La Gualdra 578 / Río de palabras
Muchos me dicen que se escribe para desahogarse y otros que para ahogarse en las palabras. Otros, que escriben como terapia para deshacer traumas de la infancia o para olvidar sus días cotidianos llenos de problemas. Algunos más dicen que escribir los reconforta, que encuentran paz en las frases, en los párrafos y páginas correctas. Otros más, lo hacen con desesperación, como si escribir fuera un alucinógeno, algo que los llevara a evadir o a construir nuevas y diferentes realidades. Varios escriben, he escuchado, porque de otra manera no podrían andar cargando con todo el peso de las palabras atoradas. Hay quienes me han confesado, que escriben porque les falta el aire y es en las palabras dispersas por el ambiente que encuentran el respiro, que les proporcionan el oxígeno para continuar sus pasos por la vida. Unos más dicen que escriben por orgullo, por preservar en los cuadernos la historia, para que no sea olvidado el honor o el horror que ha cometido la gente de sus pueblos, para que cuando alguien mire hacia atrás vea que forma parte de una historia. Hay otros, los más comunes, que dicen que escriben por amor, porque es el motor que lleva a que todo camine en la vida y sueltan parrafadas y parrafadas con palabras que parecen inútiles pero que los llevan a creer que es posible ser felices en la vida. Hay otros, los que no dicen para qué, pero que sólo escriben y van por la vida buscando cómo comunicar sus palabras, en dónde ponerlas para que todos las lean, para que las reciban guardándolas en sus interiores. Hay otros que no escriben nada, que sus palabras se quedan en el pensamiento, que les crecen en el cerebro, les provocan migrañas, presión, dolores permanentes. Yo precisamente por eso escribo, aunque tal vez quienes lean esto, piensen que lo hago por otra cosa. Simplemente lo hago para que mi cabeza, al menos por el día de hoy, no explote.
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