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martes, 25 junio, 2024
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No hay nubes en el cielo (II)

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

Keynes, en la nota 1 del capítulo I, del libro I, de su “The General Theory of Employment, Interest and Money” de 1936, nos aclara a quienes se refiere con el nombre de “clásicos”. Según él, fue Marx el que acuñó el epíteto para aplicarlo a Adam Smith, David Ricardo o James Mill, pero Keynes cree conveniente extenderlo hasta los continuadores de Ricardo como Francis Ysidro Edgeworth, John Stuart Mill, Alfred Marshall o A. C. Pigou. Como es bien conocido, en el capítulo II del libro citado Keynes nos dice cuáles son los postulados de la economía clásica a los que se opone.  Y todos se reducen a uno solo: la ley de Say. No hay cita directa a Jean Baptiste Say en el libro de Keynes, pero se nos hace saber el contenido de la ley de Say mediante prolijas citas de John Stuart Mill y Alfred Marshall. En escueto resumen, la ley de Say nos dice que toda oferta crea su propia demanda, lo que implica que cualquier crisis derivada de una abundancia relativa de producción en el sistema capitalista es local y está sometida a un mecanismo de ajuste que impedirá su transformación en una crisis global. Entonces, para Keynes la definición de “clásico”, pasa por la aceptación en diferentes grados de la estabilidad del sistema capitalista. Es bien sabido que la referida ley tuvo opositores, entre ellos T. R. Malthus y Charles Sismondi, que adujeron “fallos” en el proceso de distribución o inesperadas “fricciones” en el de circulación. Pero con todo se mantuvieron fieles al dogma del papel subordinado del dinero en el sistema económico. Para ellos el proceso económico consistía en el cambio de mercancías por mercancías, siendo el dinero algo “irrelevante”, apenas un medio “cómodo” de realizar el trueque. Fue Marx, en páginas memorables de “Das Kapital”, capítulos XX y XXI, en las que realizó el más certero ataque contra la ley de Say al resaltar el importante rol del dinero dentro del proceso económico. De hecho para Marx es la existencia misma del dinero lo que permite el desarrollo de las crisis recurrentes del sistema capitalista. Su ataque contra la ley de Say consistió en mostrar, mediante modelos del proceso económico, que las crisis periódicas demuestran que esa ley no opera, y que aún si opera, es irrelevante para impedir el desarrollo de las crisis. Por tanto el sistema económico capitalista no es estable. Keynes formula la ley de Say diciendo que la oferta agregada iguala a la demanda agregada, lo que le permite la inmediata generalización de la situación al establecer que, en cualquier momento de tiempo, la demanda agregada no igualará a la oferta agregada si no existe un mecanismo de regulación externo al proceso. Una de las consecuencias es la existencia amplia del desempleo forzado. El sistema capitalista, considerado como un puro sistema económico, no se autorregula, requiere de continuos reajustes para su funcionamiento en tiempo histórico. Por lo tanto, sea cual sea la fortuna del sistema keynesiano, constituye una racionalización del papel del Estado como medio de estabilización del sistema capitalista.

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El Estado mexicano posrevolucionario tuvo por misión histórica la conciliación de las diferentes facciones revolucionarias, actividad que le dio los elementos políticos –que sería prolijo explicar- para poder llevar a cabo el papel que el orden mundial que emergió tras la derrota de las potencias del eje en 1945 le confirió a todos los Estados-Nación. Ese papel, descrito por Robert L. Heilbronner.- en su libro de 1965 “The Great Ascent”- consistía en sostener el proceso de crecimiento económico, principalmente en las naciones más “atrasadas”. Y como es bien sabido, México creció, en el periodo de 1951 y 1970 a tasas de entre 3% y 4% con inflación anual promedio de 3%, con una paridad de 12.50 por dólar que duró 22 años. Fue hasta la década de los 70 que comenzó a modificarse esa función del Estado-Nación como resultado de las transformaciones del sistema capitalista, manifestadas como “crisis”.

Los zapatistas, en su libro “El pensamiento crítico frente a la Hidra capitalista I”, aseveran, por diversos motivos, que uno de los elementos claves de su forma de organización consiste en no solicitar ayuda al Estado mexicano. También sostienen que no recomiendan ni votar, ni no votar, porque los partidos son todos impotentes para cambiar la situación. Tal aseveración puede interpretarse, sobre la base de lo explicado líneas arriba, como una crítica hacia esa izquierda mexicana que, nostálgica, encuentra en la época del “desarrollo estabilizador” el horizonte de sus anhelos y el origen de sus propuestas. Es claro que el Estado como promotor del desarrollo fue un elemento clave en el desarrollo del capitalismo en la posguerra, pero desde los 70 dejo de ser importante, por lo que como escenario de la “lucha de clases”, perdió relevancia. Así que los zapatistas tienen razón, aunque sus motivos puedan sernos ajenos, en desdeñar la capacidad de los partidos de lograr un cambio en el sistema de reproducción social. (Continuará) ■

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