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viernes, 9 mayo, 2025
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Una Extranjera

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Por: ABIGAIL DÁVALOS •

Después de la estruendosa explosión la ciudad calló. Después de la estruendosa explosión la ciudad cayó.” Así se lee el microcuento de Raúl Encina, habitante de Santiago de Chile que recuerda aquél funesto 11 de septiembre de 1973, el día que Chile cambió, el día que Chile sufrió, el día que Chile calló.

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Ser una extranjera parada frente al edificio de la Moneda trayendo a tu cabeza todo lo que de libros aprendiste o lo que te han contado sobre el golpe de Estado que hace exactamente 40 años arrastró al país a una opresiva dictadura militar; lo que leíste o lo que escuchaste… y las piernas se te ablandan.

Ahora, inmiscuirte dentro de la cotidianidad del chileno, conocer sus rincones, escuchar sus noticias, abastecerte en sus mercados, presenciar sus silencios, y volver a pararte ahí un 11 de septiembre a los pies de la estatua dedicada a Allende y durante la reproducción del último discurso que alcanzó a dictar por radio Magallanes mientras bombardeaban la Moneda, eso te parte el alma.

Dejas de lado el desatinado papel de turista/fotógrafo en el que te has enredado por varios días y te das cuenta de encontrarte en medio un gentío transgeneracional que escuchan las palabras de Allende como si hubieran estado ahí, que recuerdan que muchos sí estuvieron ahí, que extrañan a los que estuvieron y jamás regresaron. Entonces tú también agachas la cabeza con la esperanza perdida, porque la posibilidad de construir una sociedad más justa por la vía pacífica en América Latina ese día se perdió, porque los mil días de la Unidad Popular lograron lo que años de vida independiente no ha logrado en otros países y no los dejaron continuar.

Agachas la cabeza porque en Chile la dictadura no ha terminado, porque esta democracia se siente como agua con vinagre en la piel, gas lacrimógeno en los ojos, palazos en el hígado, carabineros en las calles, represión.

Fueron 17 años de terror, 200 000 exiliados y 40 000 detenidos desaparecidos que han quedado en la memoria de los chilenos y que ha desarrollado en ellos una dinámica que te es difícil comprender. Con el gobierno de concertación se dio al pueblo una serie de concesiones mínimas que reconocían los agravios que la dictadura hizo padecer al país. Se habló de una transición a la democracia, que consistió sólo en el cambio de nombres a las instancias pero que dejó en el poder a muchos de los cómplices del golpe de Estado y el régimen dictatorial. Murió en dictador, pero sus achichincles permanecen. ¿Cómo puede el chileno común lidiar con esto? ¿Cómo es posible convivir con quién te torturó, o con quién sabe dónde están los familiares que tienes 40 años buscando?

Chile tiene muy arraigada la tendencia a la recuperación de la memoria y ello ha dado pie a una importante producción artística y simbólica pero sigue siendo un pueblo que no menciona el nombre de Pinochet, con una policía que se impone mediante el miedo y la represión y con un resentimiento que guarda y que estalla cada 11 de Septiembre, día en que las calles de Santiago se vacían a media tarde, los trabajadores tienen permiso para ir a sus casas temprano, y el transporte público deja de funcionar. Entonces una marcha con veladoras, banderas, retratos de desaparecidos y consignas se dirige al Estadio Nacional, lugar donde miles de chilenos acusados por tener una afiliación política de izquierda fueron encerrados y torturados. Y te ves nuevamente parada sobre en sitio en el que no puedes ni imaginar la cantidad de atrocidades de que fue testigo. Se comienzan a escuchar por la ciudad ambulancias y patrullas y las poblaciones se llenan de barricadas y enfrentamientos, es la rabia contenida durante todo el año, es la fecha que les duele a todos aún. Y te impresiona saber lo común que es para todos resguardarse cada 11 de septiembre porque la ciudad y el país
entran en guerra por una noche.

“Compañero Salvador Allende: Presente” grita algún sexagenario cada que pasamos por alguna de las imágenes del héroe nacional que Latinoamérica se ha apropiado, los claveles rojos inundan su retrato y dejas una vela encendida como muestra de respeto y admiración. Otra vez te sientes como una tonta extranjera haciendo turismo cultural, inmiscuyéndote en una historia que no padeciste, apoderándote de orgullos que no te corresponden, conmovida por el dolor de un pueblo que no comprendes. Pero te das cuenta que estás ahí, como la tonta extranjera parada frente a la Moneda, la tonta extranjera caminando a la tumba de Allende, la tonta extranjera dejando una vela en Estadio Nacional porque tu sentimiento de admiración y respeto es genuino y porque al menos, la empatía no la has perdido. ■

@desconchinflad_

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