13.9 C
Zacatecas
sábado, 20 abril, 2024
spot_img

Eppur si muove

Más Leídas

- Publicidad -

Por: ADSO EDUARDO GUTIÉRREZ ESPINOZA* •

La Cuaresma me recuerda a mi abuela: su departamento olía a pipian y capirotada: una mezcla agridulce, aunque estos olores y sabores ya quedan en el recuerdo y en la melancolía: mis abuelos ya murieron y, por más que me fuerzo a mantenerlos en la memoria, sus fisonomía se borran poco a poco. Cuando niño, estas semanas me parecían desagradables, ni por el hecho de las prohibiciones, casi no consumo carne, sino la saturación en los canales abiertos de películas, programas y series con temática religiosa; sin embargo, recuerdo cuando nos sentábamos a mirarlas, no sé cuántas veces ella las vio, aunque no estoy seguro si lo hacía, pues terminaba dormida. En mi (in)conciencia infantil creí que dormía por la edad, los niños siempre ven a los adultos como viejos, a pesar de ser jóvenes, aunque pronto supe que eran sus espacios para descansar: trabajaba sin descanso lavando y planchando, como ella solía decir, ajeno. El resto del año, salvo excepciones, su departamento olía a detergente y suavizante de ropa, así como sonaba el ligero murmullo de la plancha y el vapor de agua y la televisión en su canal favorito, las telenovelas. Por eso, la Cuaresma me recuerda más a ella, a sus platillos y, en particular, a su sazón: los otros días eran aromas de clientes con múltiples rostros que, por una u otra razón, no podían o no querían limpiar sus vestidos.

- Publicidad -

Ahora, años más tarde y con la conciencia de un hombre que envejece, siento un pesar por el pasado, sus ausencias pesan y sé de primera mano que, por más que se intenta, no se valora del todo la presencia de, en este caso, los abuelos. Pesa su ausencia y me siento más culpable al no ver lo efímero que fue su presencia, e incluso ruego que a los años posteriores, o este presente, se les aplique un Control+Z para que vuelvan ellos. Si existiera esa función, lo aplicaríamos para resarcir muchas acciones, decisiones y situaciones. Por supuesto, pido peras al olmo.

Siempre he pensado que la muerte es un correlato, cada uno la vive de distinta manera y, al menos que tengamos la habilidad después de sucedido para narrarlo, es imposible contar nuestras propias muertes, quizás se pueda hacer un ejercicio de ficción, sobre, por ejemplo, cómo los demás deberían o sentirían al estar fuera del elenco: un ejercicio narcisista y egocéntrica, si me preguntan, pero que nos da cuenta sobre la visión de mundo y de las relaciones sociales que hemos logrado en estos años. ¿Cómo viví la muerte de mis abuelos? El primero en partir, el paterno, fue violento, un golpe que desequilibró a la familia: caí en una depresión, que por poco me hace abandonar mi carrera profesional; el siguiente, el materno, fue menos agresivo o conciliador, pues meses atrás había mantenido conversaciones y muestras de afecto con él, supe vivirlo y manejar las emociones de manera positiva; y el tercero, la materna, generó una motivación que aún continúa: seguir mis propios proyectos, abandonar trabajos desgastantes y poco motivadores —claro, sin olvidar que en uno de ellos viví la frustración, la envidia y el egoísmo de mis excompañeros— y seguir con la escritura creativa. Su muerte fue movimiento, hizo cambios positivos, aunque no quiero ser malinterpretado: éstos fueron consecuencias de reflexiones posteriores, de vivir y llorar su ausencia, ante el peligro de ser tildado como débil.

Además, la idea anterior, la muerte como correlato, tiene sus fallos, no me atrevo a decir si estrepitosamente: hay un proceso en las personas que están por morir, cierre de ciclos y perdón —por supuesto, depende de los casos. Recuerdo la de mi abuelo paterno, a partir de las palabras de mi madre: en su lecho de muerte, pidió perdón por sus acciones. Entonces, su funeral, la del paterno, fue una fiesta, en el buen sentido de la palabra: lo despedimos con música, bromas y baile, sabíamos, de algún modo, que lo suntuoso y lo dramático no eran parte de él, además que se acercaba su cumpleaños; celebramos su vida, sus proyectos, sus sacrificios y sus afectos; y también agradecíamos su presencia, a partir de su ausencia. Con mi abuela materna, fue distinto: todo olía a flores y a comida, había fotografías suyas por doquier, a buenas palabras y afectos de amor: ella siempre fue generosa con todos, capaz en muchas ocasiones de quitarse el bocado para dárselo a los necesitados. No obstante, aquí hubo mayor solemnidad y seriedad: los más jóvenes fueron quienes lo padecieron y con justa razón; y los más grandes le recordaban con bromas y sus frases típicas, así como sus historias.

Y sin embargo se mueve: a pesar de ellas, las muertes, volviendo y parafraseando a Deleuze, implican detener el movimiento natural del flujo de la vida: sus muertes son el grado máximo del movimiento detenido, tomando como punto de partida a la misma vida, pero ellas insertaron un impulso a la propia vida. Sus muertes generaron vida, o movimiento: ¡vaya manera de interpretar las ausencias! ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -