Muchos debates han traído consigo los resultados de las elecciones del pasado domingo 2 de junio. La innegable mayoría que obtuvo la coalición gobernante ha desatado preocupaciones legítimas (que comparto) respecto a lo que se llamó el Plan C y que la hoy Presidenta electa suscribió en su plataforma política de campaña. Partamos de varias premisas: la primera, lo que acabamos de anotar: la entonces candidata integró entre sus propuestas dichas iniciativas legislativas sin ambages; dos, la próxima jefa del Estado mexicano pertenece al mismo movimiento y expresión política que impulsó dichas iniciativas sin éxito por falta de las mayorías requeridas en las cámaras del congreso de la unión; y tercero: la ciudadanía otorgó casi esas mayorías, conforme al sistema electoral mexicano, aunque la votación se encuentre muy por debajo de los porcentajes de representación que la coalición oficial tendrá en el Congreso de la Unión. Existen pues las precondiciones, tanto políticas, como programáticas y electorales, para desarrollar dicho plan.
Una vez establecido lo anterior, también es importante decir que la entonces candidata y hoy Presidenta, ha sido cautelosa a la hora de expresar su total adhesión a las particularidades del multimencionado plan C, y específicamente a lo relativo a la reforma al Poder Judicial, que, tirios y troyanos, han reconocido como necesaria. También cabe decir que el mercado, y en general otros factores de poder, que, si bien no son de naturaleza política, tienen incidencia e intereses en ésta, no han reaccionado de manera positiva a la potencial reforma constitucional.
Todo lo anterior dará pie a un ya muy andado camino en el análisis político en la historia: el estilo personal de gobernar de quiénes tienen el poder para imprimir en las decisiones públicas acentos derivados de su personalidad, experiencias de vida, perspectiva, visión y carácter. No es ni novedoso, ni una anomalía. Por el contrario, es muy racional aceptar que la condición humana es inherente a la política, actividad, al fin, humana en sí. Lo que también es cierto es que el estilo personal de gobernar tiene diferente impacto sí éste se ve limitado por instituciones sólidas, que, con otros intereses, perspectivas e ideologías, equilibran las determinaciones de una persona que tiene el poder para impulsar programas, políticas y reformas.
Nos encontramos hoy ante un escenario no visto en México cuando menos desde hace cuarenta años. No por las mayorías legalmente electas en las Cámaras, sino por la legitimidad del proceso del que resultaron éstas. Nos remontamos, con nuevas reglas, confiables y certeras, a condiciones de representación que no habíamos visto desde la década de los 80 del siglo pasado.
Frente esta realidad el estilo personal de gobernar de la primera Presidenta de nuestra historia revestirá de una importancia vital para la salud de nuestra democracia constitucional o para el rediseño de la misma e inclusive para el cambio de paradigma y modelo que regirá al país en el futuro inmediato.
Como en todos los casos, descifrar dicho estilo, se antoja imposible más allá de la especulación. La responsabilidad a cuestas transforma la perspectiva, visión e incluso concepción del contexto, la historia y el futuro.
@CarlosETorres_
