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lunes, 18 marzo, 2024
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Luis Aguilar y sus Muchachos que no besan en la boca

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Por: LUCÍA RIVADENEYRA* •

La Gualdra 557 / Luis Aguilar / Poesía

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Luis Aguilar tiene el don de golpear con espuma. Nos deshace y nos rehace. Nos mete de golpe a la niebla y, al mismo tiempo, alumbra como un faro. No ha habido libro de él que no deslumbre. Me sorprende que sea tan prolífico y, a la par, sea capaz de mantener una calidad irreprochable. Desde los primeros versos que ofrece en cualquiera de sus publicaciones, Decoración de interiores, Gatos de ninguna parte, Diario de Yony Paz, No quimio, entre otras, conmueve.

Muchachos que no besan en la boca obtuvo el Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen Estrada, 2015. En este libro se muestra no solo al poeta sólido que conocemos sino al poeta como un viajero auténtico; es decir, ajeno al turismo, con la capacidad de hacer crónicas poéticas y poemas que son crónicas. Su experiencia periodística, su sensibilidad para buscar víboras de cascabel y para contar historias, lo han llevado a aprehender la realidad en versos.

Aguilar, nacido en Tamaulipas en 1969, borda una crónica hilada en las calles, en los edificios, en las alturas. Una crónica de una etapa en Cuba, país rodeado de aguas cristalinas, con un calor que invita a los antojos y al antojo mayor de escribir versos. He tenido vivencias y múltiples referencias sobre esta isla, tan lejana y tan próxima, pero nunca había encontrado una versión que fuera mucho más allá de una ternura que quema con bálsamos porque existe en una realidad agria y porque es etérea y fugaz.

Él ofrece postales de La Habana, de otras ciudades cubanas y de algunos de sus habitantes que viven alrededor del coqueteo, del ligue, del negocio del sexo, del riesgo que conlleva el muy “grande mercado de la carne” en el casi encuentro amoroso y en el desencuentro; entre el amor a cuatro manos y las miradas discretas e indiscretas y entre la enfermedad y las carencias. Y en el centro de todo esto: el ron, el mar, el dominó, los helados, la música, la “telefonía a cobro revertido”, los “autos a los que nadie ha dicho/que están muertos”. O la descripción de un hombre: “firme como madera negra/pero rubio como cristal soplado/ -eduardo se llamaba”.

El autor brinda un contexto inédito de la cotidianidad cubana, el cual se complementa con las Notas, por si alguien ignorara el dato. Así recordamos las heladerías Coppelia o la calle 23 (desde L hasta Malecón, dice); localismos como yuma, boteros, arroz congrí, solar, viandas; y los nombres de las monedas cubanas, de alguna playa, de una cárcel…

Si en la narrativa mexicana, José Revueltas seduce con sus personajes marginados: obreros, enanos, presos, putas, homosexuales, comunistas, enfermos mentales, campesinos… Luis Aguilar en la poesía lo hace al atrapar a un sector que vive, ¡oh ironía!, entre la penumbra y el sol que dora el mar. Y todos los versos son de una sutileza que trastoca. Una muestra:

      …

       y es que estos muchachos

       que no besan en la boca no están hechos de mar

                   : son el mar

       por eso sueñan con volver sin haberse ido

     Luego de leer este poemario, no me queda duda de que repetiré lo que se afirma desde siempre: los poetas tienen una capacidad de concreción única, respecto a las realidades de la vida. Quizá algunos investigadores o filósofos los envidian, ya que estos se llevan cientos de páginas en explicar algunos temas y los poetas lo hacen en un verso, como cuando el tamaulipeco reflexiona sobre el tiempo: “… entre tiempo y juventud nunca se sabe quién asesina a quién”.

Sabemos que el beso es una de las manifestaciones más íntimas, más intensas, más provocadoras. A eso se debe que en la prostitución se bese poco o nada. “hay criaturas que no besan en la boca… pero tienen la habilidad de intercambiar objetos de profundo valor sentimental por una prenda fina. nueva. de marca. simplemente llamativa… ”. Y el oído del poeta escucha: “yo sé qué é lo que tú quiere   llámame   cuídate   te quiero   ¿oíte?. Se termina la lectura y queda la certeza maravillosa de que el deseo, la carne y la necesidad rebasan cualquier límite. Lo escribió Gilberto Owen, en el verso citado como epígrafe, “Por la carne también se llega al cielo”.

Muchachos que no besan en la boca está escrito sin mayúsculas; no obstante, lleva puntos, dos puntos y, por sobre todo, lleva los puntos sobre las íes. Y aunque hay lectores que no besan en la boca, es muy probable que queden boquiabiertos porque Luis Aguilar es capaz de pillar el instante, ese instante irrepetible en que “él me miró con discreción/de santero”.

Mientras estos Muchachos que no besan en la boca regalan teléfonos, papeles y andanzas, los que nos acercamos a los poemas de Luis Aguilar sabemos que es un poeta que besa el infinito mundo de la cotidianidad y es probable que debido a eso nos deja temblando. Siempre que lo leo pienso en demandarlo por ser un detonador de angustia. No obstante, me detengo porque su oficio poético es la libertad y todos los que lo leemos, besemos o no en la boca, conocemos verso a verso una forma de la felicidad, de la libertad y de la ternura.

Siempre hablaré de ti en tiempo presente, Luis querido, aunque ya andes besando nubes y relámpagos.

 

Aguilar, Luis. Muchachos que no besan en la boca. Vaso roto, Ediciones. España, 2016. 78 pp.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_557

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