La Gualdra 522 / Cine / Desayuno en Tiffany’s, mon ku
Les Olympiades (París, Distrito 13), título original de la última película del director francés Jacques Audiard, remite al nombre de un barrio del distrito 13 de París (“Las Olimpiadas”). Obra cumbre, en la capital francesa, del progreso urbanístico tal y como se concebía en los años 1970 (ingentes edificios de viviendas marcadas por el funcionalismo y la simetría, como si se tratara de colmenas gigantes), sus líneas geométricas sirven de decorado casi abstracto para la apertura de la película, haciéndonos pasar del paisaje del skyline al interior de uno de los apartamentos, atravesando una de las múltiples ventanas iluminadas en la noche. En su interior, Emilie, una joven tumbada en un sofá, canta desnuda una canción en el karaoke de su salón, junto a Camille su nuevo amante (y compañero de piso): “¿Eres buena vendedora?”, “Soy irresistible”, afirma acercándose a él con languidez. Flashback.
Una colaboración autoral
Al frente del proyecto, un dream team del cine de autor francés. El director, Jacques Audiard, autor de reflexiones sobre la violencia tan destacadas como Un profeta (2009) o Dheepan (Palma de Oro en Cannes 2015), y cronista ocasional del mundo de la pareja (De rouille et d’os, 2012).
Audiard colabora aquí con la realizadora Céline Sciamma, en funciones de guionista, cuya filmografía suele tratar los despertares sexuales que borran las fronteras de género, como en La jeune fille en feu (premio al mejor guion en Cannes 2019).
En medio, Adrian Tomine, un autor estadounidense de novelas gráficas tan destacado como poco prolífico, perteneciente a la generación de Daniel Clowes o Chris Ware, hábil compositor de melancólicos y fragmentarios retratos que esbozan las neurosis de una parte de la sociedad estadounidense, como los reunidos en Killing and dying (2015) que sirven de base argumental para la película.
Retrato de la generación 2.0
La trama se centra en tres jóvenes que andan cerca de los treinta, botón de muestra de la generación 2.0, usuarios de una tecnología cuya omnipresencia la película pretende reflejar (smartphones, aplicaciones de citas, sexo online, ciberacoso), y que mediatiza a menudo sus relaciones amorosas. El inicio de la película enlaza tres temas: el trabajo, el amor y la integración (cuestión siempre recurrente y espinosa en Francia) con Las Olimpiadas como decorado.
La película quita rápidamente hierro al asunto de la integración y del trabajo. El barrio de Las Olimpiadas se convirtió en los 70 en la puerta de acceso a la propiedad para un gran número de inmigrantes venidos de todos los continentes, en particular los asiáticos, cuyos comercios dan todavía hoy su aspecto característico al barrio.
El guion se divierte tomando a contrapelo los estereotipos culturales franceses: Camille, de ascendencia africana, es profesor de literatura francesa, y Emilie, de padres taiwaneses, ha pasado por Sciences Po, una de las más prestigiosas y elitistas formaciones universitarias. Nora, en cambio, la francesa blanca de Burdeos, iba para deportista de élite (retomando irónicamente un tópico sobre la única vía de progresión social que tienen los emigrantes africanos de cualquier generación) hasta que una grave lesión la llevó a trabajar en la inmobiliaria de su tío.
Al desmontar los estereotipos, la película borra desde su inicio cualquier posible conflicto cultural, considerando que el modelo de integración a la francesa ha tenido éxito. La herencia familiar, transmitida por las generaciones anteriores, se desvincula del origen étnico, aunque bajo otras formas siga siendo un lastre con el que los personajes deben enfrentarse para poderse emancipar.
De modo parecido, los personajes aceptan con resignación (o con deliberada consciencia) la modernidad líquida (dirán algunos) o precariedad laboral (dirán los otros), y en general la dificultad para alcanzar una progresión social, hasta el punto que cualquier empleo acaba volviéndose intercambiable, de profesor de literatura a vendedor inmobiliario. Ahí pues, no radica el meollo de la historia.
Del amor hipermoderno
Les Olympiades se presenta ante todo como un estado de la cuestión sobre las relaciones amorosas en tiempos de la hipermodernidad, por lo menos en apariencia. Las pantallas facilitan, aceleran o multiplican los encuentros, las identidades fluyen. Al inicio de la película, con Emilie y Camille, triunfan la espontaneidad, la inconstancia y la promiscuidad.
Sin embargo, cuando Nora entra en escena, cambian las coordenadas. Ocurre que en el amor, como en el barrio de Las Olimpiadas, pervive la estructura desgastada del hormigón, y los personajes siguen viajando por la vieja línea 6 del metro, con sus destartalados vagones. Bajo la capa tecnológica, los cuerpos son los que siguen vibrando o cerrándose con las caricias amorosas, los sentimientos se imponen a la razón. La trama se pliega a la geometría intemporal del deseo, aquí las vicisitudes del triángulo (que acaba convirtiéndose en cuadrado).
Este retorno hacia unas coordenadas ya conocidas, que se inscriben en unas referencias culturales que van del teatro de Marivaux a la Nouvelle vague, se orquesta bajo la mirada benevolente del cineasta, un soplo de aire fresco que, al contrario de lo que ocurre con las historias inacabadas de Tomine, aspira a una cierta ligereza. Y en este tiempo de mascarillas, ¿quién puede resistirse?
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