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sábado, 17 mayo, 2025
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El derecho a opinar

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Investigaciones demuestran que en México los títulos universitarios sirven para muy poco, no garantizan empleos ni buenos ingresos. Sirven, eso sí, para embellecer paredes, satisfacer expectativas parentales, y también, para que algunos de sus poseedores sustenten su derecho a tomar decisiones por quienes carecen de ese papel.

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Esto se da en todos los ámbitos, desde los abogados que suponen que su cliente nada tiene que decir sobre su situación legal, o los arquitectos que afirman que quienes habitan en esta ciudad no tendrían por qué opinar sobre los cambios que hacen en ella.

Se da también en la política, pues aunque hoy muchos de los que participan en ella se empeñan en afirmar que no son políticos, sino simples ciudadanos, desde hace años se piensa que los títulos en economía, obtenidos preferentemente en alguna universidad extranjera, facultan para casi individualmente, tomar decisiones que afectan a todo un país. Es el triunfo de los tecnócratas

Quizá quien mejor lo explica es justamente un Doctor en Economía de la Universidad de Illinois, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, quien en entrevista con Joaquín López Dóriga (ver https://youtu.be/90FDr7b2dkE ) afirmaba que en América Latina: “se redujo el desarrollo a un problema técnico, se nos quiso hacer pasar la ideología como ciencia (…)”.

Dice Correa: “A los economistas nos convirtieron en sumos sacerdotes. Las grandes decisiones las deben tomar políticos con visión integral. Ahí llaman a los técnicos, (para decirles) dado que quiero hacer esto, señores, dado que quiero cobrarles más (impuestos), a los más ricos, para financiar con esto igualdad de oportunidades para todos y para todas, venga usted señor economista para que me haga las cuentas. Pero las grandes decisiones son políticas”.

Esta confusión entre ciencia e ideología a la que se refiere Correa es la misma entre perfiles técnicos y perfiles políticos, es la que lleva a puestos políticos, a eficientes técnicos. No hay mejor ejemplo de ello que Miguel Ángel Mancera, eficientísimo funcionario y mal jefe de gobierno. Es la explicación del cambio entre Manuel Mondragón y Kalb, jefe de la policía capitalina, y prestigiado por su manejo de la seguridad del Distrito Federal, y el Manuel Mondragón que se estrena como encargado de la policía federal dejando en coma al maestro Kuy Kendall por un disparo de gas lacrimógeno que se le incrustó en la cabeza. Misma persona, mismo perfil, pero bajo el mando de diferente político.

En ese contexto, en el que muchos consideran que las grandes decisiones tienen que ser tomadas por una élite científica e intelectual, resulta para algunos peligroso y populista que el gobierno griego haya consultado a su pueblo sobre la solución de los adeudos que tienen con la troika.

La decisión ya fue tomada, el pueblo griego votó en más del 60% por el NO a las medidas de austeridad a las que los intereses trasnacionales pretendían someterlo, y lo hicieron además, en coincidencia con lo sugerido por los tres economistas vivos más importantes, Joseph Stiglitz, Paul Krugman y Thomas Piketty.

Pase lo que pase ahora, al pueblo griego le quedará cuando menos la satisfacción que si esto se trata de un error, será uno decidido colectivamente, por el 60% de quienes padecerán o gozarán las consecuencias. Por su parte, al gobierno de Alexis Tsipras se le ha dado mucha fuerza para renegociar la deuda, porque ahora existe la certeza de que detrás de sus acciones hay un pueblo digno que lo respalda.

Los mexicanos sólo vemos el fenómeno de lejos. A pesar de los esfuerzos, la colecta de firmas, los cabildeos, etcétera, no logramos ser consultados ni siquiera en un tema tan importante como la reforma energética, en la que se discutió el recurso que da el 40% de los ingresos públicos.

En esa discusión se escuchó fuerte el argumento intelectualoide que considera que “la prole” no tienen derecho a opinar al respecto, por no saber de eso. No entienden que, en todo caso, la obligación de quienes han tenido el privilegio y la oportunidad de profundizar en un tema es, no ya tomar decisiones por todos, sino más bien informar para que todos puedan opinar.

Ese es un elemento fundamental de la democracia, de la democracia completa, que como decía Lula Da Silva, no se limita al derecho de un pueblo a gritar “tengo hambre”, sino también a ser alimentados.

El derecho a opinar de los asuntos públicos es irrenunciable, y va implícito en él, el derecho a tener educación e información que permitan formar una opinión razonada de los hechos, que además, debe ser tomada en cuenta por quienes han sido votados para obedecer. Para mandar obedeciendo, como bien dicen los zapatistas. ■

 

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