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jueves, 18 abril, 2024
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Está permitido indignarse

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Por: CITLALY AGUILAR SÁNCHEZ • Araceli Rodarte •

■ Inercia

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Se habla mucho de violencia en estos días. Todos parecen pensar que la violencia sólo existe cuando hay golpes, sangre, muerte… Tristemente la violencia va mucho más allá. Hay violencia donde no se nos permite ser libres, donde no podemos expresarnos y también donde se vive una tensión constante por miedo a que algo nos ocurra. La violencia existe en tanto existe manipulación de información, de dinero, en el control sobre la seguridad y las expectativas de vida.

Es una violencia silenciosa la que constantemente presenciamos en México. Es una violencia que no podemos demostrar de forma abierta. Y sin embargo, hay heridas que todos vemos, hay sangre, hay muerte… Parece entonces contradictorio que se nos pida no reaccionar con violencia ante la violencia, y que se le pida al pueblo que se trague la rabia de su desesperación.

 

Ante la diplomacia…

Hay ocasiones en la vida, en que se espera que actuemos de forma diplomática. Hemos sido educados en la idea de la moderación del temperamento. Hay una larga tradición ideológica que intenta adoctrinarnos para no reaccionar impulsivamente, ni tomar decisiones en estados de alteración visceral.

Desde la tradición clásica, Platón y Aristóteles proponían al hombre un modelo de vida en el que la razón fuera el eje central y no contemplaban al hombre reaccionario; la idea de un hombre ideal para los griegos era aquel que reunía modestia. En la Edad Media, la literatura funcionaba como una medida de seguridad; por ejemplo, Alfonso X escribía o mandaba traducir textos morales, en los que gran parte de su pensamiento y mandato eran evidentes: adoctrinar al pueblo en la obediencia al rey. Y en la evolución natural de la historia, grandes ideólogos han desarrollado formas persuasivas para que el groso de una población se subordine ante lo que el poder requiere.

Es curioso notar que, en general, la historia de la humanidad es la misma. Siempre hay quien exija del pueblo quietud y solemnidad. Se habla mucho de la civilización como un instrumento que no debe agitarse ante nada, que debe cuidarse de no actuar de forma precipitada ante los problemas. Para ello se alecciona a los hombres desde jóvenes, con los ejemplos de guerras absurdas, de grandes desgracias acaecidas en aquellos que se dejaron llevar por la efusividad de un enojo.

La idea de la quietud existe porque es lo conveniente para aquellos que saben sobre la enorme capacidad que un motín puede ocasionar. Y la herramienta más fuerte de los sistemas de poder es hacerle creer al pueblo que no tiene ninguna importancia su manifestación y provocar la desintegración.

Pero ¿cómo se debe comportar la gente ante una agresión directa e impactante? ¿Es acaso natural quedarse quieto, sin chistar e irse a casa tranquilamente sin decir una palabra y seguir con la vida como si nada?

 

Derecho a la violencia

Tenemos derecho a reaccionar agresivamente ante la violencia, lo innatural es no hacerlo. Nuestro propio instinto, por acto reflejo, reacciona así como medida de sobrevivencia. No es natural que ante un golpe, quien lo recibe no sienta que le hierve la sangre e impulsivamente intente defenderse.

Lo que genera un estado violento es violencia, porque antes de ser un pueblo civilizado somos humanos, viles y comunes, en quienes la sangre se calienta con el mismo fuego que el de los animales… Sí, y ello no significa que no seamos capaces de racionalizar. Son cosas distintas: la razón sirve para utilizarla en situaciones en que se puede llevar a cabo el entendimiento, mientras que la violencia sirve para defenderse de la violencia.

En este México que estamos presenciando, donde matan impunemente a gente de todas las edades por situaciones aleatorias, lo natural es la rabia y la exigencia de justicia. Pedir solemnidad en estos casos es incluso otra forma de violentar al pueblo, es similar a coser la boca al que se está golpeando.

No se puede justificar la reacción del pueblo ante la situación que estamos presenciando día a día, porque no necesita justificación; se trata de lo que es natural en el hombre, se trata de a lo que tenemos derecho. Si el sistema no respeta la vida humana ¿puede acaso el hombre respetar a ese sistema, a sus instituciones, a sus edificios?

Parte de nuestra defensa ha sido por mucho tiempo el silencio y la indiferencia, pero poco a poco nos hemos dado cuenta de que con evadir la realidad no la hacemos mejor y no cambia nada. Nuestra naturaleza reclama la restauración del orden y esto se logra por medio de la ira, es decir, el mecanismo encargado de tener valor para afrontar esta terrible realidad es el coraje, la indignación, la ira.

Más que pedir la renuncia de un dirigente, la ira debe ir encaminada a luchar por un equilibrio social. Es momento de que el pueblo tome responsabilidad de esa ira, de que la afronte y haga algo con ella por el bien de la nación. La violencia es purificadora cuando se canaliza de forma positiva, puede salvarnos del opresor y puede ser el catalizador de una energía mucho más vital. ■

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