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jueves, 15 mayo, 2025
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Zedillo y el debate sobre la transición

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Hemos sido testigos, en los últimos días y semanas, de un interesante debate suscitado por la intervención pública que ha decidido tener el ex presidente Ernesto Zedillo Ponce de León, a través de un texto publicado en la revista Letras Libres1 y una entrevista en Nexos2. El fenómeno ha resultado aún más atractivo dada su novedad. No es común en nuestro país que quienes ocuparon la titularidad del Poder Ejecutivo (menos aún sí son de origen priista), se mantengan en el debate público frente a sus sucesores, y más extraño es que estos últimos acusen de recibo la provocación, como lo hizo en estos días la presidenta Sheinbaum. El propio Zedillo despreció el intento de su antecesor, Carlos Salinas de Gortari, en los últimos meses de su gobierno, cuándo, quien fue su principal impulsor político, publicó un extenso volumen de memorias de su sexenio, pretendiendo defender su legado, pero aún más, compartirle su dosis de responsabilidad al propio Zedillo. Tanto Vicente Fox como Felipe Calderón, se han mantenido activos en la agenda pública, sin embargo, han sido apenas materia de un debate del alcance que, en estas semanas, ha parecido alcanzar el ex presidente al que nos referimos en este texto.

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En lo particular me parece no solo sano, sino atinado que Ernesto Zedillo salga en defensa del régimen de la transición que su gobierno fundó en el modelo que terminó adoptando el sistema político mexicano durante más o menos dos décadas. Corresponde a su gobierno la autonomía del Instituto Federal

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Electoral, que sería el diseño que otros órganos constitucionales autónomos terminarían adoptando; también fue suya la iniciativa que configuró al Poder Judicial tal como lo conocimos hasta hace unos meses. Coincido, sin embargo, con analistas como Leo Zuckerman, quien ha escrito que la aparición del ahora académico de Yale, ha sido “Too little, too late (muy poco y muy tarde)”3; o con Carlos Pérez Ricart, quien escribió que Zedillo, llega tarde y llega mal a defender sus reformas, mismas que fueron “traicionadas”. Con atino escribe el columnista de Reforma: “Cuando el sistema judicial se pudría y la alternancia era traicionada, la torre de marfil de Yale se quedó sin luz y fax”4.

En lo particular me ha parecido siempre que Zedillo nos debe mucho más que esto a todos los mexicanos, en cuanto a rendir cuentas en relación con su experiencia como el sucesor de la candidatura de Luis Donaldo Colosio, y el presidente que sepultó al PRI como partido hegemónico. A diferencia de sus tres antecesores inmediatos (José López Portillo, Miguel De la Madrid, y como ya lo anotamos, Carlos Salinas), Zedillo nunca ha escrito una memoria o crónica de su presidencia, cuyo legado institucional hoy pretende defender. Y no solo eso. Creo que es importante que, sí ha de defender el régimen que afianzó con sus reformas, políticas y decisiones públicas, aprovechemos la provocación deliberativa para realizar un oportuno recuento de lo que falló en dicho proceso de transición, más allá de la arquitectura institucional, que, cómo negarlo, permitió a México convertirse en una democracia constitucional.

Finalmente, hay una crítica que me parece sustantiva en torno al texto que publicó el expresidente en Letras Libres. Ahí afirma: “Tuve claro que las duras decisiones que debía tomar para enfrentar la crisis animarían a políticos

oportunistas y demagogos a lucrar políticamente con la situación. No me importó, pues mi deber no era ser popular sino hacer lo necesario para que México superara la amenaza de sumirse en el estancamiento económico y el retroceso social por muchos años.” Creo que en esta declaración se encuentra la semilla de lo que hoy no entiende (muchos nos hemos tardado con él en entenderlo, lo asumo), en cuanto a que su deber, como un presidente democráticamente electo por las mayorías, sí era ser popular; buscar la fórmula que le permitiera, al tiempo de ser responsable y tomar decisiones con visión de Estado, explicarlas, justificarlas y, sobre todo, legitimarlas socialmente. Su distancia entre la política pública, diseñada e implementada desde un escritorio, y la realidad social en las colonias, comunidades y plazas públicas, no le permitió nunca entender que, el gobierno era más que una junta de notables, una mesa directiva cuyos únicos accionistas parecían ser los potentados. Quizá ahí, en ese error de origen, encontremos la respuesta y la causa de los fenómenos que hoy señala.

@CarlosETorres_

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