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domingo, 4 mayo, 2025
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■ Un hombre que sigue reinventándose mientras carga con medio siglo de música sobre sus hombros

Adrián Ehécatl Villagómez Meraz: músico, docente y un puente entre generaciones

■ A los 12 años tomó la guitarra por primera vez y a los 13 ya estaba en los escenarios

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Por: Jaqueline Lares Chávez •

En Zacatecas, una ciudad de cantera rosa, callejones coloniales y festivales que le apuestan a la cultura, habita desde hace tres décadas un músico que no sólo interpreta canciones, sino que las convierte en puentes entre generaciones, entre geografías, entre mundos sonoros a veces olvidados: Adrián Ehécatl Villagómez Meraz. Cantante, guitarrista, docente universitario, gestor cultural y más recientemente, estudiante de Estudios Culturales Mexicanos, Adrián es un hombre que sigue reinventándose mientras carga con medio siglo de música sobre sus hombros.

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Aunque hoy se le reconoce como figura clave en la escena musical zacatecana, Adrián nació y creció en la Ciudad de México. Desde muy joven mostró una inclinación clara hacia la música. “Empecé con la flauta quena, la melódica… esos instrumentos melódicos me encantaban de niño”, recuerda. A los 12 años tomó la guitarra por primera vez y a los 13 ya estaba en los escenarios, incluso en bares de la capital donde debía llevar una carta firmada por sus padres para poder tocar. “Era otro México. No había internet y había que ir con tus papeles, convencer al dueño, que hablaran a casa para confirmar que tus papás te daban permiso. Pero así era, y así le hice”.

Uno de los hitos de su infancia musical fue su participación en un concierto en la Torre de Rectoría de la UNAM, un simbólico 2 de octubre. A punto de cumplir 13 años, ya sabía que su destino estaba marcado por la música, aunque el camino no sería fácil. “Justamente una fecha trágica para la historia nacional. Justamente en un concierto multitudinario en la Torre de Rectoría, en la UNAM, que es la Ciudad de México” agregó.  

La vida lo llevó por varios estados del país. Vivió un tiempo en Guanajuato con la intención de estudiar música de forma profesional. Sin embargo, las reglas estrictas de la universidad —que sólo admitía a estudiantes muy jóvenes— truncaron esa posibilidad. Entonces el destino y el amor le marcaron otro rumbo: Zacatecas.

“En ese entonces tenía una novia, quien luego fue madre de mis hijos. Fue ella quien me sugirió venir a Zacatecas. Yo creo que fue plan con maña”, dijo riendo. En Zacatecas logró ingresar a la Escuela de Música (hoy Unidad Académica de Música de la UAZ), pero su maestro falleció al poco tiempo y, dado que las clases eran personalizadas, su formación formal quedó inconclusa. Aun así, no se detuvo. Comenzó a tocar en bares y foros locales como el Rincón Bohemio, La Toma y Mi Canto, mientras construía su propio camino como músico independiente.

En 1998, su trabajo constante lo llevó a ser invitado a impartir clases en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Lo que comenzó como talleres de guitarra popular evolucionó hasta integrarse al grupo universitario Huayrapamushka, del cual hoy es director musical, guitarrista y vocalista.

Huayrapamushka no es cualquier grupo. Fundado en 1973 como un taller de música latinoamericana por el pintor Ismael Guardado y la maestra Annick Morris, se integró oficialmente a la universidad en 1975. Desde entonces ha pasado por múltiples generaciones, estilos y transformaciones. “Yo soy parte de la ‘nueva generación’… aunque ya llevo mis años aquí. Parece broma”, comenta Adrián.

En sus inicios, el grupo trabajaba con una sonoridad muy pura, sin instrumentos electroacústicos. “Era un sonido muy tradicional, muy del altiplano andino. Con el tiempo, hemos incorporado nuevos elementos: guitarras electroacústicas, teclado, bajo… Hemos evolucionado, pero con respeto a las raíces”.

Con Huayrapamushka, Adrián ha recorrido no solo escenarios locales, sino también ha sido parte del Festival Cultural de Zacatecas durante casi tres décadas. “Creo que llevo fácil unos 28 años participando. Es un espacio donde el contacto con el público cambia. Yo vengo de tocar en bares, en peñas, en espacios más íntimos. Estar frente a cientos, a veces miles, de personas, sí impone”.

Y sí, admite que todavía le dan nervios antes de cada concierto. “Pero son nervios bonitos, de los que te impulsan. Los que te recuerdan que tienes una misión: conectar con la gente”.

Uno de los momentos más memorables de su trayectoria ocurrió en el 2000, cuando ganó el primer certamen de la Canción Zacatecana con la pieza “De regreso a mi tierra”, coescrita junto a un colega ya fallecido. “Lo curioso es que ninguno de los dos éramos zacatecanos. Pensamos que el certamen pedía una canción dedicada a Zacatecas, así que la escribimos desde esa mirada nostálgica del migrante que añora esta tierra”.

La canción se convirtió en un clásico local, pedida en cada presentación. “Termina con una frase que siempre conmueve: ‘Si pudiera escoger dónde enterrar mi piel, tu vientre guardará mis restos al final, tierra de Zacatecas’”. Una declaración de amor a su tierra adoptiva, que lo recibió, lo formó y donde hoy ha echado raíces con hijos y un nieto.

Adrián no es sólo intérprete o docente, también es un puente entre generaciones. Preocupado por la desconexión de las juventudes con las músicas tradicionales latinoamericanas, decidió actuar. “No es que no les guste, es que no la conocen. A veces piensan que es música de viejitos”, explicó. 

Por eso, con Huayrapamushka lidera el proyecto: Fusiones Urbanas, donde se mezclan las raíces latinoamericanas con géneros contemporáneos como el rap y el hip hop. “Invitamos a jóvenes artistas a colaborar. Vamos a las escuelas, a las colonias, les mostramos que hay puntos en común, que las luchas sociales de los 70 y el discurso del rap de hoy tienen mucho en común. Es una forma de tender puentes culturales y generacionales”.

La respuesta ha sido positiva. “La gente se sorprende de la vigencia de las letras, de la fuerza del mensaje. Eso te retroalimenta. Eso te hace seguir”.

En su faceta como docente, Adrián ha trascendido las aulas tradicionales, convirtiéndose en un embajador itinerante de la música latinoamericana y su poder transformador. Ha recorrido escuelas, preparatorias, universidades y centros comunitarios en Zacatecas y en otros estados del país, llevando consigo no sólo un repertorio musical diverso, sino también una visión profunda del arte como vehículo de conciencia social, identidad y resistencia cultural.

“Muchos jóvenes no es que rechacen esta música, es que nunca han tenido acceso real a ella. El sistema educativo no la promueve, los medios la ignoran, y entonces se crea la idea de que es música vieja, música de museo. Pero cuando se las mostramos en vivo, cuando sienten los instrumentos, las letras, la energía… conectan. Y entonces todo vale la pena”, comparte con convicción.

Frente al discurso pesimista que dice que “ya no hay interés por las artes”, él responde con esperanza y experiencia. “Hay que ser necios. A mí me decían: ‘¿y tú de qué vas a vivir?’, ‘¿en qué trabajas, además de ser músico?’. Pero aquí estoy. Con tropiezos, sí, pero también con mucha satisfacción”.

Su mensaje para las nuevas generaciones es claro: “No se rindan. Sean tercos. Y si un día se caen, que esas caídas sean abono para crecer. La música no es solo una carrera, es una forma de vida. No es fácil, pero es fascinante”.

“Quiero reiterar la invitación: los esperamos este domingo 13 de abril a las 6:30 de la tarde en Plaza de Armas, donde estaremos presentes con una presentación especial. La entrada es completamente libre.  Además, el jueves 25 de abril a las 8:00 de la noche, el grupo Huayrapamushka se presentará en la emblemática Plazuela Miguel Auza. Será un espacio para compartir música, historias y sonidos que nos conectan con nuestras raíces. ¡Ahí los esperamos!” concluyo. 

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