflicto, que progrese indefinidamente en una armonía perpetua, a imagen del ser humano abstracto, inexistencial del racionalismo»: sueño vano ese sin duda, como lo demuestran los hechos.

Los rusos a lo largo de su historia, han sido o apocalípticos o nihilistas, dice Berdiaev, nunca filisteos como los occidentales de hoy en su abrumadora mayoría, muy entretenidos con sus espejitos de felicidad pasajera, de rebaño, de animal contentamiento, llamado por Platón, porcino.

Dostoievski busca resolver el gran problema de Dios, afirma Nicolás Berdiaev, pero a través de desentrañar el problema humano que conduce en último término a Dios: antropología más que teología. Dios, el gran ausente en la Europa de estos días, en el Occidente actual, ajeno a sus raíces milenarias, sometido a la tutela hegemónica, en franco declive, de Estados Unidos. Europa volvió a la tierna minoría de edad.

A Occidente se le aplica la frase terrible de Péguy, poeta y héroe de la batalla del Marne: «el kantismo tiene las manos puras, pero carece de manos». Occidente encarna hoy la vaciedad de las formas subjetivas sin contacto alguno con el ser de las cosas; vaciedad de palabras sin referencia alguna a la realidad: libertad, derechos humanos, democracias, justicia, paz, virtudes.

Palabras esas transformadas en humo ante una práctica política de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, descarnada, bárbara, de tenderos, que, por ejemplo, vende armas a un país del Oriente Próximo, de riqueza inmensa, con las que anonada a miles y miles de vidas de inocentes en Yemen, ante el silencio culpable del mundo occidental; que experimenta sigilosamente con armas biológicas devastadoras muy cerca de China y Rusia.

Un Occidente que, en su soberbia, ceguera y mezquindad, provocó la crisis bélica ruso-ucraniana al dinamitar los Acuerdos de Minsk que trataban de la neutralidad de Ucrania, entre otros puntos cruciales para la paz; que la atiza con propaganda, sanciones y envío de armas a su instrumento de humillación rusa, al que abandonará traicionera e impunemente en su momento, como a Afganistán.

Palabras vanas repetidas en la ONU, desprovistas de substancia, de sentido prístino; mera retórica que esconde materialismos, hipocresías, violencias, racismos, laicismos, ideologías decadentes, estrambóticas y envilecedoras como la de género, campeona en ufanarse del aborto, que es sinónimo de asesinato de millones y millones de vidas humanas indefensas.

Occidente ha hecho a un lado a Dios, y el que «quita el Verbo, destruye la palabra», como señaló Paul Claudel, el gran poeta francés. La palabra para Estados Unidos y Europa vale un comino, cual lo demuestran las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, sus promesas de no expandir a la agresiva OTAN un milímetro hacia el Este, etcétera.

Ha destruido Occidente la palabra y con ello el rostro de la civilización; ha iniciado una nueva Edad Media bárbara, pero sin catedrales, sin genios como Tomás de Aquino o Alberto Magno, sin Dios que la salve. Occidente ha seducido al mundo con medias verdades y con falsedades burdas, con virtudes falsas que son iniquidades, o «vueltas locas» que son peores y más nocivas que los vicios, como dijera Chesterton.

Ha condenado al mundo a una existencia banal, frívola, la del «Mundo Feliz», carente de de grandeza, de genuina libertad, de la que no es capricho, sino medio, en ocasiones trágico, para el bien, la verdad y el heroísmo; verdad y bien a contrapelo de la fugaz y engañosa felicidad porcina a que apelan los capataces del hormiguero unipolar.

Contra eso, contra ese filisteísmo repulsivo, se enfrenta la Rusia de siempre. «Ni la dignidad, ni la libertad del ser humano lo autorizan a conformarse con la mera satisfacción o placer, como fines últimos de la vida». Contra el «gran hormiguero uniforme», contra la fanática beatería política de Estados Unidos, Europa y vasallos, se enfrentan Rusia cristiana y el legado universal de Dostoievski, profeta que desnuda la cruda realidad pero que encuentra una salida trascendente, esperanzadora.

No hay sociedad verdadera sin personas, y sin Dios no hay personas, no hay unión social digna de tal nombre, ha señalado un intérprete del genio ruso del «Gran Inquisidor», donde el Silencio divino, redime y vence a la palabra falsa. Las «bestias» del rebaño no están unidas, vegetan aisladas, cada una en soledad unánime: es la uniformidad del hormiguero humano atomizado, sin personalidad alguna en sus integrantes. «Todos los esfuerzos humanos no desembocan más que en el suicidio total, pero esto terminará -presagia Dostoievski, un santo apocalíptico- cuando se vea en el Cielo la Señal del Hijo del Hombre…». Triste destino suicida de un mundo occidental descristianizado, en bancarrota moral, cultural e histórica. Ojalá se dé a tiempo un milagro de rectificación, y el «mundo empiece a vivir de nuevo», después del vendaval, en palabras potentes de Dostoievski.

Descifrar a Dostoievski, es entender a Rusia y a su misión. Se recomienda a los que no han renegado del alma, leerlo para ahondar en el sentido de la existencia, para no ser víctimas del remedo de pensamiento impuesto por el conglomerado financiero, industrial y militarista anglosajón, que lucra con el conflicto bélico, que lo atiza, insisto, en lugar de buscar y contribuir a la paz. Felicito a La Jornada Zacatecas por su política editorial, plural y crítica, digna de encomio en medio de tanta sumisión a los dictados de dicho conglomerado y sus medios.

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